domingo, 28 de octubre de 2012

Cerca del amanecer...9

XXIV. Invasión número tres

Los aviones llegaron a bombardear el campamento en el Volcancillo. Estaba claro: era la preparación aérea de la eminente invasión. Los morteros comenzaron a pasar silbando por la copa de los árboles. Las bombas de 500 libras explosionaban en los alrededores. En las trincheras cavadas recientemente se sentía con gran intensidad el vibrar de la tierra. Las granadas de los morteros caían mucho más abajo del campamento. A los pocos minutos de transcurrido el bombardeo los nervios se fueron calmando poco a poco, aunque el temblor natural de las piernas era difícil de controlar. EI estallido sordo de las bombas ya no asustaba a nadie. EI oído de Jorge se había habituado a la nueva situación y distinguía claramente la salida de los morteros. Después de diez minutos de inútil e intenso ablandamiento aéreo los aviones regresaron al aeropuerto militar de Ilopango.
Un proyectil de mortero 120 reventó en un árbol; éste crujió y quedó partido por la mitad, esparciendo sus ramas en la rojiza tierra. En la cabañita había dos sacos con carne seca. Memo había preparado días atrás carne seca “à la charqui” chilena. Los combatientes, no acostumbrados a ese tipo de conservación de la carne (carne secada al sol sin sal), prescindieron de ella. Jorge, por el conrtario, hizo de tripas corazón y llenó su mochila con la carne seca. En un tatú guardaron las máquinas de escribir requisadas en el Carrizal y muchas otras cosas más.
Jorge recibió la orden de trasladarse al puesto de mando del Estado Mayor. EI equipo de radistas se ubicó a lo largo de la trinchera. Los Comandantes Dimas Rodriguez y Jesús Rojas[1] se encontraban en el puesto de mando puntualizando los últimos detalles de la maniobra de repliegue táctico-operativa. Jorge divisó, desde su puesto de vigilancia, una columna que se desplazaba desde las elevaciones que tenía al frente en dirección al puesto de mando de la Comandancia.
– ¡Comandante Dimas! ¡Comandante Dimas! Una columna viene bajando de la montaña gritó Jorge, en el preciso momento en que Dimas leía un mensaje en el cual le informaban que el enemigo avanzaba por el sector que defendía el pelotón tres. El comandante pensó que podría tratarse del enemigo y ordenó la retirada.
– Jorge, !vaya adelante! – ordenó el jefe guerrillero.

Jorge obedeció sin rechistar la orden del Comandante, a pesar de estar consciente deI peligro. Quitó el seguro al M-16 y lo preparó para “tiro automático”. Despacio y muy atento fue avanzando por la vereda. Marito venía unos metros detrás de él. Ambos conformaban la vanguardia. EI camino que bajaba de la montaña y la vereda convergían en el punto conocido como EI Portillo. Llegaron al cruce de los caminos y todo pareció estar en orden. Jorge esperó en ese lugar a la Comandancia, mientras Marito se adelantó hasta alcanzar las próximas elevaciones, donde se encontraban los pelotones del destacamento dos. Por la tarde, la Comandancia se retiró a esas elevaciones con el propósito de replegarse escalonadamente. En ese lugar, el comandante Dimas formó y arengó a la tropa, haciendo hincapié en que no se trataba de una “guinda”.
Las “guindas” significaban, en el lenguaje guerrillero, escapar a toda costa evitando chocar con el enemigo sin oponer resistencia. En esos momentos era necesario romper con ese concepto derrotista.

Los combates disminuyeron conforme atardecía. Al día siguiente por la mañana, se dirigieren rumbo a la Burrera. Durante todo el día se combatió en los alrededores deI Volcancillo. A lo lejos se escuchaban las detonaciones de los “noventa” y las ametralladoras M60. Ocultos dentro deI monte, los guerrilleros improvisaron un campamento para pasar la noche. EI amanecer fue anunciado con una lluvia de morteros. Las granadas caían en el campamento donde habían pasado la primera noche. En la tarde deI tercer día de invasión, la Comandancia decidió retirarse rumbo al Conacaste. Alrededor de las cinco y media de la tarde, la columna compuesta por el mando estratégico y la Plana Mayor deI frente norte comenzó a descender de las elevaciones de la “Burrera”. Jorge interceptó las comunicaciones enemigas. En Las Vueltas había una compañía deI batallón Belloso. EI teniente, quien había detectado el desplazamiento de la columna pidió a gritos al cuartel de Chalatenango que bombardearan a los guerrilleros.
– ¡Se nos van los hijos de puta!– gritó furioso el oficial. Van en dirección a La Laguna seca...
De haber sabido el tenientillo que en la columna guerrillera se encontraba el mando estratégico deI frente norte Apolinario Serrano, hubiera llamado personalmente, tal vez hasta  al mismo General Guillermo García.
Dimas ordenó a la vanguardia tomar posiciones en las alturas a lo largo de la calle que comunica el caserío EI Zapotal con Las Vueltas. Allí en ese lugar y tendidos en los zacatales esperaron hasta que oscureciera.

EI cielo bañado en estrellas era el hermoso lienzo que cubría las montañas. Andrómeda coqueteaba con Perseo, mientras la Osa Mayor los contemplaba extendiendo su cola de ardilla. Una estrella fugaz salió corriendo perseguida por un meteorito travieso que la invitaba a danzar un valse celestial en la tranquila noche. Era la sinfonía infinita de miles de soles que arrullaban con su luz el inquieto sopor guerrillero. Los diez minutos de descanso volaron como cometas. Los cansados guerrilleros fueron levantándose uno a uno; parecían los anillos de una enorme serpiente ondulante que se prepara para continuar la marcha. Era menester y estratégico llegar al Conacaste antes del amanecer. La sed quemaba las gargantas resecas, los pies arrastraban lastimosamente las piedras que a su paso encontraban. Al atravesar la columna un riachuelo, cada uno de los combatientes hacía un alto para beber de aquella agua turbia y lodosa. A las dos de la mañana, el grueso de la columna llegó al Conacaste. Las casas vacías deI caserío se vieron repentinamente abarrotadas de guerrilleros agotados. El ulular de los proyectiles despertó a la tropa que aún se recuperaba del cansancio. Eran las seis de la mañana. La artillería enemiga disparaba desde la calle de tierra del Zapotal; los observadores apostados en la elevación conocida como “EI Picacho” corregían los disparos. Las dos primeras granadas cayeron delante deI caserío, las dos siguientes un poco más atrás. Los dos morteros “81 mm” concentraron fuego sobre el Conacaste. En cosa de segundos los guerrilleros abandonaron el lugar y se pusieron a salvo fuera del alcance de los morteros. En el aire sobrevolaba la “Paciencia”, llamado así por volar a baja velocidad. Era el avión explorador, conocido también como la “Carreta”. Portado de lanza-rockets, la “Paciencia” era un avión tipo Push and Pull que antes de disparar, desconectaba sus motores hélice. La “Carreta” no asustaba ni a los niños, quienes al verla aparecer en el horizonte comenzaban a gritar: ¡Allí viene la “Paciencia”!Allí viene la “Paciencia”!

La espesura deI monte ocultaba a la columna guerrillera de los ojos electrónicos del avión explorador que infructuosamente buscaba algún movimiento delatador. Por la tarde llegó la noticia que el enemigo se desplazaba de Ojos de Agua hacia Las Vueltas. Dimas ordenó inmediatamente al pelotón dos del destacamento uno al mando del “zarco” Samuel, tender una emboscada de aniquilamiento. AI parecer el enemigo comenzaba a replegar sus fuerzas. Ese fue el bautizo de fuego del batallón Ramón Belloso. La compañía fue sorprendida a la altura del Picacho. En la polvorosa y blanca calle quedaron tendidos los cuerpos inertes de muchos soldados, cuya única gloria había sido la de asesinar a niños y mujeres indefensas que habitaban en las zonas bajo control guerrillero.
En esa acción, la guerrilla recuperó un cañón 90 mm y gran cantidad de armamento y uniformes. La emboscada fue el golpe de gracia a la invasión que todavía estaba en marcha, pero cada vez con menos fuerza y entusiasmo por parte de las tropas gubernamental.

La buena nueva llegó como bálsamo, pero todavía había que permanecer oculto, puesto que se corría peligro de ser detectados por el enemigo. En la pendiente cubierta por la maleza conversaban  German, Julio, Marito y Jorge. Hablaban acerca de las relaciones sexuales en el frente.

– EI problema es que aún conservamos resabios de la moral burguesa – comentó Jorge. Entonces de manera inconsciente, separamos las relaciones sexuales de la lucha de clases...
– Lo que pasa es que vos querés implantar el amor libre – intervino German.
– Yo pienso – dijo Marito –que nuestro pueblo tiene costumbres morales distintas a los países europeos...
– ¡Pero si no se trata de imponer ninguna costumbre extranjera! exclamó Jorge.
– ¿Entonces? – preguntó Julio al tiempo que guiñaba un ojo a Marito.
Jorge, que se había percatado deI acuerdo silencioso entre Julio y Marito, no le dio importancia al hecho y sin reparar en formas diplomáticas argumentó su pensamiento, a sabiendas que se trataba de una provocación. Era evidente que querían que se fuera de lengua.
– De lo que se trata más bien es de desarrollar nuevos valores morales – comenzó diciendo. Valores que correspondan a nuestra ideología.
– ¿Querés decir que no tenemos moral revolucionaria? – preguntó Julio sin ocultar su ironía.
– Estrictamente hablando, sí. Yo pienso que la mayoría de nosotros aún no ha desarrollado una verdadera moral comunista – contestó Jorge.
– ¡Cómo es posible, compa Jorge, que usted pueda afirmar tal cosa! – exclamó ofendido Marito. ¡Nuestro partido siempre se ha caracterizado por sus principios ético-morales!
– No dudo que desde el punto de vista teórico se hable de valore morales revolucionarios – contestó Jorge, pensando en Carmen, la compañera violada por Raúl. ¿Cómo es posible que un cuadro dirigente arengue a la tropa acerca de la moral revolucionaria? Mientras en la práctica se niega a sí mismo – concluyó Jorge.
– Concretizá un poco – exigió Julio mostrando irritación. ¿De quién estás hablando?
– Te voy a dar dos ejemplos – contestó Jorge, seguro de tener un gran repertorio. ¿Qué me dices del caso de Raúl?
– El compa ya fue sancionado – contestó rápidamente Marito.
– ¿Y cuál fue la sanción? – preguntó Jorge provocando.
– Esas cosas son compartimentada s – argumentó Julio. ¿Y vos cómo sabes eso? – inquirió.
– En primer lugar, eso un secreto a voces en el frente. Además, yo mismo fui testigo de la violación, pero eso no tiene ninguna importancia. Pero no sólo fue esa situación... también quiso abusar de una compañera sanitaria. ¿Cómo se llama la compita? – preguntó Jorge dirigiéndose a German quien escuchaba la conversación sin interés alguno.
– Yo no sé de quien estás hablando – contestó ocultando deliberadamente el nombre.
– La compa que usa anteojos...la flaquita esa... ¿cómo se llama? Florcita creo…Bueno. No importa, qué más da. ¡Imagínense, es casi una niña...!
– Pueda ser que el compa este enfermo – comentó Marito.
– Entonces hay que curarlo y prohibirle que hable de moral revolucionaria. ¿No le parece?
– ¿Y el segundo ejemplo? – preguntó sarcástico Julio.
– En el frente externo trabajan cualquier cantidad de compañeros cuyo lema es: ¡Haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago! – respondió Jorge. Pero creo que no tiene sentido seguir hablando de estas cosas, pues podríamos pasar horas enteras presentando ejemplos.
– AI escucharlo hablar, da la impresión que usted es el único que tiene una moral revolucionaria por estos lados – comentó Marito.
– ¡Nada que ver! Al contrario, reconozco que también estoy lleno de prejuicios, pero tampoco voy dando clases de moral revolucionaria como hacen algunos...
– ¿Qué propones entonces? – insistió Julio.
– Primero, reconocer que todavía estamos influenciados por la moral burguesa, y segundo, que aceptemos que aún tenemos muchos prejuicios con respecto al sexo.
– ¿Cuáles serían los prejuicios? – preguntó Marito.
– Hace poco llegó a mis manos un documento del partido titulado: "Las relaciones afectivas de los revolucionarios". En resumidas cuentas, lo que ese documento propone es que hay que estar casado primero para poder tener relaciones sexuales. ¿No cree usted Marito que es un prejuicio camuflar las relaciones sexuales dándoles el nombre de relaciones afectivas?
– A mí me parece que no – contestó.
– ¿Por qué?
– Porque las relaciones afectivas son más generales que las relaciones sexuales – señaló Marito.
– Pero en ese documento de lo que se habla concretamente es de las relaciones sexuales. En el fondo se mantiene la concepción religiosa-burguesa del “matrimonio legal". ¡Quién no está casado no puede copular con la compañera! ¡Como sí el coito fuera pecado! Esa es la verdad – manifestó Jorge.
German soltó una sonora carcajada.
– ¿No es eso un prejuicio?
– Lo que pasa es que a usted le gusta el libertinaje – argumentó Marito.
– No es cuestión de libertinaje ni mucho menos. Se trata de tener una relación sana con respecto al sexo. A ese documento lo único que le hace falta es recomendar el celibato y la virginidad como las condiciones necesarias para ser verdaderos revolucionarios. Eso es tener una mentalidad medieval, pero sobretodo católica. Las relaciones sexuales son tan naturales como comer y reír. En lugar de andar prohibiendo las “relaciones ilícitas” entre los compas, deberíamos fomentar la interpretación correcta de las relaciones sexuales y la utilización medios anticonceptivos.
– Lo que pasa es que vos estás muy europeizado – manifestó Julio.
– Pueda ser. En todo caso, no estoy de acuerdo con ese documento. Al respecto, he escrito un documento donde señalo a mi juicio las debilidades ideológicas que padece ese documento...
– ¡Interesante ¡– dijo Julio. ¿Por qué no me lo prestás?
– Claro. Cuando regresemos a la montaña te lo paso. Lo tengo entatusado.

Jorge sabía que Julio no sería el único que leería el documento y eso era precisamente lo que buscaba. En algún momento llegaría hasta los oídos de los máximos dirigentes. EI documento oficial criticado por Jorge había sido elaborado por la Comisión Nacional de Educación Política-Ideológica deI partido, en la cual había con seguridad más de algún exsacerdote.
De no ser por “La Paciencia” que pasó volando tan bajo, la discusión hubiera continuado, aunque a decir verdad, Julio y Marito a esas alturas de la discusión ya habían perdido la paciencia con el libertino Jorge.
AI día siguiente, regresaron al campamento de La Laguna. La invasión había concluido. Después de la emboscada a la altura del Picacho, el enemigo retiró sus unidades militares utilizando un puente aéreo. Los helicópteros aterrizaban en Ojos de Agua y desde allí transportaron a los soldados al cuartel “La Sierpes” en Chalatenango.

XXV. De regreso al campamento de La Laguna

La sección de información y comunicaciones ocupó el antiguo local de Ramiro. Todo parecía lo mismo. Las operadoras se ubicaron en sus antiguos puestos. Sin embargo, en el ambiente reinaba un clima de tensión y de desconfianza inconsciente hacia el nuevo jefe. Aún se sentía la presencia de Ramiro. No sería tarea fácil mantener sólo con mística lo alcanzado con paciencia, tolerancia y sabiduría. Marito estaba más preocupado, al parecer, de cuidar la “supuesta” virginidad de las radistas, que de elevar la calidad del trabajo.
Jorge había regresado al campamento de La Laguna después de más de dos meses de ausencia. Algunas casas habían desaparecido del terreno. En el camino que conducía al pozo de agua se encontró con Giovanni, el joven médico, quien le relató lo sucedido con el hospital durante la penúltima invasión: “...el enemigo había bombardeado durante toda la mañana. Más tarde llegaron los helicópteros a barrer con las M60. Cuando escuchamos el ruido del huesudo, todo el mundo salió a esconderse en los tatús. Seguramente el piloto vio cuando la gente corría a protegerse. Soltó una bomba que cayó en la entrada de un tatú. De toda la gente que se había refugiado allí, solamente un niño resultó herido. Estaba bastante grave y lo trajimos al hospital. Por la tarde apareció nuevamente el helicóptero. Pedrito[2] y yo estábamos en la cocina. En el cuarto grande estaba la mamá del niño herido cuidándolo. De repente escuchamos el silbido de las bombas y nos tiramos instintivamente al suelo. Lo único que sentimos fue el temblor de la tierra. Cuando nos levantamos, la casa había desaparecido. Entre los escombros estaba la madre abrazando al hijo. Los dos estaban muertos..."

