martes, 18 de enero de 2011

DE FICCIONES Y AFLICCIONES DE TERRÍCOLAS SIN PEDIGRÍ

La declaración universal de los derechos humanos reza en su artículo 1 así: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.

Tanto el clochard debajo del puente que agita sus manos para apartar las telarañas que envuelven su capullo mortuorio, el itinerante que va dejando sus huellas entre los límites de las sombras y las luces de neón de la ciudad cosmopolita, el asalariado que amanece pensando en las deudas pendientes, el chamán que explora la selva en busca del tubérculo preciso para preparar la pócima curativa, como el científico que se enclaustra entre pipetas, tubos de ensayo y centrifugadoras electrónicas buscando el anti carcinógeno universal, tienen algo en común: Todos pertenecen a una misma especie. Todos son el resultado de la división celular somática en 23 pares de filamentos condensados de ácido desoxirribonucleico, conocidos como cromosomas. Todos descienden de los primates.

Sin embargo, diariamente constato que la sociedad moderna, es un cedazo muy fino que selecciona a los individuos de acuerdo a estándares socio-culturales y eugenésicos definidos por una elite de politicastros y científicos-tecnócratas al servicio del sistema, en el que muchos, a duras penas, funcionan y sobreviven. Una de las cribas preferidas y muy frecuentes en las sociedades altamente desarrolladas es la medición de la inteligencia humana. Es decir, capacidades cognitivas específicas que son la base de toda actividad creativa. Muchas veces, las nuevas teorías científicas deslumbran por lo novedoso de sus planteamientos, sobre todo si se toma en cuenta los avances extraordinarios e indiscutibles en el campo de la neurología y las ciencias neuropsicológicas. No obstante, siempre es recomendable, para no perderse en los caminos sinuosos de la ciencia, plantearse la pregunta acerca de cuáles son los fines socio-políticos que se persiguen y sobre todo, cuál es la utilidad práctica de dichas investigaciones.
La miseria (material) del hombre en el mundo siempre ha tenido sus causas, sus razones, justificaciones y explicaciones, en dependencia de la época y del autor del análisis. ¿Es posible justificar la indigencia tomando como parámetro la inteligencia?

Platón en las Leyes, afirmaba con elocuencia dialéctica, que el estado debería ser regido por el más sabio entre los sabios, dándole al término sabiduría la connotación de inteligencia. El pueblo esclavo, ubicado en el penúltimo escalafón jerárquico (después de él, sólo las bestias), estaba destinado a servir a las castas superiores, puesto que carecía de la inteligencia necesaria, condición esencial, para diferenciarse del ganado. Aspirar dirigir el estado y gobernar con omnisciencia, era un acto contra natura.

Este pensamiento filosófico milenario, clasista y elitista, todavía sigue teniendo validez en las mentes de gobernantes y veladores del status quo en la sociedad moderna. El hombre de la plebe en nuestros días, es pobre y hambriento porque ése es su sino. Sigue siendo esclavo. Entonces aparecen en el escenario los investigadores y sabios competentes, blandiendo en sus manos los libros sagrados de la ciencia y con su batería de pruebas psicológicas, obtienen coeficientes y percentiles. Así resulta, que de acuerdo a las estadísticas presentadas, las clases sociales más pobres y socialmente marginadas, son las que presentan los peores resultados. De ahí, que sean dichas clases sociales el caldo de cultivo de holgazanes, truhanes y degenerados mentales. L.Q.Q.D.

Más de 2 billones de seres humanos viven en el tercer mundo en la máxima pobreza. Alrededor de 900 millones de adultos son analfabetos y casi 400 millones de niños en edad escolar, pululan en las montañas de escombros y basura en busca de un pedazo de pan, según los datos de UNICEF.
De acuerdo a la organización para la Agricultura y Alimentación de las Naciones Unidas (FAO, siglas en inglés) alrededor de 9 millones de seres humanos mueren anualmente por falta de alimento y 840 millones están mal nutridos, de los cuales 200 millones son niños menores de cinco años.

Bajo estas condiciones hablar de “inteligencia”, “razas superiores” y otra sarta de ficciones, es una vergüenza de primer orden y un atropello a la dignidad humana. Los pobres sin pedigrí también son seres humanos y también tienen derecho de ser tratados como tales, de acuerdo al artículo 2, párrafo 1 de la carta internacional de los derechos humanos, aprobada por las naciones civilizadas del planeta tierra y que dice así:”…Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición…”.

Buenas son las intenciones de las instituciones internacionales patrocinadas por las Naciones Unidas y nobles son las acciones de entidades caritativas y religiosas en época de navidades. Pero las aflicciones de los más pobres del mundo son infinitas y se necesita mucho más que buena voluntad y disposición para cambiar radicalmente las condiciones de vida de las grandes mayorías en el mundo. Para comenzar, bastaría con un poco menos de codicia, soberbia y prepotencia. ¿No le parece?


Roberto Herrera 17.01.2011

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