domingo, 6 de marzo de 2011

Introito a una historia inconclusa y jamás contada

Arturo o Aldebarán en árabe, es una estrella brillante en la constelación de tauro y se encuentra a 61 millones de kilómetros de la tierra, con un diámetro 44 veces más grande que nuestro sol y con una luminosidad aproximadamente 150 veces más intensa que la de Helios. Este es el nombre que escogí como título, para lo que en su origen fue concebido como novela, pero por falta, tal vez de fantasía o cualidades literarias, quedó reducido a una serie de pequeñas narraciones. Los cuentos de Aldebarán son inéditos y se encontraban archivados en un formato antiquísimo. El año 1990, anno domini desde el punto de vista del desarrollo de las ciencias de la informática, es ya prehistoria. Debo confesar que por momentos me sentí Jean-François Champollion descifrando los misterios de las pirámides egipcias. Fue necesario encontrar un ordenador matusaleno, tarea nada fácil en estos días plagados de notebooks, i-Pad, desktops, etcétera, etcétera, que leyera discos de 5.25” formateadas para el sistema DOS. Para desempolvar los datos, utilicé un plumero digital en desuso y una vez convertidos los jeroglíficos al lenguaje de las máquinas modernas, los textos originales de “Aldebarán, el guardián de los bosques” pudieron ver la nítida luz de Arturo.

Aldebarán era un hombre de la tierra, que conocía las constelaciones estelares y su influencia sobre nuestro planeta, especialmente en la agricultura. Antes de sembrar una semilla, miraba la bóveda oscura del firmamento para recibir el consejo astronómico de las estrellas. Entonces, resultaba que en el jardín de Arturo, las flores eran más bellas y los huertos más fecundos. Las laboriosas abejas, fieles visitadoras de sus aras, compensaban el esfuerzo de aquel sabio hombre con la abundante y exquisita miel que producían. Sus vecinos creían que él era un mago o que poseía ocultos secretos que utilizaba para hacer maravillas agronómicas. Pero la llave del éxito de sus cosechas, estaba plasmada en un verso del erudito Hesíodo*: “…Cuando se eleva el gran Orión, pon a tus esclavos a aventar el sagrado grano de Deméter, en la ventosa y desgastada era…Luego, da un reposo a tus esclavos; desunce tu yunta. Pero cuando Orión y Sirio se desplacen a la mitad del cielo, y Arturo acompaña a la rosada Aurora, entonces, Perseo, arranca las uvas arracimadas y lleva la cosecha a tu casa…cuando el gran Orión se sumerge, el tiempo ha llegado de arar, y, oportunamente, muere el viejo año…”

Escribir, para mí, es también expresión de la lucha de clases, es hacer política e ideología con las frases, es jugar con las palabras y hacer malabares con la sintaxis. En la medida que los acontecimientos de la política internacional me lo permitan, os iré narrando de a poquito, las historias amenas e inverosímiles de Aldebarán. Espero que el primer cuento, publicado hace un par de días, os haya gustado. Bien, que disfrutéis de las aventuras de Aldebarán, el guardián de los bosques.

Roberto Herrera 06.03.2011

*:Hesíodo: Los trabajos y los días

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