EI cuadro que presentaba el terreno vacío era muy tétrico. Lo único que estaba en pie era la pequeña cocina. EI resto era un montículo de teja y tierra blanca. En el portón de la casa había un árbol enorme de mango que tenía desde las raíces hasta la copa un color café quemado y estaba lleno de miles de agujeros; la otra mitad del árbol había sobrevivido a la onda expansiva de las bombas. La Laguna se había transformado en un pueblo fantasma, donde la muerte estaba dibujada en cada rama, en cada arbusto, en cada casa…Era el tributo que había que pagar para alcanzar la justicia social y económica en El Salvador.

Jorge y Marito discutían mucho y muy pocas veces estaban de acuerdo. Ambos defendían posiciones diametralmente opuestas. Mientras tanto, al margen de discusiones vanas y algunas veces hasta absurdas, eI tiempo pasaba lento y pegajoso. El ocio y la inactividad operativa en la guerra son el caldo de cultivo del relajamiento y la inconformidad. Las horas se llenaban de hastío. EI ácido de la pereza corroía los minutos. La soledad cabalgaba por los montes triste y acongojada, mientras los pensamientos sumergían en las turbulentas aguas deI libertinaje. Las serpientes marinas preñadas de incertidumbre se revolvían en las sombras del pasado. Burlona reía la tristeza y las distancias se alargaban al vaivén de la hamaca. La paciente hormiga constructora de porvenires, labradora de arrozales, vencedora deI tiempo y el espacio, se había emboscado en los rincones de la inercia. La inquietud se perdía en la espera. Las arenas movedizas se tragaban preguntas y respuestas, desapareciendo y volviendo a resucitar fortalecidas. EI tiempo se arrastraba como lagarto viejo y cansado, el verde milenario de su espalda llenaba el espacio de los recuerdos y olvidos. EI monstruo se metía tan adentro de las entrañas que no podía escapar; forcejeaba las paredes de la razón procurando por la fuerza romper la resistencia humana. Así quedaron frente a frente, el Hombre convertido en bestia y el tiempo, luchando por el espacio vital de la existencia.

Jorge seguía sin tener una tarea concreta. Los días transcurrían y el témpano de hielo que lo separaba de su jefe se hacía cada vez más grande y frío. Pero al margen de las relaciones entre jefes y subordinados, la guerra continuaba con fuerza arrolladora. EI enemigo había abandonado los puestos militares del Carrizal y Ojos de Agua, lo cual permitía el contacto directo de la guerrilla con la población de esa zona.  El Coyolar, caserío ubicado en las cercanías deI Zapotal, estaba ocupado por unidades milicianas bajo el mando de Lencho. Prácticamente la subzona dos se encontraba bajo control guerrillero. Solamente quedaban seis puestos militares: San José las Flores, Guarjila, EI Jícaro, Las Vueltas, Potonico y San José Cancasque.
Desalojando al enemigo en esas zonas, el departamento de Chalatenango quedaría dividido en dos partes. Un Chalatenango rebelde y el otro gubernamental.

Los rumores de un operativo militar al puesto de Guarjila habían llegado a los oídos de Jorge.
– Mire, Jorge. Usted participará en una tarea – dijo Marito.
– ¿Qué tengo que hacer?
– Eso lo sabrá a su debido tiempo. Hoy por la tarde tiene que presentarse en el Roble.
Marito salió de prisa deI cuarto y se dirigió al Estado Mayor.
– Este cabrón realmente es ridículo – comentó Jorge dirigiéndose a Samuel que compartía por esos días la casa-cuartel con la sección de información y comunicaciones. Samuel era un hombre de confianza del Comandante Dimas. Había sido jefe deI pelotón dos y del pelotón de armas de apoyo. Actualmente sustituía a German como jefe interino de la sección de operaciones.
– Ja, ja, ja – rio Samuel, mientras se balanceaba en la silla, llevándose las manos a la nuca.
– Demasiado místico este Marito – dijo Jorge.
– Yo se cuál tarea te toca hacer – comentó Samuel. Tenés que hacer un croquis de Guarjila...
– ¡Aleluya! ¡La santa compartimentación! – exclamó Jorge sarcástico.
Por la tarde, Jorge se dirigió al local del Roble. En el camino se encontró, para su sorpresa, a Eugenio. Desde los días del Alto lo había perdido de vista.
– ¡Puta, Eugenio! ¿Qué te habías hecho? ¿Cuándo llegaste? ¿Cómo estas?
– Más o menos – respondió Eugenio con un gesto de desdén.
– ¿Cómo sigues de las almorranas?
– Siempre me joden. No puedo comer nada que contenga grasa – comentó.  ¿Y a vos cómo te va? Te ves bien...
– No creas. Estoy trabajando en la sección de información pero lo que menos hago es trabajar...
– ¿Yo pensé que seguías en la FES? – preguntó.
– ¡Qué va! La verdad es que no se por qué putas me quitaron de allí. AI menos en las FES aprendía algo nuevo todos los días. Ya tengo más de seis semanas de estar en la sección y lo único que he hecho es pelearme con el jefe...
– ¿Quién es tu jefe?
– Uno que ha llegado hace poco. Se llama Mario.
– ¿Bajito y colochito?
– Ese mismo. Acá le decimos Marito – respondió Jorge.
– Lo conozco.
– ¡Es tan esquemático! Más cerrado que niña virgen. Me tiene hasta la coronilla con la mística revolucionaria. Yo creo que hasta los pedos se los tira con mística...
– Vos sos desvergado – dijo Eugenio. Mira que te van a sancionar los “Comanches” – comento riéndose.
– A estas alturas de la vida...!me vale verga!
– Mirá que las sanciones están de moda – advirtió amenazante Eugenio.
El comportamiento y apariencia de indicaba que Eugenio no estaba pasando emocionalmente por buenos ratos. EI rostro expresaba un estado depresivo y de resentimiento.
– Los “comanches” me degradaron a nivel de combatiente – expresó sin ocultar un gesto de disgusto.
– ¿Por qué?
– No sé…
Eugenio ocultó deliberadamente la verdad de los hechos. Eugenio abandonó sin permiso el frente, hecho que era considerado como deserción.
– ¡Vale verga! – dijo. Si tengo que comenzar como combatiente, lo voy a hacer.
– A Netón parece ser que también lo han sancionado – comentó Jorge.
– Así parece – contestó Eugenio.

EI ataque al puesto militar de Guarjila le correspondió a la columna guerrillera número uno. A pesar de ser Lencho el jefe de la columna guerrillera, el ataque estaría dirigido por Ramón, destacado jefe guerrillero muy conocido en el frente norte.
Por la noche, las escuadras se dirigieron a ocupar sus posiciones de combate. Debido a la cercanía del lugar, el acercamiento se realizó alrededor de las once de la noche. Lencho no permitió que Eugenio combatiera. Los combates comenzaron a las dos de la madrugada. Alas cinco de la mañana todo había pasado.
– ¿Dónde está Lencho? – preguntó Jorge.
– Yo creo que se fue al pozo – indicó “cobija”, un guerrillero de corta edad, pero con cara de viejo, estirando los labios a la usanza salvadoreña.
Lencho aprovechaba el tiempo para refrescarse un poco. Ya se había bañado en la enorme pila de Guarjila cuando llegó Jorge.
– ¿Como salió la cosa? –preguntó.
– Bien – contestó Lencho. Algunos soldados lograron escaparse agregó, al tiempo que se tendía en el suelo a la par de Walter, quien descansaba junto al cañón “90 mm”.
– ¡Los hiciste mierda! – exclamó Jorge dirigiéndose a Walter.
La granada deI cañón, disparada por Walter, había entrado por el techo de la comandancia donde cinco soldados habían buscado refugio. Los cinco quedaron totalmente destrozados. Lencho se quedó dormido junto al M16. Walter y Jorge regresaron al caserío.
Jorge, hágase cargo de los prisioneros de guerra – ordenó Marito.
Los cinco soldaditos se encontraban sentados sobre las raíces de la ceiba real que con sus ramas frondosas cubría gran parte de la placita de Guarjila.
– ¡Capturamos a uno! – gritó un guerrillero mientras empujaba con la punta del FAL a un soldado semidesnudo. Solamente le habían dejado los pantalones, que estaban prácticamente deshechos por las esquirlas.
– ¿Quién es? – preguntó Jorge a un soldado herido.
– Ese es el cabo – contestó con voz suave.
– Tráiganlo para acá – gritó Jorge.
– ¿Cómo te llamas?
– Tomás – respondió asustado.
– ¿Cuál es tu rango?
– Soy recluta. Hace tres meses que me reclutaron a la fuerza – contestó.
– ¡Pobrecito el niño! – exclamó Jorge lacónico.
Ramón se acercó a Jorge.
– ¿Has visto a Lencho? – preguntó.
– Está en el pozo – contestó Jorge.

Ambos se dirigieron a buscar a Lencho, quien aún continuaba tendido en el suelo cuan largo y redondo era. Hubo necesidad de echarle unas gotas de agua en la cara para que se despertara.
AI cabo de unos minutos llegó Héctor, jefe deI pelotón uno de la columna guerrillera y se unió al grupo.
– Puta, Lencho – dijo Jorge. A ti te cogen dormido y ni cuenta te das…
Entre risas y carcajadas se escuchó una voz que salía de los arbustos cercanos a la pila de agua, diciendo: Eh, compas, ¡no disparen ¡ Me rindo, me rindo…
Todos miraron sorprendidos hacia el lugar de donde un soldado con el fusil en alto salía de su escondite.
– ¿Desde cuándo estás allí? – preguntó Ramón.
– Desde que comenzó el vergaceo – contestó el soldado.

Posteriormente, durante los interrogatorios a que fue sometido por Jorge, el soldadito comentó que bien pudo haber dado muerte a Lencho, cuando éste se quedó dormido. Pero no tuvo valor de hacerlo…

Dos semanas más tarde, las Unidades de Vanguardia atacaron exitosamente las instalaciones militares de Potonico, punto estratégico del enemigo situado a tan sólo cinco kilómetros de la presa hidroeléctrica deI Cerrón Grande. La planta hidroeléctrica estaba defendida por una compañía del cuartel de Chalatenango y una sección de la Guardia Nacional.
Samuel fue el encargado de comandar la emboscada de contención apostada en las cercanías de la presa. EI mando guerrillero había previsto que los refuerzos del enemigo llegarían precisamente desde ese lugar debido a la cercanía.
EI puesto de mando estratégico se ubicó en EI Alto. Desde el lugar se divisaba Potonico y la carretera que unía al pueblo con la central eléctrica.
Una escuadra de la FES, comandada por Manuelón estaba a cargo de la seguridad de los Comandantes Dimas y Jesús.
A las tres de la mañana el cielo se tornó naranja con las explosiones de las cargas acumulativas. La detonación de los “candiles” (granadas de mano artesanales) se escuchaba a lo lejos. La ametralladora M60 comenzó a hablar con su tartamudo lenguaje de fuego, mientras las ráfagas de los M16 delataban las posiciones de las escuadras  guerrilleras. Amaneció, y los combates aún continuaban. A las cinco de la mañana las luces de un vehículo en movimiento anunciaron la salida de los refuerzos. De pronto una explosión. Las luces del blindado dejaron de alumbrar. La mina antitanque había funcionado a la perfección. El combate en la emboscada había comenzado. A las nueve de la mañana los primeros aviones caza A 37 surcaron amenazantes el cielo. Las bombas arrojadas por los aviones cayeron en las elevaciones donde se encontraba la emboscada. El Comandante Dimas ordenó a Samuel permanecer en el lugar hasta nueva orden. Potonico aún no caía en manos de la guerrilla.

A la una de la tarde, Ramón comunicó por radio que Potonico estaba bajo su control. La sección de información se dirigió al pueblo. Jorge se encargó de dibujar el lugar y las trincheras del enemigo. La emboscada de contención evitó que los refuerzos del enemigo avanzaran por el camino. A las tres de la tarde, Samuel dio la orden de replegarse escalonadamente. EI enemigo comenzó a tomarse las elevaciones y avanzar rápidamente en dirección a Potonico. La gran cantidad de alimentos recuperados hubo que transportarlos en un camión hasta las faldas de la montaña.
A las cinco de la tarde los guerrilleros abandonaron el pueblo de Potonico. Veinte minutos después, una compañía del ejército salvadoreño retomó las posiciones. Jorge y Marito se encargaron de interrogar a los nueve prisioneros de guerra. Para Marito los interrogatorios era algo nuevo. Alejandro, el nuevo jefe de la sección política y personal, hizo acto de presencia y también conversó con los soldados. Alejandro y Marito, al parecer se conocían desde algún tiempo, pues se trataban con familiaridad.

Por la noche, Jorge extendió el plástico sobre el suelo deI corredor de la casa donde pasarían la noche.
– Compa, Jorge, ¿Puedo dormir a la par suya? – preguntó una guerrillera.
– Por supuesto – respondió Jorge, recordando que tenía más de diez meses de no dormir junto al cuerpo de una mujer. Las horas siguientes fueron de tortura y desvelo. La compita le había colocado la robusta pierna encima de las suyas.
Cuando Jorge le contó a Manuelón lo sucedido, éste le respondió: ¡Ay!, Jorgito, ¡usted por bruto no se la pisó!: ¡A mí no se me hubiera escapado! Y Jorge no dudó de sus palabras…



[1] Antonio Cardenal Calderas, ex seminarista jesuita nicaragüense muerto en una emboscada en las cercanías de Arcatao el 11 de abril de 1991. Conocido en el frente como “Chuzón”, debido a su gran estatura y fortaleza.
[2] Pedrito: Carlos Mauricio Linares Magaña

sábado, 20 de octubre de 2012

Cerca del amanecer...8

XXII. Invasión número dos

En los últimos días, el movimiento del enemigo en la región se había intensificado mucho. La avioneta exploradora sobrevolaba el cielo más tiempo que de costumbre. Algunos colaboradores de la guerrilla habían informado previamente de la concentración de tropas en la ciudad de Dulce Nombre de María. EI Ministro de Defensa anunciaba por la Radio Nacional que el fin de la guerrilla en Chalatenango se aproximaba. Días atrás los soldados del bataIIón de reacción inmediata Ramón Belloso habían juramentado frente al pabellón nacional fidelidad a la Patria. No cabía la menor duda que se avecinaba un ofensiva militar, ahora sólo faltaba deducir el plan de ataque del enemigo. Las exploraciones al cuartel EI Paraíso, por razones de seguridad, quedaron obviamente suspendidas. Todos los mandos guerrilleros deI norte se encontraban en estado de alerta. Felipón había enviado un mensaje pidiendo la colaboración de la FES en el plan de defensa de la zona de EI Higueral.

El ejército salvadoreño preparaba un operativo de aniquilamiento y limpieza en el Apolinario Serrano. EI plan castrense tenía como objetivo principal el lanzamiento de una ofensiva en tres etapas: la primera se llevaría a cabo en la región oriental de Chalatenango, la segunda se concentraría en La Laguna y EI Volcancillo, territorio donde se concentraba el mando estratégico rebelde, y una tercera fase que abarcaría la zona occidental. La idea táctica del mando enemigo consistía en ir empujando a las unidades guerrilleras hacia la región occidental, cercarlas estratégicamente y golpearlas en forma contundente. La misión principal estaría a cargo de unidades élites de los batallones Atlacatl, Atonal y Ramón Belloso.
Era la primera vez que el enemigo concentraba gran parte de su fuerza estratégica en un solo operativo.
A lo lejos se escuchaban el cañoneo y el bombardeo de los aviones. Su tronar llegaba de La Montaña y el Volcancillo. EI enemigo había comenzado la ofensiva donde realmente se esperaba: la sub-zona dos. Mientras tanto, en EI Higueral todo seguía supuestamente en calma.

Jorge se encontraba haciendo sus necesidades mayores al pie de un hermoso pino, cuando escuchó el zumbido de las hélices de los helicópteros de combate. Tres aparatos HUEY sobrevolaban el lugar donde se encontraban acampados. De las alturas deI Izotal, más al norte del campamento de las FES, llegaba el estrépito de las bombas de 500 libras al chocar con la tierra. EI campamento no podía ser detectado por los pilotos ya que estaba oculto en la espesura del bosque. De pronto, las ametralladoras M-60 comenzaron a escupir fuego desde el cielo, los proyectiles chocaban violentos en la tierra levantando partículas de polvo; los pedazos de ramas caían al suelo y astillas punzantes volaban raudas por los claros deI bosque. Un sentimiento de impotencia invadió a Jorge. Miraba hacia el cielo y los helicópteros continuaban sobrevolando en circunferencias y disparando con rabia y locura. Quería desaparecer, hacerse hormiga, meterse en cualquier hoyo. Detrás del tronco maldecía y maldecía. No había tiempo para los pensamientos, solamente la mirada fija en el punto negro y la esperanza de quedar vivo. Tal fue la tensión que no se había percatado de que aún estaba semidesnudo. EI ametrallamiento duró aproximadamente cinco minutos, los cuales se convirtieron para Jorge en una eternidad. Los momentos vividos habían sido tan intensos, que la diarrea desapareció como por arte de magia. EI esfínter del ano no permitió, después del bombardeo, dejar pasar ni la menor cantidad de excremento. A pesar de lo efectivo deI medicamento aéreo, Jorge prefirió seguir tratándose los malestares estomacales con medicamentos más convencionales y menos invasivos: Bactrina.
– ¡Jorge! – gritó Manuelón.
– Aquí estoy – contestó, mientras terminaba de limpiarse...
– ¿No le pasó nada?
– No. ¿Y a ustedes?
– Tampoco. Apúrese que ya nos vamos – ordenó.

