lunes, 10 de enero de 2011

¡POR DIOX, OTRA VEZ DIOXINA EN EL DESAYUNO!

En las relaciones de producción capitalista, el mercado es el regulador teórico, tanto de la producción de bienes de consumo, como de la fijación de los precios de venta de los mismos, a través del mecanismo de oferta y demanda. Por otra parte, a nivel de la fabricación misma de los productos, es importante que se cumplan ciertas máximas económicas, que sin ellas, el proceso generador de bienes no tendría ningún sentido económico, sobre todo, para los propietarios de los medios de producción. Estos índices administrativos empresariales son los siguientes: productividad, eficiencia y rentabilidad.

En términos prosaicos podría decirse, que en el mercado capitalista de lo que se trata esencialmente es de obtener la máxima ganancia al menor costo de producción posible, y en un plano secundario, de satisfacer las necesidades materiales de la vida cotidiana, las reales (existenciales) y las sugeridas por medio de la manipulación publicitaria. Variadas son las fórmulas microeconómicas para conseguir altos márgenes de ganancia, algunas simples y otras más complejas, pero éste es un tema aparte, cuyo análisis no es el móvil de este escrito.

¿Cuáles son las causas de los frecuentes escándalos en la industria alimentaria? ¿Falta de mejores y severos controles de calidad? ¿Escasez de controladores? ¿Negligencia? ¿Ignorancia? ¿Leyes permisivas? ¿Corrupción?

Es evidente que la respuesta no puede ser monocausal, dado que en el proceso productivo intervienen muchas más variables a considerar a la hora de hacer un análisis exhaustivo de fallas, con el propósito de reconocer objetivamente los elementos involucrados y su grado de influencia en la cadena productiva, que va desde la compra de las materias primas, los controles de calidad externos e internos, maquinaria, tecnología, fabricación, almacenamiento, logística, plantilla, hasta la puesta en venta del bien de consumo en el mercado. Este sería el proceso, descrito aquí sucintamente, a seguir desde la perspectiva del aseguramiento de la calidad de una empresa cualquiera, el cual se rige de acuerdo a estándares previamente estipulados y aprobados a nivel internacional o nacional.

Sin embargo, existe un factor subjetivo importante, sin el cual difícilmente se puede entender la lógica del industrial o empresario que comete fraude en su fábrica. Se trata del afán y deseo de LUCRO, es decir, la necesidad de acumular más capital a través de medios ilícitos y hasta criminales. Este es, según mi opinión, el umbral desde el cual las leyes del desarrollo industrial capitalista se comprenden mejor. La ganancia o riqueza es el estímulo fundamental que tiene el dueño de los medios de producción y ésta dependerá: a) de los niveles de explotación de la fuerza de trabajo b) de la competencia en el mercado c) del desarrollo tecnológico y d) de la coyuntura económica. Y, muchas veces, como en el caso que nos ocupa por el momento, a costa de poner en riesgo la salud inmediata y futura de los consumidores.

Recientemente se detectó en el norte de Alemania altos contenidos de dioxina en los huevos de gallina, que sobrepasan los límites establecidos (0,75 nanogramos/kg) por los ministerios de salud pública y agricultura. Las dioxinas son compuestos químicos, no degradables, que se obtienen a partir de la combustión, principalmente con sustancias derivadas del cloro y con alto grado de toxicidad.

¿Qué se contaminó primero, el huevo o la gallina?
Veamos. Para producir gasóleo biológico se utilizan aceites obtenidos principalmente de tres variedades de plantas a saber: soja, maíz y colza. Los residuos de dicha combustión son ácidos grasosos mixtos, que son utilizados en la industria técnica, por ejemplo en la producción de papel, y vedados en la industria alimentaria de animales. En este intercambio comercial, una compañía productora de diesel biológico, vendió los residuos a una compañía comercializadora de grasas vegetales y animales, la que a su vez vendió el producto a otra empresa especializada, tanto en la producción de grasas alimentarias para animales, como en la fabricación de papel. En lugar de utilizar estos residuos sólo en la fabricación de papel, los ácidos grasosos mixtos fueron a “parar” a los mezcladores en los que se elaboran las grasas alimentarias. Esta producción (de grasa contaminada) fue distribuida como materia prima pura, a diferentes productores de pienso y otras variedades de alimento para animales, hasta llegar a las granjas agrícolas, donde los campesinos, sin tener conocimiento de la toxicidad del producto comprado, alimentaron a sus gallinitas y a sus chanchitos.

Ahora bien, en cada una de estas transacciones comerciales de productos contaminados con dioxina tan dañinos para el organismo humano, siempre hubo un margen de ganancia de por medio. Este modus operandi capitalista comercial ha estado siempre presente en todos los escándalos alimentarios en el capitalismo desarrollado y subdesarrollado hasta el momento de su descubrimiento por las autoridades. Mientras esto no ocurra, opíparas ganancias van a parar a los bolsillos de los sujetos que intervienen en este proceso de compra y venta.

