jueves, 29 de diciembre de 2011

¿Cuánta metafísica hay en la física cuántica?

“…Yo no sé lo que vendrá: Tampoco soy adivino; pero firme en mi camino, hasta el fin he de seguir: Todos tienen que cumplir, con la ley de su destino…”[El Gaucho Martin Fierro de José Hernández]
Yo tengo un amigo muy culto e ilustrado, que hace un par de años, por el simple hecho de haber cumplido 62 años, la gerencia general de la compañía —una transnacional famosa— le comunicó de manera expedita, que sus jefes no contaban más con él para el año fiscal que se avecinaba. Las negociaciones finiquitales fueron exitosas—desde la perspectiva de mi inteligente amigo—, sin embargo, cuando me comentó los pormenores del litigio, pude percibir en sus palabras un deje de frustración y desazón. Traté de animarlo con todos los recursos psicológicos y parasicológicos a mí alcance—desgraciadamente magros e insuficientes—, y todo fue en vano: mi amigo se encontraba pasando por una F32.0[1] y conociendo bien su afición a lo etílico, temí una F 10.3. 


Así que me dirigí a la cocina con la intención de preparar un mate cebado con cedrón—dicen que es el asesino de las depresiones— y ofrecerle a mi alicaído huésped un par de apetitosos alfajores recién salidos del horno, preparados personalmente con mucho cariño y dedicación y oportunos para endulzar un poco las tristezas en aquella tarde primaveral, aunque tuve la leve sospecha, que mi amigo dudó hasta el último minuto de mis cualidades culinarias. El concierto de Ludwig Van Beethoven en C mayor opus 15, interpretado magistralmente por la genial Martha Argerich, sirvió de trasfondo musical a nuestra aciaga conversación. Después de la “yerba”—me refiero al mate—, degustamos unas copitas de Brandy 1866 Gran Reserva de la Casa Larios, que pacientemente había esperado más de veinte años guardado en una esquina clandestina de una cómoda vieja de madera de cerezo, a que llegara el momento y la ocasión oportuna, para mostrar su suavidad a nuestro paladar. Y ésta se presentó silenciosa y sin anunciarse: Mi amigo había decidido volver—como en el tango de Gardel— a su pago querido en la Provincia de Neuquén, República Argentina, después de 45 años de recorrer el mundo. Era precisamente eso lo que lo acongojaba. Tomó la guitarra y cantó las Coplas de Martín Fierro, como sólo los payadores pamperos lo saben hacer, y su voz sonó esta vez a despedida. Los tragos que nos bebimos, eran los del estribo, como en las canciones del mexicano José Alfredo Jiménez. Antes de marcharse, bajó del coche una caja de cartón con libros y me la entregó, con la seriedad que tienen los académicos, para subrayar la importancia que—algunas veces—le dan a las nimiedades en la vida. Desde entonces, nunca supe nada más de él, hasta hace unos días, cuando recibí una sorpresiva misiva digital con motivo de la navidad, no precisamente de él, sino de otro buen amigo. Recordé entonces el lugar dónde había dejado guardada la caja con los libros y decidí dos cosas: La primera. Limpiar por fin—según la ordenanza número xx de mi querida esposa— la buhardilla y después, hurgar, de una vez por todas, en el regalo heredado de mi amigo.

Debe saber el lector—para comprender mi sorpresa—, que mi amigo, por ser tan culto e ilustrado, jamás creyó ni en santos ni en brujos ni en chamanes indígenas ni en curanderos esotéricos ni Gurús ni en el Ying ni en el Yang; él aseguraba que la verdad estaba en el limbo hermético de Schrödinger, en la ley de Hubble, en el teorema de Gödel y en la lluvia cósmica de quásares. Por eso, mi asombro fue enorme al encontrarme con poemas de Sor Juana Inés de la Cruz, El lugar del hombre en la naturaleza y el Fenómeno humano de Pierre Teilard de Chardin, La Summa Theologiae de Santo Tomás de Aquino, La teoría del cielo de Sir Francis Bacon, Las profecías de Michael Nostradamus y Para leer al Pato Donald del argentino-chileno Ariel Dorfman y el belga Armand Mattelart. 

Dado que mi ilustre amigo se caracterizó siempre por su materialismo ateo y por el rechazo militante a todo aquello que oliera a metafísica, pensé que podría tratarse de una de sus típicas jodas sureñas. Considerando que me llamo Roberto y los enigmas me apasionan, llegué también a pensar, que podría tratarse de un código aún no descifrado al estilo de Dan Brown.

No podía creer, que él, que había arengado a los estudiantes de filosofía con lo de la hermenéutica marxista y el desarrollo del Hombre, con tal vehemencia que daba escalofrió —por la retórica y por el frio del sótano—en el Bar Chez Harzt IV o sería en el ¿Henry IV?, quien había sostenido que la lucha de clases era el motor—diésel o bencinero— de la historia y que había asegurado que la exégesis dialéctica no hegeliana de Federico Engels era la antípoda de la filosofía aristotélica, aquel joven barbado y despeinado a la moda Yé-Yé, el mismo que había recitado los diálogos socráticos mayéuticos no dogmáticos con displicencia y armonía, aquel que había afirmado que la conciencia revolucionaria nace del crisol donde se funde el acero, con el que Pável—el de Nicolai Ostrovski—se hizo hombre; había sido—en resumidas cuentas—, un candidato en ciernes a la apostasía político-ideológica. Toda mi razón—fundamentada en la infalible e indiscutible teoría de la probabilidad—se resistía a considerar como cierta la posibilidad que mi culto e ilustrado amigo, era en efecto un apóstata. ¡Mi amigo Saulo, el científico materialista, convertido en Paulo, el apologeta metafísico!

No podía dar crédito, que mi amigo había cambiado los sótanos por sotanas, pero la carta que recibí con un saludo navideño días atrás por el correo electrónico, de ese otro amigo, tan ilustre y culto como el primero, no dejaba espacio para las dudas. En esa carta me dice—inundado de admiración y complacencia— que lo vio predicar en San Martín de los Andes con una biblia en la mano y un rosario de perlas negras en la otra, y como si esto fuera poco, además anunciaba el fin del mundo para el 21 de diciembre del 2012, al parecer con el mismo fanatismo de antaño.

Debo reconocer que me quedé turulato y bastante asustadillo como un cervatillo tibetano en el zoológico de Basilea. Mi amigo, el remitente, por sí las moscas, así me lo comentó en su carta, se convirtió—de manera profiláctica dice él—al evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. La experiencia política acumulada en los años de revolución, en los que devotamente predicó el evangelio según San Marx y San Lenin, no estuvo de más, pues ahora, él es el nuevo y flamante Pastor de una comunidad mapuche allende de los Andes.
En fin, por el momento estoy entretenido con la “Guía intelectual” para leer al Pato Donald y con la Clasificación Internacional de Enfermedades CIE 10. 

Una de tres: O el Rico Mc Pato, el avaro capitalista, o la esquizofrenia paranoide [F20.0], o un milagro de Dios, es el causante del comportamiento extraño que está padeciendo mi culto, ilustre y sefardita amigo. 

De todos modos, querido lector, olvídese de mi amigo, de las profecías de Nostradamus y las fantasías fabricadas en los estudios cinematográficos de Hollywood. Para usted, un feliz y próspero 2012 en revolución y rebeldía.

Roberto Herrera      29.12.2011


[1] Para mayor información, consúltese: http://www.iqb.es/patologia/e04_002.htm

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