Ese mismo día los comandos de la FES ocuparon el sector sur de EI Higueral en las cercanías deI río Tilapa. Por ese lugar se esperaba que avanzara el enemigo. Felipón había ordenado el minado da algunos accesos al caserío. Por la tarde, Manuelón y su gente se retiraron a las partes altas de la zona. Al llegar al Higueral no encontraron a nadie. La gente de masa había abandonado el caserío y de los mal armados guerrilleros no quedaba ni la sombra.

– Vámonos para el campamento– ordenó Manuelón.
En el campamento encontraron una nota firmada por William: "…Compa Manuel, los esperamos hasta las cuatro de la tarde. EI enemigo avanza por el sector occidental. Nosotros nos retiramos al Izotal. Buena suerte... "
Sin ponerse a pensar mucho, Manuelón ordenó la retirada y se dirigieron al Izotal. A la media hora de marcha alcanzaron a un guerrillero más asustado que chompipe[1] en Navidad. Felipón le había dado la orden de esperar a Manuelón en EI Higueral y evitar así que éste se dirigiera hacia el sector occidental del caserío donde supuestamente avanzaba el enemigo. Le había entrado miedo y se retiró sin esperar a los compas de las FES.
– ¡Imagínate, Manuelón!, Si no es por el mensaje de William, nos hubieran agarrado cagando. Y todo por este pendejo – comentó Jorge, pensando en el ataque de los helicópteros horas atrás...

La neblina envolvía la vegetación en el campamento del Izotal. Las manchas negras en el cielo anunciaban lluvia. EI viento frío estremecía los cuerpos sudados. Esporádicamente caían gotas de agua sobre la tierra. EI lugar estaba rodeado de hileras de pinos y árboles de mango. Las plantas parásitas se aferraban a la corteza de los árboles; orquídeas de diversos colores adornaban las ramas gigantes de los copinoles. En el suelo se arrastraban los helechos y palmas enanas. Las telas de araña colgaban en las paredes arcillosas, parecían cortinas blancas humedecidas por la niebla. Los musgos formaban un enorme colchón verde, donde saltaban alegres infinidad de bichitos tropicales. Miles de hojas y ramas marchitas adornaban las entradas de las cabañas de lata y cartón donde alojaban los pobladores. Un enorme cráter de doce metros de diámetro mostraba la tierra roja abierta por la explosión de una bomba. Junto a un pino caído se levantaba un hormiguero gigante que parecía un pequeño volcán en permanente erupción. Hormigas de gran tamaño transportaban con sus fuertes tenazas miles de hojas y cadáveres de insectos. Parecía que ellas también se preparaban para enfrentar la invasión militar. EI cielo cubierto por las nubes grises ofrecía un aspecto triste y melancólico. La noche se acercaba.

Una escuadra del pelotón tres, comandada por Cesario, había logrado romper el cerco tendido por el enemigo en el caserío El Comón. La alegría invadió el Izotal. Los guerrilleros se saludaron muy emocionados. Mientras tanto, Tino y Jorge conversaban con Andrés acerca de los pormenores del operativo militar. Ambos se encontraban de pie, sujetando con sendas manos el alambre sujetado a dos pinos y que era utilizado para tender la ropa de los pobladores. De pronto, se escuchó un estruendo seco y grave. Tino y Jorge fueron lanzados con violencia al suelo. Los demás guerrilleros corrieron a las trincheras, pensando que se trataba de un ataque enemigo. Jorge comprendió de inmediato lo que había sucedido, al verse la mano derecha, aún inmóvil e insensible por el golpe recibido. La mancha negra de la quemadura había sido producto de un choque eléctrico. EI rayo que cayó en seco, destruyó un pino seco que se encontraba a diez metros de distancia del lugar donde conversaban los guerrilleros. La casita de cartón al pie del árbol no sufrió ningún daño. EI rayo en seco fue la antesala de un terrible aguacero y en cosa de minutos comenzó a llover con furia, Jorge se puso el impermeable europeo, a sabiendas que todo intento de protegerse de la lluvia seria inútil. EI pobre impermeable azul había sido diseñado para las lloviznas civilizadas de Europa y no para las violentas tempestades de países subdesarrollados.

Buscaron un lugar donde pasar la noche. EI agua corría por el suelo, y las goteras del techo de madera se habían transformado en regaderas. Con los uniformes completamente empapados y el frío de la montaña, los guerrilleros de las FES no lograban conservar ni la más mínima cantidad de calor. Por instinto natural, se fueron agrupando cada vez más hasta conformar un bulto amorfo de pies, brazos y cabezas. Jorge se revolcaba en el charco de agua tratando de encontrar en la coIcha un pedacito seco. Lo único que deseaba era que amaneciera lo más pronto posible o por lo menos que dejara de llover. AI parecer, Tláloc, el dios de la lluvia, estaba en alianza con el enemigo y mandaba la lluvia con más furia.
– “… ¿Verdad que te habías imaginado diferente la guerra...?" – se preguntaba a sí mismo, mientras trataba de seguir el ejemplo de sus camaradas, quienes habían logrado vencer las inclemencias del tiempo y dormían profundamente.
La memoria le traía recuerdos cálidos de antaño. Por fin había recibido la noticia de su viaje a Alemania. Un día antes del allanamiento del recinto universitario en 1972, Jorge se encontró a un antiguo compañero de colegio. Ambos estaban matriculados en Áreas Comunes.
– Fíjate que me voy para Europa – dijo Jorge mostrando toda su alegría.
– No jodas – exclamó sorprendido el otro. ¿Cuándo te vas?
– ¡En seis semanas!

La Europa de Jorge tenía sabor a libros de historia universal matizados con colores primaverales. Era la cuna de la ciencia, el arte y la cultura. EI “Mont Blanc” de la intelectualidad. Se imaginaba la neutral y pacífica Suiza con sus vacas haciendo sonar alegremente sus campanas, mientras pastaban tranquilas en las verdes praderas de Graubuenden. Atrás venía la disciplinada y laboriosa Germania con su uniforme pardo y botas negras marchando a ritmo de ganso. Laboriosa construía caminos a través de la Selva Negra, fabricaba cerveza y comía perniles de chancho. Paseando por el Sena y con sus senos coquetos, aparecía la amorosa Francia, cargando bajo el brazo una baguette recién salida del horno. Cientos de simpáticos parisinos pintando cuadros en Montparnesse, tomando vino y comiendo queso. Al sonar de un fandango bailaba una morena piel canela haciendo traquetear las castañuelas acompañada por un torero de pantalones ajustados y con pinta de maricón. La Bella Italia arrullada en una góndola al compás de un “0 sole mio”. EI Big Ben marcando las cinco, y un noble Lord inglés preparándose a tomar su tea. Luego entraba en escenario una rubia desnuda de trenzas vikingas, con cara de lujuria y sexo pornográfico, que reía a carcajadas gozando el bacanal a las orillas de un fiordo. Por último, venía Sisi emperatriz, virginal y candorosa, bailando al compás de un vals vienés. La “Europa” de Jorge parecía documental de "EI Mundo al Instante". EI deseo estudiantil se había transformado en realidad y pronto marcharía a conocer lo desconocido, cosa que le violentaba la paciencia. Se imaginaba haciendo el amor a francesas, suizas, alemanas, austríacas, españolas.

Y llegó el día en que puso pie en tierras extrañas. Venía con aires de conquistador. Se internó en laberintos de cemento y ruinas con olor a cámaras de gas. Los zombis rubios ambulaban por las calles cargando sus bolsas de polietileno llenas de carne, leche y pan. Aparecían por todos lados. Las calles llenas de fantasmas de miradas frías se cubrían de blanca nieve. La fulminante expresión de aquellos ojos suásticos terminó de congelar el cuerpo de Jorge. Un zombito de ojos azules y dorados cabellos, se refugiaba detrás de la mamá, sin ocultar su pavor, aferrado al abrigo de invierno, temiendo ser devorado vivo por aquel salvaje de pelo negro. Jorge se tragó en silencio la ofensa, entre la risa burlona y contenida de la madre que con gestos mecánicos trataba de explicarle al futuro autómata que la “cosa-esa-de-pelo-negro”, por suerte, no mordía. Era la primera vez que sentía en carne propia el desprecio humano a todo lo que no fuera blanco y rubio. Los dientes le rechinaban, el calor de la rabia interna le salía resoplando por las ventanas nasales, evaporándose de inmediato. Las manos cubiertas con guantes baratos sostenían una bolsa de plástico revestida con el emblema anaranjado y azul de la cadena de supermercados Plus. La violenta vibración de los músculos le apretaba el corazón, sentía un deseo de volver a su cálido terruño. Entonces extrañó la sonrisa amable de la señora de la tienda en la esquina de su casa, añoró el "buenas tardes,  ¿qué va a llevar...?", pensó en el gesto cordial del ferretero, del panadero...quienes, a pesar de ser pobres, negros, mestizos e incultos, sí eran humanos. Jorge se sintió indio, campesino, negro, amarillo, mestizo, extranjero...un millón de veces extranjero.

La “Europa” colorida de tarjetas postales se mostraba desnuda en las calles, en los almacenes, en las fábricas. Los senos resecos y las piernas flacas de la muerte paseaban todavía por Dachau y Auschwitz. No era el hermoso cuerpo de la Bardot, ni el rostro ingenuo de la juvenil Schneider. Era el cuerpo putrefacto de un cadáver condenado a vivir en el presente, haciéndonos recordar el pasado. Las algas de las dos guerras mundiales se enquistaban en los monumentos, los ríos de cadáveres uniformados desembocaban en la “grandeza y superioridad” de la raza aria. La cristalina agua del arte y de la música lentamente se había ido pudriendo. EI Danubio había dejado de ser azul, el hermoso Rin de los Nibelungos se había transformado en serpiente inmunda, preñada de venenos químicos y atómicos. Era el precio que el capitalismo alemán tenía que pagar en la época dorada del “milagro económico alemán”. La imperial y majestuosa Europa, soberbia y soberana, dueña de mil colonias, vencedora de los mares, vociferaba por las calles en los albores de la década del setenta, abriendo el hocico cuanto podía, mostrando sus carcomidos y amarillentos dientes.
¿Dónde se habrían metido los Shakespeare, los Machado, los Alberti, los Boll, los Brecht, los Mann, los Goethe, los Mozart, los Bach?
¿Por qué no protegían los transeúntes hamburgueses al pobre gitano, al que pisoteaban en la cuneta las hordas salvajes vestidas de negro? Sin embargo, las ánimas con sus botas de invierno pasaban de largo, evitando pisotear las manchas rojas en la nieve, temiendo ensuciarse. No había tiempo para esas cosas, era Navidad y había qua apresurarse a casa para dar gracias a Dios y cantar el Heilige Nacht...[2]

En el círculo estudiantil se discutía a Marx, Engels y se recitaba el ¿Qué hacer? de Lenin. Cuando a Pepe le bajaban sus impulsos guerrilleros, hablaba con tanta vehemencia que olvidaba por momentos las fábricas de su padre en Monterrey y volaba muy lejos, llevando en sus hombros un fusil y en la espalda la mochila. Se veía atravesando llanuras, montes y ríos. Su discurso era interrumpido cada vez que inhalaba el humo del pucho de marihuana. La única vez que el platónico guerrillero había utilizado la mochila de campaña, comprada en un negocio de prendas usadas del ejército alemán, fue cuando dio un paseo por la Selva Negra en un verano caliente.

También había conocido la Europa del exilio chileno, uruguayo y argentino. Era la Europa refugio, destierro y albergue de los perseguidos y torturados de América Latina. Era la Europa de las empanadas y el pisco sour, la Europa del charlatán y arribista, la del socialista arrepentido, la del futuro socialdemócrata, la del politicastro parásito de la solidaridad internacional, la del revolucionario consciente, honesto y proletario.
Y sucedió que un día se vio repartiendo panfletos en el comedor universitario, discutiendo la actividad por Nicaragua, cantando sin vergüenza para recaudar fondos. Se vio trabajando a destajo junto a turcos y españoles, Iimpiando ventanas con los dedos agarrotados por las nieves del norte. Entonces llegó el día que comenzó a crecer y convertirse en Hombre. Leyó libros y revistas, se bañó en la ciencia y conoció los secretos de la técnica, se sentó frente a un escritorio, dibujó máquinas estériles, planificó estaciones y subestaciones eléctricas. Entonces sucedió que una noche uno de esos fantasmas que deambulaban por las calles desiertas quiso ofenderIo y se sintió más digno. EI zombi ebrio vagó por el callejón oscuro de la ignorancia hasta caer de bruces en la mierda de su xenofobia. Entonces llegó el día en que conoció la otra Europa, solidaria, fraterna y combativa...
Entonces fue cuando Jorge se sintió chileno, argentino, nicaragüense. Se sintió latinoamericano, ciudadano del mundo...

Jorge, que no conseguía quedarse dormido, trataba de ganar calor recogiendo las piernas. Lentamente dejó de llover. El cansancio del cuerpo pudo más que la humedad y el frío, y se quedó dormido con el sabor de haber revivido el pasado.

EI enemigo había atacado con furia la subzona dos. EI bombardeo a los campamentos de La Laguna y La Montaña, así como a la subzona tres, habían tenido el objetivo de fijar las fuerzas guerrilleras en el terreno. Los cobardes soldados deI batallón Atlacatl demostraron sus cualidades combativas persiguiendo a mujeres, niños, ancianos y enfermos. Algunas madres murieron ahogadas junto con sus hijos al querer cruzar el Sumpul en dirección a Honduras.
Sin embargo, había que reconocer que el servicio de inteligencia enemigo había operado con todo éxito. Cuando el “huesudo” (helicóptero Lama[3]) llegó a bombardear los campamento de La Laguna, sabía con precisión a lo que iba. Las bombas de 500 libras cayeron justamente en los lugares más importantes: El Estado Mayor, el hospital, el puesto de mando de las FES y el puesto de armas de apoyo. Mientras esto sucedía en el frente norte Apolinario Serrano, las fuerzas guerrilleras en Morazán aprovecharon que el enemigo había concentrado su fuerza estratégica de choque en Chalatenango, para golpear contundentemente al ejército en el frente oriental. La brigada Rafael Arce Zablah del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) emboscó a una compañía en San Fernando, requisando numerosas armas y munición.
EI mando militar se vio obligado a enviar refuerzos para evitar el aniquilamiento de sus tropas, estratégicamente cercadas en el oriente del país. EI proyecto de terminar con la guerrilla en Chalatenango quedó truncado en la segunda fase de implementación (fijación de la guerrilla en el terreno). EI ejército gubernamental demostró que era incapaz de mantener el accionar operativo de sus tropas en diferentes teatros de operaciones.

XXIII.  El Volcancillo

La vida continuó su curso en La Montaña. Las unidades guerrilleras que habían sido desplazadas a raíz de la ofensiva militar del campamento de La Laguna, se reubicaron en las faldas del Volcancillo. Manuelón y los comandos de las FES se dirigieron a ese lugar, después de recibir la orden de regresar a la subzona dos. Al llegar al nuevo campamento fueron recibidos entre abrazos y alegrías. Manuelón dio el parte de guerra. La misión de exploración del cuartel El Paraíso había sido cumplida con todo éxito.
– Jorge – dijo Felipito. Sus pertenencias las tenemos aquí.
– ¡Qué bueno! Yo pensé que se habían perdido – contestó contento.
Felipito entregó un mensaje a Jorge, en el cual le comunicaban que tenía que presentarse en el puesto de mando de las unidades da vanguardia.
EI agua del pozo estaba bastante fría y el potente chorro que bajaba desde el Volcancillo formaba una especie de catarata. Jorge, que siempre había sido cobarde para el frío, dudó en meterse a la ducha natural, pero al verse los pies cubiertos de tierra y percibir el agrio y fuerte olor de las axilas, decidió bañarse. Después del necesario aseo personal y del urgente lavado de ropa, se vistió de civil para variar un poco: blue jeans, camisa azul, calzoncillos y calcetines nuevos.
Jorge había prometido a Manuelón un blue jeans y una camisa. Y cumplió su promesa. El equipaje original se había reducido a un pantalón y una camisa que guardaba en casa de doña Nila. EI impermeable azul ADIDAS, frente a los rotundos fracasos, fue a parar a otras manos. Solamente se quedó con las medicinas y la chaqueta. Esas pertenencias eran como un tesoro para Jorge.