A guisa de ejemplo: En 1981 murieron en España más de 1000 personas y otras 60.000 resultaron envenenadas por consumir aceite de oliva adulterado con aceite de colza. Con el fin de presentar al mercado un producto más competitivo, viticultores austriacos y alemanes mezclaron en 1985 glicol en los toneles de vino, para darle un bouquet más dulce al producto. Glicol es una sustancia de sabor dulce que se mezcla con agua y tiene una propiedad anticongelante. Se utiliza regularmente en el invierno europeo para proteger los radiadores de los coches. En el año 2000 la ciudadanía alemana quedó atónita y angustiada con el famoso escándalo de la peste de “las vacas locas”, puesto que hasta esos días Alemania estaba considerada como país libre del síndrome de las vacas locas. ¿A qué loco se le ocurrió alimentar a un herbívoro con harina de carne bovina? ¿No es un delito contra natura? Pero siguiendo la lógica del capitalismo, los industriales alimentarios se habrán preguntado en su momento: ¿Qué hacer con todos los restos de carne bovina que no se consumen? ¿Quemarlos? ¡Qué va! ¡Hacer dinero! Un loco más, un loco menos, en la sociedad de consumo no altera el resultado.

La cocina italiana no sería lo que es, si le faltara el famoso aceite de oliva. Pero los años que transcurrían eran de crisis mundial. La burbuja financiera estadounidense había arribado como un globo trasatlántico a la península Apenina y la vida se puso cara y difícil. Así fue como en el 2008, un aceitoso y escurridizo industrial del sur de Italia, tuvo la “brillante” idea, por las razones de productividad y rentabilidad que mueven los negocios, de vender como aceite de oliva virgen una mezcla de aceite de judía de soja o de pipas de girasol con beta caroteno, un pigmento de color rojo-amarillento y clorofila industrial. El precio de venta era, evidentemente más barato que el genuino aceite de oliva extra virgen. En fin, que con la mozzarella de búfala italiana contaminada con dioxina y el vino tinto toscano mezclado con etanol, a los italianos, una vez descubierto el fraude, se les quitó el apetito y las ganas comprar barato. En julio del año pasado, otro escándalo sacudió al consumidor alemán, cuando se dio a conocer la noticia que carne en mal estado circulaba de forma ilegal en el mercado alimentario y en establecimientos gastronómicos.

¿Quién fue el huevón que contaminó los huevos y las gallinas?
Los políticos y los gobiernos siempre encontrarán “chivos rubios expiatorios”, “cabezas de turcos” y “ovejas negras” descarriadas. Pero esta tesis solamente analiza la superficialidad de la problemática, porque la punta del tempano de hielo siempre está compuesta de personalidades siniestras o grupos de individuos tan corruptos y sin escrúpulos como los que están en la base del iceberg. Pero el meollo del problema radica en la estructura del sistema, en sus valores ético-morales y en la razón de ser y de existir del modo de producción capitalista. La acumulación de capital, tiene como consecuencia directa, el aumento de la productividad en sus variadas formas (fraude incluido), crecimiento y concentración de la riqueza en pocas manos y la suma geométrica de la pobreza, el hambre, la miseria y las enfermedades en el mundo entero.

Considerando que el modo de producción capitalista es el dominante a escala universal, sus repercusiones y consecuencias también tienen una dimensión global a nivel de explotación de recursos naturales, destrucción del medio ambiente y sobretodo, la explotación y sobreexplotación de la fuerza de trabajo. No importa cuál sea el sello o marca del producto capitalista en circulación. Made in USA, Made in Germany, Made in India, Made in Russia o Made in China. Capitalismo es capitalismo, no importa donde se encuentre la fábrica. Las leyes de desarrollo, los mecanismos de mercado y las repercusiones negativas en el medio ambiente son las mismas.

Por lo tanto, la crítica al modo de producción capitalista, desde el punto de vista de los consumidores de a pie, los que no tienen la posibilidad de comprar alimentos biológicos extremadamente más caros, porque su presupuesto mensual no se los permite, no puede estar sujeta a intereses político-ideológicos ni partidistas. La crítica si es constructiva también debe de estar dirigida a países o estados soberanos, que teniendo un régimen de gobierno distinto al de las democracias parlamentarias occidentales, también contribuyen al desorden ecológico y la destrucción acelerada del medio ambiente. La salud y la buena alimentación biológica controlada y sostenible, no deberían ser un privilegio para las clases sociales con mayor poder de compra en ninguna parte del mundo.

El problema es demasiado grave como para abstenerse de observaciones críticas. El marxismo revolucionario de los últimos cincuenta años del siglo pasado, centró toda su atención en las tareas estratégicas de la toma del poder político-económico-militar, su consolidación y el desarrollo de las nuevas relaciones de producción, sin tomar en cuenta el aspecto ecológico de la lucha de clases, que es tan importante como las otras formas de lucha. La ecología y el medio ambiente no son cuestiones sólo de yuppies, pequeños burgueses y de intelectuales blandengues. La lucha por proteger al ser humano, como parte integral y fundamental del medio ambiente y la producción de bienes de consumo, sostenible y biológicamente equilibrada, nos atañe a todos: a moros, cristianos y ateos.

No quiero desayunar en el futuro teniendo como guía alimenticia la tabla periódica de los elementos, para saber que porquería estoy desayunando, un atlas ecológico para saber exactamente de donde vienen los venenos y un manual de toxicología para saber el tiempo de asimilación y de eliminación de los compuestos químicos consumidos. Quiero simplemente a la hora del desayuno, comer unos huevos con tocino sin temor a enfermarme o convertirme en un mutante, beber un zumo de naranja y no un coctel de pesticidas, fungicidas y herbicidas. Nada más que eso.

Y, usted querid@ lector@, ¿desayunará mañana a lo mejor en Tiffany´s?


Roberto Herrera 10.01.2011

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