Siguiendo las instrucciones recibidas, Jorge se dirigió al puesto de mando. EI camino era una antigua vereda que con el tiempo se había llenado de vegetación. EI ir y venir de la tropa había tronchado los débiles tallos de los arbustos. En torno, todo estaba silencioso, parecía que la enorme montaña dormía, meciendo con su aliento las ramas de los árboles. El ambiente cargado de resina de los pinos se adornaba con las mariposas coloridas que revoloteaban alegres y despreocupadas.
El cuerpo erguido de un árbol gigante ofrecía orgulloso su sombra. Los helechos milenarios decoraban majestuosos la vertiente cristalina que brotaba del corazón de la montaña. Era el verde vergel de rosas salvajes, de maleza rebelde e indomable. Madre tierra que recibía en su lecho las semillas transportadas por el viento. Virgen india vestida de lianas y nidos abandonados. Esponja de roció y lágrimas matinales. En lo alto de un guarumo descansaban los zopilotes en espera de la carroña. Por doquier, la mierda blanca de las aves de rapiña que se mezclaba con el humus natural. EI frescor de la mañana se impregnaba del olor a lodo podrido y hojas pisoteadas.
El puesto de mando se encontraba en las faldas del VolcanciIIo, oculto bajo las sombras de los pinos. El toldo de camión, a guisa de tienda de campaña, servía de techo a una enorme mesa de madera.

– ¡Permiso para hablarle, camarada German!
– ¡Come mierda, cabrón! – contestó –sabiendo que se trataba de una broma de Jorge.
–  Dicen las malas lenguas que le diste golpe de estado a Dimas…
– Seguro que fue el Memo – exclamó.
– ¿Dónde está Memo? – preguntó Jorge, ignorando que éste se encontraba también en el campamento.
– Está viviendo en la cabaña de la escuadra de exploración – contestó German.
– ¿Cómo ha seguido Juancito? ¿Ya está mejor?
– También está viviendo allí.
German había asumido el mando interinamente de las UV/FES debido a la ausencia del Comandante Dimas.
– Desde ahora ya no trabajarás más en la fuerzas especiales – dijo German.
– ¿Por qué?
– Porque así lo he decidido yo.
– ¿Felipito ya sabe de tú decisión?
– Sí.  Bueno, déjate de tanta pregunta y poné atención a lo que voy decir.
– ¡A sus órdenes camarada!
– Te vas hacer cargo del equipo de comunicaciones...
– ¿Y Ramiro? – preguntó Jorge.
– Esas son las comunicaciones del Estado Mayor – indicó. Las Uve tendrán su propia sección de comunicaciones.
– ¿Van a formar entonces una Plana Mayor?
– Exacto. La sección de comunicaciones estará subordinada a la sección de operaciones – explicó German, al tiempo que dibujaba sobre un papel en blanco el esquema jerárquico.
– ¿Quién será mi jefe superior inmediato?
– Yo.
– Pero tú sigues siendo el jefe del destacamento uno – cuestionó Jorge.
– Ahora ya no.
– ¿Quién es ahora el jefe del destacamento?
– Chuz Mil.
–  ¿Y ese quién es ese? – preguntó Jorge extrañado.
– No lo conoces. Es un compa que llegó hace poco.
– ¿Quiere decir que tú serás el jefe de operaciones?
– Así es.
Jorge regresó al campamento de la FES. Entre alegría y tristeza se despidió de los comandos. Felipito, portando un colt 44 en la cintura, le estrechó fuertemente la mano y le deseó buena suerte las próximas tareas.

La guerrilla se preparaba para golpear al enemigo en el marco de una ofensiva a nivel nacional. La Comandancia de las FAPL había elegido tres objetivos militares: Ojos de Agua, Carrizal y una avanzada móvil en las elevaciones del Jícaro. La primera tarea que recibió Jorge fue la de construir la cabaña donde trabajaría la sección de operaciones. La segunda: interrogar a campesinos que habían sido capturados en las cercanías de Ojos de Agua y sospechosos de colaborar con el enemigo.

La hora cero había llegado. La ofensiva militar denominada “Chalatenango y Morazán, juntos vencerán" comenzaría dentro de las próximas horas. Pocos días habían transcurrido desde la última invasión. El enemigo no esperaba el ataque. Con este operativo militar, la guerrilla demostraría que estaba en condiciones táctico-operativas de reagrupar, concentrar sus fuerzas y de contratacar al ejército salvadoreño a nivel nacional. La época de las “guindas en desbandada” había llegado a su fin. La guerra revolucionaria había entrado a una nueva fase de desarrolló.
A Jorge le correspondió la misión de trabajar como radista operativo del destacamento comandado por el “Conejo William”. La popularidad del “Conejo William” se basaba en el hecho de ser uno de los pioneros de la guerrilla en el frente norte. Muchas veces había resultado herido en los innumerables enfrentamientos con el enemigo, pero en los combates de Nueva Trinidad sucedió algo inaudito, según los comentarios del médico Benito: .Al Conejo le había tocado dirigir un sector de fuego cubierto por las escuadras del pelotón uno. EI “Conejo William” se había parado para trasladarse a otro lugar, cuando la ráfaga de “la punto-treinta” lo tumbó violentamente al suelo. EI proyectil le atravesó la región cardíaca, justamente en el momento en que el corazón bailaba al compás de la diástole.
Benito decía que el caso del “Conejo William”, algún día aparecería en la sección de “Aunque usted no lo crea, de Ripley”. En cualquier caso, el “Conejo” tenía los huevos más grandes que un toro de Lidia. Era todo un ejemplo de valentía.

El Carrizal estaba ubicado al nororiente del Volcancillo, en las cercanías del río Sumpul y la frontera con Honduras. La columna guerrillera partió aI atardecer rumbo al Carrizal. EI objetivo inmediato era alcanzar la calle de tierra, que saliendo desde la ciudad de Chalatenango, circunda el complejo montañoso en cuyo epicentro se encuentra el Volcancillo. EI desplazamiento sobre la carretera les facilitaría la marcha nocturna. Al poco rato, la columna alcanzó la calle de tierra a la altura del caserío Vainillas. Allí hicieron una espera para permitir que la noche participara también en el operativo y evitando de esa forma, ser detectados por los pobladores del caserío. Desde el lugar de espera hasta el objetivo final había aproximadamente cuatro kilómetros. El grueso de la columna se aproximaría al Carrizal por el occidente, mientras dos escuadras penetrarían por el sector suroriental del pueblo.

Alrededor de las dos de la mañana se inició el ataque en el puesto militar de Ojos de Agua y EI Jícaro. En el Carrizal el factor sorpresa se perdió debido a que las unidades aún no habían ocupado sus posiciones de combate. El enemigo ya alertado de lo que ocurría en Ojos de Agua se preparó para un eventual ataque guerrillero. Las escuadras que cubrirían el sector oriente y suroriental se retiraron , creyendo que el ataque se había suspendido, lo cual, desde el punto de vista de la disciplina militar, significaba una falta gravísima que atentaba contra la seguridad del resto de los combatientes.
EI puesto de mando se ubicó a treinta metros de la primera línea de fuego. Cuando el RPG-2 rompió el silencio nocturno, el enemigo se encontraba ya en posición de combate. La noche se iluminó de fogonazos rojo anaranjados. Las balas trazadoras dibujaban en la oscuridad sus trayectorias y las llamaradas rojizas de los fusiles en ráfaga relampagueaban alumbrando los apagallamas.
– Saturno de Plutón, Saturno de Plutón... ¿me escucha?
– Adelante Plutón, aquí Saturno…
– ¿Está listo para recibir...?
– ¡Adelante!
– ¿Cómo está la situación?
– Aún no tenemos información directa...
– Páseme a Plutón... – reclamó el Comandante Valentín[4].
– Plutón no está aquí – contestó Jorge.
– Cuando llegue, que informe de la situación... Cambio y fuera...
–... Entendido... Cambio y fuera...
Las comunicaciones se habían iniciado exactamente a las cinco de la mañana según lo acordado por el mando estratégico.

Jorge conversaba con el jefe de los sanitarios operativos sentado sobre las gradas de piedra que conducían a la cocina de la casa que habían ocupado como puesto de mando. De pronto, se escuchó una explosión en el techo de tejas de la casa. Instintivamente se arrojaron al suelo creyendo que se trataba de un ataque enemigo. Inmediatamente se retiraron del lugar y tomaron posiciones combativas en el traspatio de la casa. A Jorge le zumbaban los oídos. Tomó la gorra que estaba llena de polvo y partículas de teja y la sacudió sobre la pierna derecha. Regresaron al corredor de la casa después de permanecer veinte minutos  a la espera del enemigo.
La diosa fortuna había vuelto a cubrir con su manto protector a Jorge: La granada M-79 había explosionado exactamente encima de su cabeza. Sí la viga de madera no se hubiera interpuesto entre la trayectoria de la granada y Jorge, el proyectil le hubiera destrozado todo el cuerpo. El madero largo y rectangular ennegrecido por el hollín de la cocina quedó partido en dos en el lugar donde impactó la granada. Sintió la cabeza llena de diminutos grillos y el zumbido del oído derecho se hacía cada vez más insoportable.
– Realmente que sos blindado – comentó Tato, el paramédico. A vos te deberían mandar a desactivar minas...
– iVale verga! – exclamó Jorge, pensando que por tercera vez escapaba de las garras de la muerte maquillada con TNT.
Al cabo de unos minutos regresó el “Conejo William”. La situación operativa no había cambiado mucho. El enemigo continuaba en sus respectivas trincheras. William mandó a llamar a Walter, operador deI cañón 90mm. La idea del Conejo era de atacar con esa arma la casamata del sector sur. Walter recibió la orden y se retiró. Los minutos transcurrían y el estruendo deI cañón sin retroceso no se escuchaba. Al ver que no pasaba nada, el “Conejo William” decidió informarse personalmente de la situación.
– Veníte conmigo, vamos a ver qué putas pasa – se dirigió a Jorge.
Jorge tomó el M-16, se colgó el walkie-talkie en el cuello y se acercaron al lugar donde se encontraba Walter limpiando el mecanismo de disparo del cañón.
– ¿Qué putas pasa? – preguntó irritado el “Conejo William”.
– Esta mierda estaba húmeda – contestó Walter, terminando de secar con un trapo las partes humedecidas del arma.
Se encontraban en una loma desde la cual se divisaba, a sesenta metros de distancia, la casamata de piedra, donde tres soldados armados con una ametralladora M60 hacían imposible el acceso en esa dirección. Walter se arrastró con el cañón al hombro y se colocó junto al tanque de cemento que abastecía de agua potable al pueblo. Al parecer los soldados lo habían detectado, pues una lluvia de balas comenzó a surcar por encima de sus cabezas. William y Jorge se arrastraron para retirase de la posición en que se encontraban.
– ¡Y vos qué putas estás haciendo aquí! – gruñó el “Conejo”, viendo al guerrillero con el FAL en el suelo.
El combatiente estaba pálido y temblaba de miedo.
– Andá a cubrir tu posición inmediatamente – ordenó gritando el “Conejo William”.
EI compita se alejó sin rechistar. Se ubicaron detrás de una loma, para protegerse de los proyectiles. De pronto se escuchó el ruido ensordecedor del 90. Minutos después, los guerrilleros tomaron por asalto la casamata.
Jorge informó inmediatamente al Comandante Valentín, viendo como los compañeros avanzaban en abanico a tomar nuevas posiciones. La posición más protegida por el enemigo había caído en manos guerrilleras.
El resto sería sólo cosa de un par de horas. 

En Ojos de Agua la situación se había definido al amanecer a favor de los rebeldes. Eran las once de la mañana cuando el ruido de los helicópteros se escuchó en dirección a La Laguna. Al cabo de dos minutos, dos aparatos blindados volaban rumbo a Ojos de Agua. Las tropas del “Conejo William” aún combatían en la parte norte del Carrizal. Los helicópteros volvieron a la zona donde todavía se combatía y comenzaron ametrallar las elevaciones en torno al pueblo. El “Conejo William” y Jorge se encontraban bien ocultos entre la vegetación, solamente la mala suerte podía contribuir a que algún proyectil los hiriera. EI intento del enemigo de contener la avalancha guerrillera no fue más que una gota de agua sobre una piedra ardiente. Los gritos de victoria se escucharon desde el centro del Carrizal. El enemigo había sido derrotado.

– ¿Tenés hambre? – preguntó el “Conejo William”.
– Si. – contestó Jorge sin pensarlo demasiado.
– Vamos a ver en esa casa – señaló con el dedo.
En el interior de la casa se encontraban una mujer y dos niños.
– ¡Buenas tardes compa! – saludaron los dos guerrilleros.
La mujer no contestó el saludo.
– ¿Tiene algo para comer? – preguntó William.
– Solamente tengo frijoles y tortillas – contestó secamente la mujer.
En el patio de la casa varios cerdos se revolcaban en el lodazal. Las gallinas con sus pollitos picaban la tierra en busca de alimento. Se trataba de una familia campesina bastante acomodada. Ciertamente era la casa del comandante local de ORDEN. El “Conejo William” lo sabía pero no se lo comentó a Jorge.
– ¿Está sola? – preguntó el Conejo.
– Solamente estamos los dos cipotes y yo – respondió.
– ¿Y su marido?
– Ya tiene varios días de andar por San Salvador – contestó la mujer, intuyendo las razones de la pregunta.
– ¿Podemos echar una miradita adentro?
– ¡Claro! Pasen nomás – respondió la campesina.
En la casa efectivamente sólo se encontraban las personas que la mujer había indicado, pero sí había mentido al decir que su marido estaba en San Salvador. El hombre se había escapado en la madrugada. Había sido el campesino que Tato y Jorge habían detenido, sin saber que se trataba del comandante de ORDEN. Como iba desarmado y más asustado que chancho en matadero, lo habían dejado irse.
Después del almuerzo se dirigieron al centro del pueblo. Jorge se dirigió a la comandancia en busca de material informativo que pudiera servir a la sección de operaciones. Ese día se requisó mucho material, entre otras cosas, un televisor. Nadie comprendía las razones que motivaban a Jorge a insistir tanto en que el aparato debería ser forzosamente transportado. Al final le tocó a él mismo transportarlo hasta el Volcancillo. En España se celebraba el mundial de fútbol y le había prometido a Netón que traería el televisor para ver algunos juegos. Después que las unidades de vanguardia se retiraron, el Carrizal fue ocupado por las unidades milicianas, comandadas por Lencho. Nueve soldados consiguieron escaparse, precisamente, por el lugar que por negligencia e indisciplina, habían abandonado las dos escuadras. En desbandada cruzaron el Sumpul y se internaron en territorio hondureño, donde fraternalmente fueron acogidos y socorridos por el ejército catracho.
La ofensiva guerrillera a nivel nacional había sido un gran éxito.

Después de los combates, la vida se normalizó en el campamento. Ramiro, Memo y Juancito se preparaban para salir del frente; solamente esperaban la llegada de Dimas Rodriguez y Salvador Guerra. Mientras eso ocurría, Ramiro continuaba trabajando en la sección de operaciones del Estado Mayor. Memo y Jorge se encargaban de recopilar los informes que las escuadras de exploración de la FES/UV iban reuniendo diariamente.

El 14 de Junio, Jorge se dirigió al campamento deI Estado Mayor a disfrutar el partido de fútbol Italia versus Polonia. EI motorcito de gasolina se encontraba en un hoyo para silenciar los ruidos. AI Estado Mayor solamente se podía entrar con permiso especial. ÉI había sido invitado por Netón. EI partido no llenó las exigencias de los televidentes, los comentarios eran diversos y de variados matices. EI fútbol polaco había bajado mucho de calidad en los últimos años. Al parecer, no solamente el deporte polaco se encontraba en crisis. En la montaña aún no se tenía conciencia de lo profundo y serio de la situación política de Polonia. Radio Moscú y Radio Habana Cuba informaban diariamente acerca de los éxitos alcanzados por el nuevo gobierno dirigido por el General Jaruzelski. EI recién fundado sindicato “Solidaridad” y su máximo dirigente Lech Walesa eran acusados de reformismo y de ser cabeza de playa de la contrarrevolución. Nadie en la montaña se preocupaba de profundizar en los problemas profundos que estaba experimentado la sociedad socialista polaca. La dinámica de la guerra y la falta de orientación político-ideológica fortalecían la falta de interés por los problemas económicos mundiales, los cuales, para muchos “cuadros dogmáticos” de las “Efe”, seguían siendo un ejercicio mental para los intelectuales. EI pragmatismo político se había convertido en el método de trabajo de las instancias partidarias. La lucha de clases a nivel internacional y con ello la crisis del socialismo a escala mundial era, para algunos dirigentes, un fenómeno tan lejos de EI Volcancillo que preocuparse de ello era tiempo perdido. ¡Qué tenía que ver todo eso con la guerra de liberación en El Salvador!


Trabajar con German no era cosa sencilla. Le disgustaba el estilo demasiado académico de Jorge y a este la intransigencia del jefe militar. A pesar de todo, entre ambos existía cierta simpatía y mutuo respeto. Físicamente se parecían un poco. Cierto día que Jorge se afeitó la barba, siguiendo los consejos del Negro Hugo, una compañera lo abrazó confundiéndolo con German. A pesar de todo, probablemente el “choco” German era  uno de los mejores militares guerrilleros, a nivel táctico-operativo, que tenían las FPL-FM en esos momentos.

AI regresar el Comandante Dimas, German le expuso los cambios realizados a nivel de las estructuras militares. Muchas cosas fueron vetadas por el Comandante, entre ellas, la tarea asignada a Jorge. Cierta noche se encontraban reunidos varios Comandantes, miembros de la Comisión Política de las “Efe” en local de German. Julio se acercó a Jorge, quien fungía como centinela.
– ¿Que pensás del trabajo de partido? – preguntó Julio.
Se trataba de Julio, un cuadro de dirección, que recién había ingresado al frente.
– Yo lo encuentro muy débil – respondió Jorge. Desde que ingresé al frente no he tenido atención partidaria,  reclamó a guisa de ejemplo.
– ¿Cuáles son las cosas que crees  que funcionan mal?
– Me parece que hay poco interés en la construcción del partido y hay mucho dogmatismo en algunos compañeros...
– Pero es que en este momento, la guerra exige que concentremos nuestros esfuerzos en la construcción del ejército popular –interrumpió Julio.
– Yo también estoy de acuerdo en la necesidad de fortalecernos militarmente, pero creo que no es correcto que al interior del partido se sustituya el centralismo-democrático por el mando único centralizado – respondió Jorge.
– Eso es cierto – comentó Julio, encendiendo un cigarrillo.
– Hay otra cosa que me parece muy negativa – continuó Jorge hablando. Es el exagerado “comanchismo” de algunos compañeros que consideran a los Comandantes como si fueran seres más allá del bien y el mal.
– ¿Querrás decir caudillismo? – corrigió Julio.
– No, no. Yo pienso que el “comanchismo” se diferencia del caudillismo...
– ¿En qué? – preguntó Julio.
– Bueno. En primer lugar, el hecho que algún compañero tenga el grado de Comandante no lo coloca automáticamente en un plano superior al resto de los militantes. Jerárquicamente sí, pero en el plano de las relaciones político-ideológicas no puede haber diferencias. En segundo lugar, el “comanchismo” se fundamenta más en la cuota de poder militar que en otra cosa. Muy distinto es el papel de un líder auténtico, alguien que a lo largo de su vida ha luchado por los intereses de las clases más explotadas, por ejemplo, Ho Chi Minh, EI Che, Fidel o Marcial. Es decir, camaradas que se han ganado el respeto y admiración de los pueblos, no por la cantidad de estrellas en las charreteras sino por su trayectoria revolucionaria, consecuente y proletaria.
–...pero eso es caer en el culto a la personalidad...
–No necesariamente. Una cosa es reconocer la capacidad de dirigencia política de un camarada y otra cosa es el fanatismo político.
– No creas. Tan fácil no es la cosa – respondió Julio. Tu planteamiento me parece demasiado absolutista…
– Por supuesto que no es nada fácil. Pero sin partido se hace más difícil controlar el culto a la personalidad. Por eso es muy importante la crítica constructiva y la autocrítica consciente...

El diálogo se interrumpió cuando el Comandante Dimas salió de la cabaña para estirar los músculos, Julio se acercó al jefe militar y comenzó a conversar con él.

Al día siguiente Ramiro, Memo y Juancito llegaron a despedirse. Los tres internacionalistas estaban muy emocionados. Jorge entregó a Ramiro una carta para su compañera. Memo como siempre reía y prometía regresar lo más pronto posible.
– Mira, Pelaíto – dijo Juancito. Yo no te prometo que voy a regresar en poco tiempo, pues no sé cuánto durará el tratamiento. Cuídate mucho.
Un sentimiento de tristeza invadió a Jorge. Había aprendido a quererlos...

EI puesto de Ramiro lo ocupó Marito. Era uno de los cuadros nuevos, como Julio y “Chuz Mil”, recién llegados al frente. Marito, llamado así por su estatura, sería el nuevo jefe de la sección de información y comunicaciones. Julio se hizo cargo de la sección de logística. Se estaban produciendo cambios importantes en la correlación de fuerzas al interior del partido. Todos los cuadros de confianza de los Comandantes jóvenes, la “mara let it be “a decir de Eugenio, asumieron responsabilidades de dirección.
La lucha ideológica al interior de las instancias de dirección se iba agudizando cada vez más.
Jorge pasó a trabajar bajo las órdenes de Marito. La decisión del Comandante Dimas no fue muy bien recibida por Jorge. Él hubiera preferido seguir trabajando en las Unidades de Vanguardia o con las FES.

EI trabajo con Marito presagiaba futuros enfrentamiento ideológicos.



[1] Pavo
[2] El villancico español "Noche de paz"
[3] Helicóptero de fabricación francesa.
[4] Gerson Martínez, miembro de la Comision Política de las FPL.

viernes, 12 de octubre de 2012

Cerca del amanecer...7

XIX. Gramsci y la granada de mano

En el cuarto de la casa-cuartel de las fuerzas especiales selectas, de paredes pálidas y teñidas con cal y cuya única ventana daba al patio donde se izaba todas las mañanas la bandera roja de las FPL, conversaban amenamente Felipito, Juancito y Jorge. Un par de chuchos escuálidos escuchaban indiferentes la tertulia de los guerrilleros. La mesa de discusiones, vieja y rudimentaria, servía además, de comedor y mesa de dibujo. Una banca larga y ancha hacía las veces de asiento y cama a la vez. Jorge se encontraba sentado a la derecha de Felipito con la ventana a sus espaldas. Enfrente fumaba despreocupado Juancito. En el corredor de la casa descansaban los comandos de las FES. En una esquina, a guisa de volcán enano, se encontraban apiñados cientos de verdes y deliciosos aguacates en estado de maduración. Los fusiles M-16 también se encontraban descansando en las paredes frías de aquella habitación: eran los trofeos recuperados en el Barrancón[1]. Las mortales granadas caseras también se encontraban en un rincón formando una especie de altarcito.
Juancito y Jorge conversaban sobre las diferentes teorías marxistas, mientras Felipito, el jefe de las FES se entretenía con su arnés.
– "...resulta, decía Juancito, que Gramsci fue uno de los teóricos del marxismo-leninismo más sobresalientes entre 1920 y 1930. No es tan conocido como Lenin, pero es importante conocer sus pensamientos.
Jorge, quien no tenía una formación marxista profunda y además acostumbrado a los “manuales revolucionarios”, sabía muy poco, casi nada, del revolucionario italiano.
– ¿Cuál fue su aporte teórico? – preguntó.
– La importancia de Gramsci, entre otras cosas, contestó Juancito de tal forma que pareció como sí hubiera estado esperando la pregunta, radica en el hecho que fue el único que estudió la relación dialéctica entre la superestructura y la infraestructura. Es decir – continuó – fue el teórico de la ciencia política, de las relaciones entre la sociedad civil y el Estado, de la lucha por la hegemonía del proletariado y la conquista del poder, de las relaciones ético-morales del individuo con el desarrollo histórico de las relaciones económico-políticas. Gramsci estudió a fondo además, la función de los intelectuales y el partido político. Aparte de haber hecho mucho énfasis en la lucha ideológica, en la discusión, el estudio y la cultura.
– ¿Qué piensas de la “mística revolucionaria”? – preguntó Jorge.
– Bueno, la “mística” es la antípoda de la conciencia revolucionaria. Es la actitud ciega y mecánica frente a la vida...
De pronto se escuchó en el cuarto el estallido como de un petardo.
– ¡Ay! – gritó asustado Felipito, al mismo tiempo que soltó la granada industrial de fragmentación.
La granada activada cayó a un metro de distancia entre el jefe de las FES y Juancito, formando un triangulo equilátero, en el cual la granada era el ángulo superior. Felipito se dirigió en dirección a la “puerta”, que era un pliego de plástico transparente, mientras Juancito se puso rápidamente de pie, Jorge se levantó violentamente y buscó también la salida. EI sonido sordo de la explosión se escuchó retumbar en toda la casa.
Solamente segundos, nada más que seis segundos. EI tiempo enano se vistió de polvo y humo. Detrás de Jorge la muerte reía burlona nuevamente, despidiendo olor a pólvora, al mismo tiempo que la madre tierra extendía sus tentáculos. ¡Tumba universal!
Esquirlas de acero ardiente volaron en el cuarto como bólidos infernales.
Jorge fue lanzado contra la pared. Se tocó la cabeza, las manos, las piernas. ¡Estaba vivo! Salió inmediatamente de la habitación y vio a Manuelón cargar a Felipito en sus brazos. Los comandos, aún atónitos observaban mecánicamente los sucesos sin comprender lo que había ocurrido.
Leves gemidos se oyeron en el cuarto, pero las nubes de polvo impedían ver con claridad.
– ¡Por la gran puta! Saquen a Juancito – gritó Jorge.
Un bulto se removió en el suelo. Rafael y Tino entraron velozmente. Jorge rompió de un tajo la camiseta humedecida por la sangre de Juancito. Las pupilas dilatadas, la mirada vacía fijada en el techo junto a la respiración forzosa presagiaban la muerte.
– ¡Juancito no te mueras! – sollozaba Jorge.
Las lágrimas de Jorge resbalaban por el pecho del moribundo. Los minutos transcurrían lentos. Juancito cerraba y abría los ojos constantemente como temiendo quedarse en las penumbras. Por un instante concentró la mirada en Jorge, que estaba arrodillado junto a él. Había en su mirada un deseo de vivir. En ese entonces, una mueca salió de sus labios con sabor a sonrisa.
Juancito no murió aquel día, gracias a la rapidez con que el equipo medico hizo acto de presencia en el lugar del accidente. Benito le administró suero. Seguidamente colocaron a Juancito en una camilla improvisada y lo trasladaron al hospital para operarlo. De pronto, Jorge se percató de sus muñecas y observó que sangraban. EI fuerte dolor en la cadera y en la pierna izquierda le dificultaban caminar. Tenía una esquirla incrustada a la altura del riñón izquierdo y otra en la pantorrilla. Las muñecas y las manos estaban llenas de pequeñas partículas grises que parecían granitos de arena.
En otra camilla transportaban a Felipito, quien tenía toda la espalda ensangrentada y el calcañal derecho totalmente desgarrado.
Pero Juancito era el que estaba en peores condiciones. Tenía la parte derecha del cuerpo totalmente llena de agujeros de diferentes tamaños. Una esquirla de centímetro y medio de largo se encontraba alojada en el pulmón derecho. La hemorragia interna le dificultaba la respiración. Hubo necesidad de intervenir quirúrgicamente para evitar la coagulación. Benito, asistido por Yoel, el médico internacionalista, operó con todo éxito a Juancito.
La lesión de Juancito resultó más grave de lo que parecía. El proceso de recuperación del pulmón transcurrió muy lento, debido a las constantes punciones a que se vio sometido para extraerle el agua acumulada en los lóbulos. La lesión en la pierna lo obligó a caminar con bastón. Juancito fue dado de baja en las FES y pasó a formar parte del contingente de lisiados de guerra. Sobre el accidente nunca se volvió a comentar nada, ni la Comandancia exigió una explicación. La única explicación plausible fue que Felipito había prestado su arnés a un combatiente de las FES. Probablemente el guerrillero durante el combate le quitó la anilla de seguridad a la granada y la colocó nuevamente en el arnés, sin informarle posteriormente a Felipito.

XX. La subzona tres

Ya recuperado de las heridas y de los efectos demoledores de la onda expansiva, Jorge se presentó ante Neto.
– ¿Cómo te sentís? – preguntó el larguirucho jefe de operaciones.
– Aún me duele todo el cuerpo, pero estoy bien.
– ¿Estás en condiciones de realizar una tarea en la “tres”?
– ¡Claro que sí! – respondió Jorge de inmediato. ¿Qué tengo que hacer?
– Hay un soldado que desertó de El Paraíso. Tenés que interrogarlo y de paso le enseñas el método a Ernesto. Felipón te informará con más lujo de detalles acerca del ex soldado.
– ¿Cuándo tengo que partir?
– Hoy mismo. Preguntále a Ramiro a qué horas salen “los correos[2]” para la “tres”.
La subzona tres comprendía la zona occidental del departamento de Chalatenango. La región, ganadera por excelencia, estaba partida por la carretera Troncal del Norte, la segunda vía en importancia en todo EI Salvador. Unía la capital salvadoreña con la frontera hondureña. EI intercambio comercial entre los dos países rodaba diariamente por esa calle. Históricamente las relaciones entre ambos países habían sido relativamente normales, hasta el día en que los cantos guerreros de ambas oligarquías soplaron en la región. La oligarquía salvadoreña quiso imponer por las armas sus intereses geopolíticos a lo largo de la frontera con Honduras. El conflicto antiguo fronterizo se vistió de camiseta de fútbol en 1969 y la guerra injusta de expansión de la oligarquía cafetalera salvadoreña fue conocida en el mundo como la “guerra del fútbol”. La clase dominante salvadoreña supo utilizar exitosamente la coyuntura deportiva para manipular ideológicamente al pueblo salvadoreño y a los partidos políticos. EI falso nacionalismo hinchó los pechos de odio y de expansionismo del pueblo salvadoreño. EI eco de los parlantes aún rebotaba en las paredes de la Universidad Nacional. Era el llamado del partido comunista a defender la Patria. EI estudiantado fue incitado a empuñar las armas en contra del fantasmagórico ejercito invasor catracho. Se trataba de la “Gran Guerra Patria” del pueblo salvadoreño. Mientras los dirigentes estudiantiles se desgarraban el “güergüero” agitando a las masas y ensalzando el heroísmo y la valentía de la soldadesca guanaca y sus jefes militares; la gran oligarquía salvadoreña se frotaba las manos y disfrutaba soñando con conquistar nuevas tierras y sojuzgar al Estado catracho[3].
La izquierda tradicional salvadoreña apoyó la guerra genocida e hizo mutis por el foro, cuando se supo que las hordas salvajes comandadas por el “Chele Medrano” y el “Diablo Velázquez” – dos militares de extrema derecha –, habían masacrado, robado y ultrajado al pueblo hondureño. EI apoyo retórico, a lo mejor oportunista del Partido Comunista Salvadoreño (PCS) quedaría como una sombra, como una mancha imborrable en los anales de la izquierda organizada de aquellos días. Situación compleja y contradictoria que provocó al interior del Partido Comunista salvadoreño una intensa lucha político-ideológica que culminó con la renuncia de varios miembros del partido, incluyendo su secretario general, Salvador Cayetano Carpio, el legendario Comandante Marcial.
1969 había quedado muy atrás, ya no había guerras de fútbol. Ahora, ambas oligarquías, unidas con sus respectivos ejércitos se enfrentaban al pueblo salvadoreño, en una guerra que no era de expansión, sino una guerra verdaderamente justa de un pueblo oprimido y explotado.
Jorge se dirigió al campamento de la FES a prepararse para el viaje. Tenía por delante por lo menos doce horas de marcha nocturna en un territorio controlado y patrullado por el enemigo. Limpió el M-16 que días atrás había heredado de Yito, quien había resultado herido en la emboscada de “Los Corrales”.
A las cinco y media de la tarde un jovencito preguntó por Jorge. Se trataba deI “correo” que lo iba a acompañar en el viaje.
– ¿Ya comiste? – preguntó Jorge.
– Todavía no – contestó el joven.
– Esperemos unos veinte minutos, así nos vamos comidos. ¿Qué te parece?
El mensajero no se hizo rogar. Gustoso aceptó la propuesta de Jorge. La cena les sentó muy bien. En esa época del año los aguacates se cosechaban en “cantidades industriales”, ya que la situación de no permitía la explotación y comercialización particular y privada de tan exquisita fruta tropical por parte de los propietarios de las fincas del norte de Chalatenango.
Un aguacate maduro, acompañado de un plato de frijoles sancochados y una tortilla recién salida del comal, ponía de buen humor hasta el más apático y flemático guerrillero.
Durante la marcha, el mensajero le ponía “color” a la conversación.
– La cosa esta jodida – comentaba. EI enemigo está patrullando constantemente los corredores logísticos. Hace un par de días pusieron una emboscada cerca de Los Prados...
Jorge guardaba silencio y los comentarios se los reservaba para sí mismo: Con el tiempo, había aprendido a diferenciar el trigo de la paja. Sabía que el correo tenía razón. Era conocido que el enemigo patrullaba diariamente la zona comprendida entre La Laguna (ciudad) -Comalapa-Dulce Nombre de Maria.
Era de noche cuando llegaron al campamento de La Montañita, donde meses atrás había llegado con los bofes a flor de labio, después de su primera caminata en la montaña guerrillera.
– ¿Siempre estuvo el campamento en este lugar? – preguntó Jorge, asombrado de no recordarlo así.
– No. Antes de la ofensiva estaba en otra parte – contestó Héctor, el más parlanchín de todos los correos de la sección de Operaciones.
– ¡Claro! Con razón no reconocí el lugar.
Habían llegado en el justo momento en que servían la cena. Los guerrilleros formados en fila india sostenían en sus manos los platos de poliestireno, impacientes por recibir el pedazo de carne de vaca cocida.
EI campamento donde estaban era la base de la guerrilla de La Montañita y servía como cordón de seguridad al campamento principal de La Laguna. En la montaña todos eran guerrilleros. Sin embargo, había diferentes tipos de “guerrilla”: las Unidades de Vanguardia (UVN), Fuerzas Especiales Selectas (FES) y las columnas guerrilleras.
Desde el punto de vista cualitativo y del potencial táctico-operativo, las UVN y las FES constituían la columna vertebral del ejército popular. La guerrilla miliciana por su parte, contaba con medios de guerra de menor calidad y potencia de fuego, y cumplía papel de apoyo a las unidades regulares del ejército guerrillero. Las milicias populares abastecían con sus mejores cuadros a las columnas guerrilleras, las que a su vez representaban la cantera de las UVN y las FES. Todas ellas en su conjunto conformaban las Fuerzas Armadas Populares de Liberación-Farabundo Martí, que era la estructura político-militar de las FPL-FM.
En las fiestas, la diferencia táctico-estratégica entre las distintas estructuras militares se hacía sentir marcadamente. Muchas de las compitas preferían bailar o tener un novio que fuera miembro de las UVN/FES.
Los guerrilleros de La Montañita también tenían su historia. Muchas veces habían contenido el avance de las tropas del batallón Sierpes del cuartel de Chalate. También ellos eran buenos combatientes. En La Montañita pasaron la noche. Al atardecer del día siguiente Jorge y Héctor continuaron la marcha. Pedro, un correo de La Montañita, se unió al grupo. Héctor eligió el camino más corto para llegar al campamento del Jocote, pero a la vez el más peligroso, puesto que el patrullaje enemigo era más intenso. Jorge no comprendía las razones que motivaban a Héctor a caminar por la calle y no como era costumbre, por veredas y a campo traviesa.
– Metámonos al monte – sugirió Jorge.
– No se preocupe, compita, no hay pedo! – respondió Héctor.
De pronto se escuchó el ruido de un vehículo pesado. Era el motor de un camión militar.
– ¡Te das cuenta, cabrón! – reclamó molesto Jorge. “Vale verga! ¡Vámonos mejor por el monte! – ordenó.
La noche los sorprendió en las cercanías de un caserío donde Pedro aseguraba que había una tienda.
– Toma cinco pesos – dijo Jorge. Compra pan, cigarros y gaseosas.
Pedro se alejó rápidamente del lugar donde se encontraban descansando. Media hora después regresó sin pan ni gaseosas ni cigarrillos. Había conseguido solamente – eso es lo que dijo – unas tortillas añejas y un pedazo de queso.
– ¿No compraste nada? – preguntó Jorge.
– No tenía ni mierda el maistro – contestó. Lo único que tenía eran charamuscas[4]. ¡Compré tres pesos!
– ¡Tres pesos de charamuscas! – exclamó asombrado Jorge, sin hacer ningún comentario acerca del asalto a mano desarmada del que había sido víctima, o bien Pedrito, el avezado y avispado mensajero o él mismo.
Jorge, que había olvidado el sabor de las charamuscas, disfrutó con placer los helados. Aunque el precio por un poco de agua congelada con sabor a piña le pareció muy excesivo.
– Compa ¿Podemos fumar?, preguntó Héctor.
– ¡Por supuesto! – contestó Jorge, entregando un cigarrillo a cada uno.
Los tres puntitos rojos delataban la presencia de los tres guerrilleros; sin embargo, se sentían protegidos por las paredes de un barranco. De vez en cuando, una luciérnaga macho se acercaba al punto rojo creyendo haber encontrado una hembra.
Ni el frío de los helados había podido apagar el fuego ardiente de los pensamientos eróticos. La cercanía de la civilización le había alebrestado las hormonas. Las imágenes de hembras desnudas y amadas en tiempos pasados se sucedían como una película en cámara lenta. Nombres y rostros volaban como meteoritos en el espacio infinito de su mente. Se alejó por un momento de los correos. Enfrió los deseos carnales con movimientos fríos y mecánicos. EI sabor de la hembra provocadora le invadió el cerebro. EI beso incitante, el calor del cuerpo femenino quemando la piel, la respiración contenida que asfixia, los susurros, los mordiscos. Los movimientos armónicos de la mano derecha eran incapaces de sustituir la realidad del coito con una mujer. Después de masturbarse, sólo quedó el vacío y la sensación permanente de querer explotar como volcán. De querer meterse en los poros humedecidos por el deseo, de conservar en su mente el deseo carnal y el perfume de esa mujer de fantasía, que en esos momentos de soledad montuna había representado a todas las mujeres que conocía y al mismo tiempo a ninguna. La soledad y la tristeza, abrazadas como hermanas gemelas solas quedaron en el silencio de la noche.
Después del descanso, los guerrilleros continuaron la marcha. De pronto, se escuchó una balacera. Instintivamente se lanzaron de bruces al suelo y buscaron mejores posiciones. Héctor se acercó a la carretera y oteó el terreno. A lo lejos se escuchó el motor de un camión. A los pocos minutos pasó el vehículo repleto de soldados que gritaban y reían.
– Tal vez se trata de una invasión a la “Tres” – comentó Jorge
– ¡Quién sabe!– contestó Pedro.
La respuesta ambivalente del joven campesino no aportó mucho al esclarecimiento de la situación operativa.
Héctor llegó corriendo al sitio donde aguardaban Pedro y Jorge.
– ¿Qué hacemos, compa? – preguntó Héctor.
– Yo pienso que sería mejor que nos regresáramos – se apresuró a contestar Pedro.
– Yo también pienso lo mismo – comentó Jorge.
– Puta, pero sí no llego al Jocote, Felipón se va a emputar conmigo!– exclamó Héctor, más preocupado por la reacción del jefe de la subzona tres, que de una eventual invasión en la zona.
– ¡Vale verga, Felipón! No te das cuenta que no sabemos lo que ha pasado. No te preocupes, yo asumo la responsabilidad – interpuso Jorge.
Temprano en la mañana, después de haber camino durante toda la noche, llegaron al campamento de La Montañita. Llegaron a la hora de la comida, como suelen llegar las visitas inesperadas a las fiestas. Los tres “paracaidistas”, desayunaron y continuaron en dirección a La Laguna. Al llegar al campamento principal, Jorge se presentó ante Netón y le explicó las razones del regreso. 

XXI. Manuelón, el valiente guerrillero que cayó del cielo azul salvadoreño

– Felipito, mándeme a mí también – propuso Jorge.
– ¡Pero si usted recién viene llegando de la tres!
– No importa. No estoy cansado. Yo sé que voy a aguantar – dijo tratando de convencer al jefe guerrillero.
AI mediodía, Jorge recibió la orden de Felipito de presentarse ante Ramiro para recibir nuevas instrucciones. EI Comandante Dimas había aprobado la participación de Jorge en la escuadra de exploración de las FES. Jorge rebozó de alegría cuando escuchó la noticia. En el local de Ramiro se encontró a Juancito, quien se reponía lentamente de la herida en el pulmón y al “caballo Memo”. Juancito se apoyaba en un rústico bastón de madera de guayabo. La pálida tez delataba la pérdida de sangre. Nada de bueno tenía el aspecto de Juancito. Necesitaba salir con urgencia del frente y ser atendido por especialistas. Diariamente, Yoel le introducía una sonda para extraerle los coágulos de sangre que se asentaban en el pulmón. Un procedimiento terriblemente doloroso. Dolía a simple vista.
– Mira, “Pelao”, lo que tenís que hacer – dijo Ramiro –es dibujar exactamente todo lo que podai ver.
– ¿Qué es lo que tengo que dibujar? – preguntó.
– Eso no te lo puedo decir – contestó Ramiro.
Memo se encargó de explicarle el funcionamiento de la cámara fotográfica que llevaría también consigo durante la misión.
– Entendiste, “Pelao”? – preguntó Memo, quien gozaba provocando a Jorge.
– ¡Pensai que soy huevón, conchetuma!
– La verdad, que sí – respondía Memo, al tiempo que se largaba a reír. No tinojís, Pelaíto, ¡estoy hueviando nomás!
Por razones de seguridad, Ramiro no dio a Jorge mayores explicaciones. La disciplina militar consciente era la garantía del éxito en la guerra.
– La amistad es la amistad, la guerra es la guerra – dijo riéndose el Tío Ho, como cariñosamente llamaban también a Ramiro.
La escuadra de exploración estaba formada por Manuelón –eI jefe –, Tino, Moris y Jorge. Habían transcurrido apenas unas horas, desde que Jorge había regresado al campamento, cuando la escuadra de las FES marchó rumbo a la subzona tres.
Antes de partir, Manuelón recibió de Felipito las últimas instrucciones. Con el dinero recibido, comprarían los alimentos que necesitaría en el camino para cumplir la misión. Moris asumiría el papel de guía. Por ser natural de la zona, conocía mejor que nadie el terreno. Sastre de profesión, había abandonado el taller, la mujer y los hijos para incorporarse a la guerrilla. Era callado y poco amigo de las bromas, sobretodo, las de Manuelón.
– ¿Verdad, Jorge, que Moris se parece a Nelson Ned? – preguntó riéndose Manuelón.
– Ja,ja – rio también Jorge haciéndose cómplice de Manuelón.
– No se enoje, Moris. Si Nelson Ned es un famoso cantante brasileño. ¿Verdad, Jorge?
– ¡A mí me vale verga eso! – contestó Moris molesto.
A Moris no le interesaba parecerse a nadie. EI se sentía feliz con lo que era: un sastre guerrillero, hilvanador de futuros.
Tino, que también era callado gozaba en silencio las bromas de Manuelón y Jorge.
– ¡Jorge! Cante la canción aquella – sugirió Manuelón, al tiempo que le guiñaba un ojo.
– ¿Quién es la mujer más linda...? – cantó Jorge, dándole a la melodía el ritmo de cumbia.
–...Tina, Tina, Tina... – respondió cantando Manuelón.
– Estos cabrones que joden – comentó Tino sin ocultar una sonrisa.
Tino jamás se enfadó con Jorge; al contrario, le gustaba conversar con él, sobre todo cuando se trataba de mujeres.
En pocas horas llegaron al lugar conocido como La Hacienda. El terreno estaba cubierto de pinos y el pasto verde entonaba con los árboles de guayaba.
En un árbol colgaba un rótulo que rezaba: "Prohibido cazar. Propiedad privada". Era el recuerdo del pasado. Estas tierras pertenecían ahora al pueblo. Aun cuando ya en la montaña no había mucho que cazar. Todos los animales habían emigrado a las montañas hondureñas aterrorizados por las bombas de 500 libras arrojadas por los aviones y helicópteros de combate de la Fuerza Aérea salvadoreña.
Monos, venados, cotuzas, pájaros, conejos, cusucos y pumas, todos ellos se encontraban en el exilio, al otro lado del Sumpul.
En La Hacienda se encontraba acampado el pelotón uno al mando de Marvin. Allí pasaron la noche entre bromas y chistes.
– ¿Saben ustedes? – preguntó Jorge. ¿Por qué a los chilenos y argentinos les dicen gallos…?
– No, respondió Manuelón.
– Porque siempre dicen: ¡Y kiiikiiriiiís kiii haga!
– Ja, Ja, Ja – rio Manuelón tocándose el estomago.
– ¿Saben ustedes en que lugar de la casa prefería Jackeline hacer el amor después de casarse con Onassis? – volvió Jorge a preguntar a la audiencia guerrillera.
– ¡No!– respondieron en coro.
– En el suelo – contestaba Jorge a punto de largarse a reír. ¿Saben por qué?
– No.
– ¡Para sentir algo duro!
– Jua, jua, jua, jua!
La risa de los guerrilleros llenaba el ambiente de La Montañona, llamada así para diferenciarla de la Montañita. La luna permitía ver al fondo la sombra del famoso Volcancillo, la parte más alta de esa zona.
Al atardecer del día siguiente continuaron la marcha. A las nueve de la noche llegaron a Los Prados. Tino y Moris se encargaron de la seguridad.
– Venga conmigo – dijo Manuelón dirigiéndose a Jorge.
Llegaron a una casa. Manuelón tocó la puerta. Nadie respondió el llamado. Insistió nuevamente. Esta vez tocó más fuerte.
– ¿Quién es? – preguntó una voz débil de mujer al otro lado de la puerta.
– Somos compas[5] – contestó suavemente Manuelón. ¿No tiene comida que nos venda?
– Hoy no tengo nada – respondió la anciana sin abrir la puerta. Tal vez los de enfrente tengan algo de venta – dijo.
Tocaron en la otra puerta. EI mismo diálogo. Las mismas preguntas y las mismas respuestas. Jorge había perdido ya la esperanza de comer pan con gaseosa. Tocaron en otra puerta. La voz del campesino preguntó por la identidad de los visitantes nocturnos.
– Somos compas – repitió Manuelón.
– Esperen un momentito – contestó el hombre.
Una extraña sensación invadió a Jorge al estar entre gente de vida normal. Manuelón aprovechó la oportunidad para propagar el mensaje guerrillero. Como Manuelón era un poco tartamudo, las explicaciones políticas se alargaban más de lo normal.
– “No…no…no…nosotros…que…que…queremos una…papa…papa…patria mejor..” – decía con mucho esfuerzo, al tiempo que Jorge terminaba de beberse la segunda gaseosa.
Se hartaron de pan y gaseosas. Manuelón pagó todo lo consumido por los cuatro guerrilleros y las demás cosas que habían comprado.
AI pasar por un ranchito una voz los detuvo.
– Compitas, vengan, ¿no quieren una tortillita con frijoles?
De la oscuridad salió una mujer con un niño en brazos y les entregó un tarro lleno de frijoles, tortillas y queso.
Cuando Manuelón quiso pagarle, la mujer rechazó tajantemente el dinero. Era el apoyo clandestino del pueblo, era la solidaridad campesina traducida en un pedazo de tortilla y queso. A Jorge este gesto fraterno y solidario lo conmovió profundamente, pues era la primera vez en su vida que recibía comida de una persona extraña.
– ¡Qué gente más vergona! – comentó.
– Siempre es así – intervino Manuelón. La gente nos apoya con lo que puede.
A las nueve de la mañana llegaron al campamento del Jocote.
– Allá arriba está el Candelero – señaló Manuelón con el dedo las elevaciones aledañas.
– ¡Puta que cerquita! – exclamó Jorge con ironía.
Manuelón se reportó ante Filepón.
AI jefe militar tampoco le gustaban las bromas. Alto y delgado, caminaba un poco inclinado hacia adelante. Usaba una boina negra al estilo del Che Guevara. En todos los lugares se le conocía como Filepón, por lo amargo y parco de su carácter; además, para diferenciarlo de Felipito, el jefe de las FES. Así como Netón, Felipón también pertenecía a la estirpe de los duros. Ambos tenían fama de ser Marcialistas a ultranza. Sin embargo, en el Apolinario Serrano no había jefe militar blando. Con el tiempo, Jorge aprendería que en efecto todos los marcialistas eran “duros”, pero también, que no todos los “duros” eran marcialistas.
Jorge aprovechó la estadía en el Jocote para interrogar al soldado desertor y enseñar el método a Ernesto, subalterno de Ramiro en esa zona. Al final de los interrogatorios, Jorge había elaborado un croquis detallado del cuartel de EI Paraíso, sede del batallón élite Atonal.
A Ernesto se le asignó la tarea de servir de guía a la escuadra de la FES por los caminos y veredas de la zona.
Faltaban aún muchos kilómetros por recorrer en un terreno infectado de bandas paramilitares. EI cielo comenzó a ennegrecerse. Las gigantescas nubes desplazándose lentamente por los cuatro puntos cardinales presagiaban una feroz tempestad. En un santiamén, los cinco guerrilleros quedaron cercados estratégicamente por los negros nubarrones.
Jorge extrajo de la mochila el impermeable azul ADIDAS, seguro de la calidad del producto made in Germany. En cuestión de minutos estaba empapado desde la coronilla hasta la punta del dedo gordo. EI impermeable teutón sucumbió bajo la furia de la tormenta tropical.
Las veredas se transformaron en ríos, los ríos en violentas corrientes de lodo y árboles, y los llanos en enormes lagos. Parecía el diluvio universal. Llovía a torrentes aquella tarde de mayo. El lodo y la arena dificultaban la marcha. De nada servía detenerse a limpiarse las botas, tampoco podían buscar refugio pues se encontraban en territorio enemigo. AI atardecer, dejó de llover. Atravesaron un potrero donde pastaban vacas y terneros.
– Cuando regresemos podríamos llevarnos unas cuantas – sugirió Jorge.
– Vamos a ver – contestó Manuelón.
Las vacas, al detectar la presencia guerrillera, huyeron temerosas. Las ubres hinchadas de leche se movían de un lado a otro y sí de bronce hubieran sido, hubieran repicado alegremente.
– Te das cuenta que las vacas no son tan vacas! – comentó Manuelón en son de broma.
El frío calaba hasta los huesos. Los pies chapoteaban en el interior de las botas. En las riberas del río Grande de Tilapa se detuvieron a cortar maíz. El sabor dulce de los granos tiernos enriqueció el paladar. Buscaron el lugar más apropiado para atravesar las turbias aguas del rio. Con el agua hasta la cintura cruzaron el obstáculo natural. La gran correntada aún no bajaba de las alturas.
Al anochecer, llegaron a los alrededores de un caserío. Atravesaron una plantación de yuca. Los perros, al sentir la presencia de los guerrilleros, comenzaron a ladrar furiosamente. Caminaron unos minutos sobre la calle para ganar un poco más de tiempo. A la derecha estaba ubicado el caserío Los Martínez, más al fondo se distinguían las luces de la ciudad de Tejutla.
Al amanecer llegaron al objetivo militar. A setecientos metros se encontraba el cuartel del Paraíso.
– Mire, Jorge – dijo Manuelón señalando con el dedo. Allá arriba está el campamento del Izotal; en caso que choquemos con el enemigo y nos tuviéramos que separar, lo único que usted tiene que hacer es caminar en dirección de las montañas.
"...Vale verga... – pensó Jorge al percatarse que las elevaciones que señalaba Manuelón estaban a más de quince kilómetros de distancia.
Los cinco guerrilleros avanzaron encorvados corriendo entre los arbustos hasta llegar a un lugar, donde el follaje los ocultaba de la mirada de los centinelas. Como las iguanas, fueron arrastrándose por un terreno plagado de espinas. Ninguno se quejó de los continuos pinchazos de la zarza. Todo el organismo obedecía a una sola orden: avanzar hacia el objetivo sin ser detectado por el enemigo. Lo contrario podía significar la muerte. EI sudor del cuerpo se pegaba a los uniformes. La tensión se dibujaba en los rostros de los guerrilleros. Los músculos faciales se encontraban en un estado de inercia total, solamente la lucidez de los ojos indicaba que los cuerpos que raptaban se encontraban con vida. En el cerebro no había cabida para el pánico.
Se ocultaron bajo la maleza a trescientos metros de distancia de la cerca metálica que circunvalaba el cuartel.
– Venga conmigo – ordenó Manuelón dirigiéndose a Jorge. ¿Usted ya sabe cuál es su misión, verdad?
– Sí – contestó Jorge.
Se acercaron a ciento cincuenta metros de la valla de acero.
– Aquí nos quedamos – dijo Manuelón.
Manuelón se subió a un árbol y observó el terreno que tenía ante sí. Después de un par de minutos se bajó del árbol.
– Súbase y dibuje todo lo que pueda mirar.
Jorge trepó al árbol y comenzó a fotografiar y dibujar todas las elevaciones a su alrededor. Seguía al detalle las instrucciones técnicas de Memo. La mente se abría para permitirle al hipocampo memorizar todo aquello que observaban sus ojos. Los prismáticos le permitían captar mejor las particularidades del terreno y de las construcciones militares. EI cuartel del Paraíso era diferente a la mayoría de los cuarteles. Parecía un campo de concentración nazi. Los dormitorios de los soldados eran enormes pabellones dispuestos paralelamente. Las paredes de ladrillo sostenían los techos de asbesto (duralita). Las casitas rojas, ordenadas al pie de las elevaciones nororientales, parecían ser los depósitos de munición que el exsoldado del Paraíso había mencionado durante los interrogatorios. Jorge pudo comprobar en el terreno que la información entregada por el soldado desertor correspondía al pie de la letra con la realidad.
De pronto, Jorge observó que a su derecha se desplazaba un grupo de soldados vistiendo uniformes de campaña. Era el verde amarillento del batallón Atonal.
– Manuel, Manuel – alertó Jorge. Unos soldados vienen en nuestra dirección.
– Bájese rápido – ordenó Manuelón.
De un salto se subió al árbol y comprobó la información.
– Vámonos a la mierda de aquí – exclamó.
Rápidamente abandonaron el lugar.
Ocultos en la maleza, los cinco guerrilleros tomaron pociones de combate. Afortunadamente, se trataba de un patrullaje de rutina. Para su buena suerte, no habían sido detectados. EI resto del día transcurrió sin mayores percances y los guerrilleros pudieron observar a sus anchas el territorio comprendido entre el cuartel y sus alrededores. La topografía del terreno permitía el acercamiento de grupos comandos a la zona del cuartel.
Al atardecer abandonaron el puesto de observación y se prepararon para emprender la marcha rumbo al campamento el Higueral. Manuelón, como buen táctico que era, ya tenía diseñada la idea para atacar el cuartel.
Nuevamente cruzaron las praderas donde pastaba pacientemente el ganado vacuno.
– Llevémonos una – recomendó Tino a Manuelón.
La propuesta recibió el visto bueno del jefe de la exploración debido a que el ganado no pertenecía a ningún campesino de la comarca, sino que eran propiedad del Ministerio de Agricultura y Ganadería, tal cual rezaba en uno de los carteles clavados en un portón.
Tino se acercó sigilosamente, con el propósito de lacear una de las vacas. Al sentirlo aproximarse, las reses se asustaron y salieron corriendo en todas las direcciones.
– ¡Vacas putas! – comentó Manuelón a carcajadas.
Jorge no paraba de reírse al ver a Tino dar una carambola en el aire y aterrizar bruscamente en el pasto, mezcla de lodo y estiércol. Tino cayó de bruces cuando intentó sorprender a los animales. Con tal mala suerte que en la oscuridad no alcanzó a ver la raíz gigante de la ceiba que asomaba a flor de tierra. Las vacas, ocultas tras el tronco mastodóntico de aquel árbol senil, mugían en coro burlándose de los guerrilleros. Jorge miró de reojo a las intrusas sin ocultar su disgusto.
La noche parecía como boca de lobo. Se encontraban en las proximidades del caserío EI Tremedal. Ernesto recomendó avanzar por el riachuelo y así evitar ser detectados por los paramilitares del lugar.
En el caserío vivía un colaborador de la guerrilla, el resto de la población pertenecía a ORDEN, la asesina organización paramilitar fundada por José Alberto “EI Chele" Medrano, “héroe” de la “guerra del fútbol” y maestro de torturas de Roberto D'Abuisson.
Con el agua a las rodillas, el desplazamiento era milimétrico. Era necesario ver con los ojos de los pies para no resbalarse en alguna piedra y perder el equilibrio. A cien metros de la casa del colaborador, Ernesto salió del riachuelo y arrastrándose a campo traviesa llegó hasta la casa. Al cabo de unos minutos regresó con la buena nueva.
– Todo está tranquilo – dijo.
EI grupo avanzó lentamente siguiendo la luz que se escapaba por un hueco de la ventana que, a guisa de faro luminoso, los conducía en el mar de las tinieblas. Al llegar a la casa formaron una defensa circular.
Manuelón y Ernesto entraron a la casa. Jorge se quedó tiritando de frio en el corredor de la casa. Colocando ambas manos en medio de las piernas, húmedas aún por el agua del riachuelo, trataba de darse calor. No se escuchaba ninguna voz. Sin embargo adentro de la casa, Manuelón realizaba las compras necesarias para los días siguientes.
Hay momentos en la vida en que las cuerdas vocales se vuelven clandestinas, silenciosas...
De pronto, ruidos culinarios conocidos irrumpieron en el ambiente. Se trataba del crujir de la cáscara de un huevo al contacto con la orilla metálica de un sartén y el chirriar del aceite caliente al recibir en su lecho los pedazos de cebolla y tomate. EI olor agradable de comida caliente acarició tentadora la mucosa nasal de Jorge y los receptores del sentido del olfato comenzaron a trabajar a destajo.
– ¡Eh Jorge! ¡Tome! – dijo Manuelón entregando tres gaseosas y tres paquetes de galletas rellenas Nabisco Cristal.
Una mancha negra se desplazó en el traspatio de la casa transportando las golosinas. Con las galletas y las bebidas, a Tino y Moris la espera se les hizo más amena.
En la cocina, el proceso culinario había concluido. Huevos revueltos, frijoles y arroz fue el resultado de las peripecias de la experimentada cocinera. La cena los llenó de más fuerza y energía. Todavía tenían muchos kilómetros por delante.
De los víveres que Manuelón compró, los huevos era lo más difícil transportar. Tino fue designado para realizar tan delicada tarea. Cada paso que daban en dirección a las montañas disminuía los riesgos de chocar con alguna patrulla militar.
Una vez fuera de peligro, Manuelón ordenó ocultarse en el monte y descansar. En ese lugar pernoctaron. En tres noches habían recorrido más de cuarenta kilómetros, a travesando veredas y caminos ya olvidados por los civiles. Cada cual sacó su cama de polietileno y la extendió en el suelo húmedo sin preocuparse de las piedras, palos y bichos nocturnos.
– Jorge – dijo Tino – pregúntale a Manuelón si se puede fumar.
Manuelón había racionado el consumo de tabaco, de lo contrario las reservas no alcanzarían para más de dos días y aún tenían semanas por delante. Para Jorge no fue difícil convencer a Manuelón.
En el ambiente reinó un espíritu de alegría y satisfacción. Todos estaban agotados, pero con buen humor. Durmieron profundamente.
Al otro día, Jorge fue el primero en despertarse. Aún no amanecía, pero ya se escuchaba el trinar madrugador de los pájaros. EI revoloteo de su vuelo por el cafetal anunciaba el inicio de otro día más en la montaña. AI llegar a las radas del río Grande de Tilapa, Ernesto comentó que el enemigo acostumbraba a emboscarse en esos lugares.
Realmente el lugar era ideal para emboscadas de aniquilamiento. La espesura de la vegetación y el desnivel del terreno permitían pasar largas horas sin ser descubierto a lo largo de la orilla. EI río representaba la frontera natural que separaba a los guerrilleros del ejercito enemigo. Debido a la tormenta en la víspera, el río estaba crecido.
Ernesto, conocedor del terreno, recomendó un lugar donde la profundidad permitía cruzarlo sin mayor problema. ÉI fue el primero en salvar los obstáculos. De un salto alcanzó una roca saliente, otro salto,... hasta llegar a la otra orilla, donde detrás de una enorme piedra se apostó. Jorge fue el segundo en cruzar el río. Orientándose por las huellas de Ernesto que aún se dibujaban en las piedras salto también de piedra en piedra. Cuando todos se encontraron al otro lado y después de haber comprobado la ausencia de peligro, se sentaron tranquilamente a fumar y comer galletas. Tino, que estaba sentado junto a Jorge, tomó el M-16 con movimiento felino. Había sentido moverse algo en monte. Ernesto se paró y se dirigió al lugar que señaló Tino. De los arbustos salió un guerrillero con una melena que le colgaba sobre los hombros y vistiendo ropas de civil. Se incorporó al grupo y también participó de las golosinas.
– ¿Querés fumar? – preguntó Manuelón reconociendo de antemano lo absurdo de la pregunta.
– ¡Puta, compa! – dijo el guerrillero dirigiéndose a Jorge. ¡Por poquito me lo quiebro! ¡Bien alineadito me lo tenía!
EI guerrillero – contó mientras disfrutaba del tabaco – se había ocultado detrás de los arbustos al escuchar las voces de la escuadra de exploración. Al ver a Jorge, más alto que el salvadoreño común, barbudo y vestido de .verde olivo, pensó que se trataba de algún asesor gringo. Desde su posición no podía distinguir a Ernesto, que era el único a quien conocía del grupo.
Al llegar al caserío del Higueral, habían dejado atrás más de cincuenta kilómetros de marcha por terrenos hostiles. Jorge se quitó por fin las botas y se sacó los calcetines. Tenía los pies curtidos y más hediondos que queso Roquefort. Manuelón comenzó a rascarse los hongos de los pies y la sarna en la cintura. La cara de placer, mezcla sado-masoquista, desaparecía cada vez que se aplicaba el famoso “Mertiolate” con un algo doncito.
– ¡Esa mierda no sirve para los hongos! – comentó Jorge.
– Pero es rico cuando le arde a uno – contestaba Manuelón sin dejar de rascarse.
– Toma, ponte Canisten – recomendó Jorge entregándole un tubo de la crema antimicótica.
– Y esta mierda, ¿también sirve para el “rasquín”? – preguntó preocupado Manuelón.
– Sólo sirve para combatir los hongos. EI “rasquin” se cura con Escabisán.
AI cabo de unos días de encontrarse en el Higueral llegaron tres comandos más de la FES, que traían un mensaje para Manuelón.
– ¡Compas! – dijo Manuelón. Felipito ordena que nos quedemos acá hasta nueva orden.
EI grupo se componía ahora de ocho guerrilleros: siete de las FES y Ernesto. Lo cual significó que las necesidades alimenticias había que satisfacerlas con el poco de dinero que quedaba. Fue menester entonces, la buena administración de los fondos para poder autoabastecerse, ya que de los pobladores de la zona no podían esperar ningún tipo de ayuda material. EI Higueral estaba habitado por un escaso grupo de familias y extremadamente pobres. Con excepción de un par de guerrilleros mal armados, el resto de los habitantes del lugar era gente de masa.
Manuelón y su tropa acamparon a cuarenta minutos del caserío, junto a un riachuelo y lejos de las miradas curiosas do la población. La presencia de los comandos de las FES en la zona occidental de Chalatenango era un secreto militar.
Jorge dedicó su tiempo a dibujar el mapa del cuarte. Diariamente se hacían exploraciones y se sistematizaba la información obtenida. Manuelón conocía las leyes y principios del arte militar, pero en asuntos de administración financiera era una calamidad.
– En lugar de comprar huevadas que no alimentan – recomendó Jorge, lo que deberíamos comprar es arroz, frijoles, azúcar...
– Tiene razón compa – decía Manuelón dejando escapar una sonrisilla inocente. ¡Pero es que son tan ricas las galletas!
El dinero se terminó muy pronto. La dieta obligada de caña de azúcar y hojas de “quilite[6]” sustituyó el arroz y los frijoles. Las calorías del azúcar de caña y el contenido proteínico de las “carnosas” hoja verdes les permitieron soportar las devoradoras garras del hambre extrema. Frente a tal situación que duró casi un mes, los comandos comenzaron a protestar por la falta de alimentos.
– ¿Qué les pasa, camaradas? – preguntó Jorge. ¡Mis mejores mulas se me están echando al suelo!
– Claro –intervino Manuelón. Ni siquiera él, que nunca ha vivido en el monte, ha protestado.
– Mira, Manuelón, ¿por qué no vamos a requisar una vaca? – preguntó Jorge.
– Es muy arriesgado compa. Imagínese que los hijos de puta se den cuenta, les va a extrañar…
Manuelón tenía razón. La gente de masa nunca realizaba ese tipo de operaciones. Eso lo sabía el enemigo. Si detectaban movimiento militar guerrillero en la zona, podían tomar medidas y dificultar así, sin saberlo, la misión exploratoria de los comandos.
William se llevó el dedo a la boca en señal de guardar silencio. Lentamente, tomó la carabina M-2 y se la colocó ritualmente en el hombro derecho. La culata de madera se posó en el hueco debajo de la clavícula. EI brazo formó un ángulo de noventa grados con el resto del cuerpo. Esa era la posición correcta. El parpado izquierdo cayó como telón, permitiendo al ojo rector ubicar exactamente los órganos de puntería. Todo estaba listo. El punto de mira ubicado correctamente en el alza, formó una línea con el objetivo. William contuvo la respiración, la primera falange del dedo índice tiernamente acarició el disparador. EI disparo salió con sabor a almuerzo. El proyectil hambriento chocó con una ardilla juguetona que, ignorante de la voracidad de los guerrilleros, había cometido el error fatal de aproximarse demasiado. El cuerpo inerte del animalillo se desplomó de acuerdo a las leyes de la gravedad. Más sorprendente que la velocidad de caída de la inocente victima, fue la rapidez con que Orlando se lanzó a buscar la presa, temiendo tal vez que estuviera herida y pudiera escaparse. Pero el mamífero roedor había dejado de vivir.
– ¿Qué pensaría la sociedad protectora de animales...?" – meditó Jorge por un instante. Seguramente, no entenderían la situación....
Dejó a un lado los sentimentalismos cuando los ruidos de su estomago le hicieron recordar que tenía varios días de no probar nada que no fuera liquido. Sin ningún prejuicio, devoró la patica trasera de la ardilla y comprendió lo que dijo Brecht en la Opera de los tres peniques, que primero están las necesidades materiales y después viene la moral. EI minúsculo banquete sólo despertó los deseos carnívoros de los guerrilleros. La idea de requisar una vaca cobró más vigencia y sentido. Jorge intentó nuevamente convencer a Manuelón. Todo fue en vano: pudo más la disciplina militar del jefe guerrillero, que los propios deseos de un filete de aguja asado al pincho.
EI operativo gastronómico-militar, denominado “La Vaca”, fue sólo una fata morgana en la mente de los comandos de la FES.
Un día de tantos, Manuelón y Jorge se encontraban asoleándose sobre una inmensa roca a la orilla de la poza. Parecían dos garrobos desnudos gozando de la tranquilidad de aquel hermoso rincón. Habían lavado sendos uniformes y aseado sus mugrosos cuerpos.
– Bueno y tu, ¿por qué te metiste a la guerrilla? – preguntó Jorge.
Manuel comenzó a relatar su historia. Manuelón, quien era originario de Arcatao/Chalatenango, provenía de una familia campesina. EI guaro de caña y las mujeres le nublaron en su adolescencia los pensamientos. De vez en cuando, del gallinero de su padre, desaparecían un par de gallinas cluecas. Otras veces hacía falta un cuche[7]. Manuelón necesitaba dinero para mantener el ritmo de vida que llevaba. Las mujeres lo volvían loco. Quería tenerlas todas y aunque sabía que su empresa era imposible, al menos lo intentaba.
Al morir su padre, la abundancia en el corral se fue también con él a la tumba. Manuelón se marchó a la capital en busca de nuevos horizontes. Se alistó voluntariamente en el ejército salvadoreño. Había sido la única oportunidad que tuvo de ganarse algunos pesos. Recibió su instrucción militar en las tropas especiales de la Fuerza Aérea. Manuelón era paracaidista, soldado élite en cualquier ejército regular. Allí adquirió sus conocimientos en lucha irregular. Por su carácter afable, le cayó simpático al jefe de la Fuerza Aérea, el entonces Mayor Juan Rafael Bustillo. La década del ochenta estaba en sus albores. Manuelón sabía de la existencia de guerrilleros en los montes de Chalate, pero nunca tomó en serio las cosas políticas.
La insurrección sandinista había derrotado al dictador Somoza. Mientras tanto, Manuelón y sus compañeros de armas soportaban las arengas antisandinistas de los oficiales. A escondidas por la noche, sintonizaba por curiosidad la “Voz de Nicaragua”. En silencio escuchaba la voz del locutor nicaragüense propagando las victorias alcanzadas por la revolución.
La contradicción en él era evidente. Durante el día, escuchaba diariamente que los comunistas eran más malos que el diablo y por la noche, oía hablar de reforma agraria en favor de los campesinos pobres, de campañas de alfabetización, de la construcción de escuelas y hospitales, de Sandino y Carlos Fonseca. Manuelón, que no terminó la escuela primaria, sabía lo que significaba la ignorancia de las letras, también la pobreza del campesinado y la riqueza del terrateniente.
El instinto de clase brotó por los poros y la balanza de sus sentimientos se inclinó al lado de los pobres.
Un fin de semana salió con permiso del cuartel y nunca más regresó.
Tomó el ómnibus de la TICA y se marchó rumbo a Nicaragua Libre, victoriosa, sandinista y popular. EI idealismo inocentemente revolucionario le hizo creer que todo en Nicaragua ya era diferente. Pensaba que bastaba con decir:"...hola, compas, yo también quiero ser revolucionario... "
Al llegar a la frontera los agentes de Aduana de EI Salvador exigieron a los pasajeros los documentos de identificación personal. Manuelón extendió su cedula de identidad.
– ¿Adonde vas? – preguntó el policía.
– A Costa Rica – contestó, resistiendo la mirada interrogante del agente de aduanas.
– ¿Y a qué vas a Costa Rica?
– A visitar a una mi tía – respondió pensando que si descubrían que era desertor pasaría los próximos cinco años en la cárcel, guardando oculto el deseo de ser guerrillero.
AI llegar a territorio “libre centroamericano”, Manuelón respiró profundo.
– Compa, he desertado de la Fuerza Aérea salvadoreña y quiero trabajar en Nicaragua.
– ¿De veras? – dijo el miembro del Ministerio del Interior sin ocultar una sonrisa irónica.
– Lo que quiero es contactarme con los compas salvadoreños – acotó.
– Vení vos conmigo – ordenó con amabilidad el policía.
Lo condujo a la oficina donde estaba el sub-oficial.
– Este compa dice que ha desertado del ejército guanaco – manifestó el subordinado.
– Y vos, ¿cómo te llamás? – preguntó el sandinista.
Manuel dijo su verdadero nombre.
– ¿Y qué querés venir hacer acá vos?
– Quiero contactarme con los revolucionarios salvadoreños.
– Ja, ja, ja – rio el suboficial a carcajadas.
Manuelón, sin comprender lo que estaba pasando, se puso a fumar tranquilamente. AI cabo de unas horas, se encontraba preso y custodiado por agentes de la Seguridad del Estado Sandinista. No entendía nada. "La Prensa Gráfica" y "EI Diario de Hoy" aseguraban que el gobierno comunista de Nicaragua apoyaba al movimiento salvadoreño.
– “¿Es este el tipo de ayuda?" – meditaba.
Lo trasladaron a Managua. EI oficial encargado de investigar su caso lo visitaba diariamente. Tenía comida, ropa, buen trato,...lo único que le faltaba era la libertad de transitar libremente por la Plaza España. Le habían explicado que sólo se trataba de un proceso de rutina.
Manuelón comprendió al final, que era normal que los sandinistas investigaran la situación. Perfectamente podría tratarse de un infiltrado.
Las horas pasaron y los días iban madurando. Escuchando música, el cautiverio se hacía menos tedioso. Los deseos de convertirse en guerrillero se desvanecían a medida que transcurría el tiempo.
– ¡No te ahuevés hombre! – exclamó el oficial. Mirá, aquí te traigo el casete de música que te prometí. No te preocupés, que todo va a salir bien.
Manuelón se encontraba deprimido y triste. No tenía ganas de hacer nada, mucho menos de escuchar música.
Con desgano y malhumor colocó el casete. La voz del cantor emanó del aparato con dulzura.
Manuelón escuchó en silencio el poema hecho canción.
// Siempre que se hace una historia se habla de un viejo, de un niño o de sí / pero mi historia es difícil / no voy a hablarles de un hombre común. //Haré la historia de un ser de otro mundo, de un animal de galaxia/ es una historia que tiene que ver con el curso de la vía láctea/ es una historia enterrada/es sobre un ser de la nada. //Nació de una tormenta en el sol de una noche el penúltimo mes/ fue de planeta en planeta/ buscando agua potable/ quizás buscando la vida o buscando la muerte/ eso nunca se sabe/ quizás buscando siluetas o algo semejante que fuera adorable/ o por lo menos querible/ besable/ amable. //Él descubrió que las minas del rey Salomón se hallaban en el cielo/ y no en el África ardiente como pensaba la gente/ pero las piedras son frías y le interesaba calor y alegría. //Las joyas no tenían alma/ sólo eran espejos/colores brillantes. //Y al fin bajó hacía la guerra/ perdón/quise decir a la tierra. //Supo la historia de un golpe/ sintió en su cabeza cristales molidos/ y comprendió que la guerra era la paz del futuro. //Lo más terrible se aprende enseguida/ y lo hermoso nos cuesta la vida. //La última vez lo vi irse entre humo y metralla/ contento y desnudo/ iba matando canallas con su cañón de futuro... "
Manuel escuchó aquella canción dos, tres, cuatro vece hasta aprendérsela de memoria. Al final hizo suya la canción. Aquel domingo sería inolvidable para Manuelón. La bella elegía lo acompañaría por el largo sendero de su corta vida, sería su grito de guerra,…su poema de amor.
Entonces llegó el día en que a Manuelón le devolvieron la cedula de identidad y su libertad.
– Mirá Manuel – ?dijo el oficial sandinista que le había tomado cariño. EI mejor lugar para convertirte en revolucionario es en tu propio país. Aquí tenés dinero suficiente para regresar a EI Salvador.
– Gracias – contestó Manuel sin disimular su alegría.
El oficial sandinista nunca supo que le había entregado algo más valioso que el dinero: era el verso revolucionario que enlazaba el canto de Silvio Rodriguez con la tierna Nicaragua. EI futuro Manuelón no caería del cielo, no sería invento ni abstracción. El Manuel guerrero había nacido allí en la cárcel sandinista, escuchando la elegía dedicada al revolucionario cubano Abel Santamaría, en el interior de cuatro paredes liberadas, pintadas de rojo y negro sandinista. Las paredes de Managua no habían sido cárcel ni prisión, fueron antesala de la libertad.
Llegó a San Salvador y buscó trabajo. En el barrio Santa Anita conoció a un tipo de mala calaña que al verlo robusto y buen mozo, vio en él al futuro pugilista. Comenzó a entrenar con la cuerda y a pelear con su sombra. Llegó el día de la primera contienda y salió vencedor. Pero el verdadero enfrentamiento llegaría tiempo más tarde.
A las pocas semanas abandonó el cuadrilátero, al darse cuenta que no había nacido para el boxeo. Un día de tantos leyó en la "Prensa Gráfica": “Se busca joven con servicio militar". Era la época de los secuestros y el tener guarda espaldas estaba de moda.
Manuel tocó el timbre de la lujosa mansión.
– ¿Qué quiere? – preguntó una voz por el parlante.
– Vengo por lo del trabajo – contestó.
– Espere un momentito.
La empleada abrió la puerta de metal y le dejó pasar. A los pocos minutos apareció un hombre alto y enjuto, canoso. La nariz aguileña y el acento extranjero delataban la procedencia de sus antepasados.
– ¿Y vos, quien sos? – preguntó el salvadoreño-libanes.
– Vengo por el anuncio en La Prensa – dijo, extrayendo el papelito de la bolsa de la camisa.
– Sí, hombre, fijáte que necesito un guardaespaldas – exclamó el comerciante.
EI salvadoreño-libanés encontró en Manuelón la persona ideal para el trabajo. Los ojitos negros de zorro viejo se movían constantemente observando el cuerpo atlético de Manuel.
"... A lo mejor es culero[8] este turco[9] de mierda..." – pensó.
– Mostráme las recomendaciones – indicó el viejo.
– E eeeste, fíjese que las dejé en mi pueblo – contestó embarazosamente.
– Sin los papeles no puedo darte trabajo.
– Mire Don Fidel – dijo Manuelón – le prometo traérselos la próxima vez que vaya al pueblo.
– Nada de promesas. Si no hay recomendaciones, no hay trabajo – dijo el “turco” tajantemente. Cuando tengás todo, vení a verme otra vez.
– Está bien – contestó, con el deseo de mandar a la mierda al supuesto mercader.
Decidió por fin regresar a Arcatao. Prefería correr el riesgo de ser capturado que andar aplanando las calles en San Salvador. Tomó el bus que lo conduciría a su pueblo. En la mente entonaba su canción. Había comprendido que la paz la pare la guerra, que ni las joyas ni los tesoros más bellos del mundo pueden comprar la libertad del Hombre. Estaba decidido a emprender el camino, a trabajar por los pobres y no para un rico de mierda que en delirios de grandeza se veía amenazado por enemigos de fantasía.
Conocía el terreno, sabía que en La Cañada acampaba la guerrilla. No llevaba nada consigo. Se internó por las veredas y comenzó a subir montañas hasta que una voz lo detuvo:
– Detenéte allí cabrón, ¿Quién sos?
– Vengo a integrarme a la guerrilla – contestó.
En cosa de segundos se vio rodeado de guerrilleros. Un jovencito no mayor de trece años le ató las manos por la espalda con un lazo viejo y carcomido por el sudor de las bestias. Manuel había entrado nuevamente a territorio libre. La ironía de la vida Ie jugaba otra mala pasada y lo obligaba nuevamente a sentirse prisionero. Fue llevado al local del jefe de la guerrilla. Esta vez la situación era más peligrosa. La crueldad de la guerra cegaba el pensamiento y endurecía el corazón. La desconfianza exagerada reinaba en las montañas.
– Confesa cabrón – decía German exasperado por la sencillez con que Manuelón contestaba las preguntas.
– No le estoy mintiendo, compa – repetía. Deserté hace un par de meses.
– ¡Dejáte de mierdas! ¡Vos sos infiltrado!
– Le doy mi palabra. Sólo quiero integrarme a la guerrilla. ¡Deme una oportunidad!
– Sí me decís la verdad yo te garantizo que no te va a pasar nada. Ahora bien, si seguís mintiendo…!mecha es lo que te espera! – terminó diciendo el jefe guerrillero llenando de amenazas el ambiente.
Manuelón estuvo prisionero varios días en una jaula grande de madera. EI resto de la gente se portaba muy amable con el ex paracaidista, sobre todo las compañeras de la cocina. Poco a poco se fue integrando a las tareas de servicios. Cortaba leña, molía el nixtamal y acarreaba el agua. Con el tiempo se fue ganando la confianza de los demás guerrilleros, menos la de German, que continuaba empecinado en considerarlo un espía enemigo.
Pero él no había llegado a la montaña para moler maíz. En el fondo esperaba la primera oportunidad para demostrarle al jefe guerrillero que sus sentimientos eran nobles y sinceros.
En esos días la guerrilla se preparaba para atacar el puesto militar de San Antonio de la Cruz ubicado en las cercanías de la presa hidroeléctrica 5 de Noviembre. En el combate, Manuel demostró valentía y arrojo. Pagó con sangre la prueba de lealtad al pueblo y su osadía. Un proyectil de G-3 le atravesó el muslo derecho. Por eso renqueaba al caminar. German también resultó herido en la refriega. Una ráfaga de ametralladora “M-60” enemiga cubrió con un manto de balas el lugar donde German se encontraba apostado junto a Felipito, quien valientemente lo sacó de la línea de fuego. La bala penetró la espalda destrozándole el dorso.
Manuel no olvidó fácilmente los días de cautiverio bajo el mando de German y nunca llegaron a ser verdaderos amigos.
EI resto de la historia ya la conoce – terminó diciendo, al tiempo que se lanzaba al agua, tal vez para camuflar alguna lágrima furtiva.
Poca gente en la montaña conocía la verdadera historia de Manuelón y las peripecias que pasó hasta llegar a la guerrilla del frente Apolinario Serrano. Manuelón, a esas alturas de la guerra, había demostrado con creses su amor y entrega por la causa revolucionaria. Por su modestia y sencillez se había ganado el aprecio de la tropa y de los altos jefes guerrilleros. Sin duda alguna, se trataba de uno de los mejores combatientes en el frente norte.
Manuelón nunca se enteró, que Jorge conocía desde su niñez al famoso “turco” que no lo contrató como guardaespaldas por falta de crédito. Por esa razón, Jorge nunca dudó de la veracidad de la historia de Manuelón.



[1] El Barrancón: Caserío ubicado en las cercanías de la ciudad chalateca de La Palma.
[2] Los correos: Mensajeros guerrilleros, en su mayoría jóvenes y niños, conocedores del terreno, cuya función era la de transportar la comunicación escrita y/o verbal entre los Estados Mayores de los frentes de guerra y los diferentes campamentos guerrilleros.
[3] Catracho: Hondureño
[4] Charamusca: Helado popular salvadoreño.
[5] Compas: Sinónimo de guerrilleros, compañeros de lucha.
[6] Quilite: Planta de hojas de verde intenso y comestible de gran poder nutritivo.
[7] Cuche: Cerdo,marrano
[8] Homosexual en salvadoreño
[9] Turco: Término genérico utilizado en El Salvador para definir a todos los habitantes del Oriente medio.