jueves, 26 de diciembre de 2013

El tiempo visto a través de los barrotes oxidados de una celda para transeúntes sospechosos

Los hechos que aquí se narran descansan en el hipocampo del escritor, mientras que la mayoría de los personajes reposan en el campo santo.



Como no llevaba una bola de cristal colgada al cuello, no podía saber que sería ésta la única vez que estaría en una celda. Es más, la noche de su detención, ni siquiera llevaba el crucifijo de oro, que según su abuela paterna lo protegería de todo mal.
Por una extraña e inesperada razón, Daniel pensó en su querida tía abuela Lipa en los momentos en que el dolor provocado por el puño del sargento en el plexo solar comenzaba a irradiar sus efectos en el bajo abdomen. A lo mejor fue una simple asociación freudiana, pero en esos momentos no reparó en explicaciones psicológicas, sino más bien parasicológicas. El calabozo en el que se encontraban, él, sus amigos y un par de borrachines, era un cuarto pequeño, de paredes pintadas de blanco cal, pero lo suficientemente grande como para tener una sólida reja de hierro como las celdas de los alguaciles en las películas de vaqueros. El puesto de la policía nacional de la ciudad de Santa Tecla, departamento de La Libertad, estaba instalado en una típica casa colonial, la cual se abría hacia el interior, estableciendo dos zonas muy marcadas arquitectónicamente: la parte habitacional y la de recreo. Las habitaciones o los cuartos, como se dice en El Salvador, estaban organizadas en torno al patio central, donde no faltaban las plantas ni las flores tropicales y el de la policía nacional no era la excepción.

Y precisamente allí en esa ciudad poscolonial, patronazgo de Santa Tecla de Iconio, virgen mártir para católicos y ortodoxos, había pasado la etapa estudiantil su casta tía abuela. Según él, la más culta de todas sus tía abuelas y la menos pro oligárquica y pro militarista de la familia.

Para el profesor universitario de Filosofía y para el de Economías, la explicación a todos los problemas en El Salvador, se encontraba en los libros de un alemán-judío, un tal Carlos Marx. De algo estaba seguro en esos momentos: Él no había sido el primero en leer el Manifiesto Comunista en su familia, ya que un gato con botas guerrilleras de siete leguas y con siete años de ventaja le había tomado la delantera en muchas cosas de la vida. Mientras él se la pasaba jugando al fútbol con los demás chicos del barrio o viendo al llanero solitario en la televisión, el felino en cuestión, ya sabía que la historia de la sociedad humana es la historia de luchas de clases y había leído en el ¿Qué hacer? de Lenin lo que había que hacer en El Salvador. Y por andar buscando la conciencia de clase para sí, lo encerraron varios días en una celda de la policía secreta.

La “mamá Lipa” también conoció de cerca la lucha de clases cuando era una mujer joven en su pueblo natal. Fue una mujer extraña para su época y sobre todo, para su entorno familiar. A pesar de ser muy bella y de familia acaudalada, nunca contrajo matrimonio ni tampoco se le conoció amor ni pretendiente alguno. Hablaba francés y gustaba de la música clásica. Ella era la hija mayor de una familia de cafetaleros en el pueblo de Jayaque, un pueblo donde la fuerza de la gravedad y la tradición feudal terrateniente de finales del siglo XIX se sentían desde los primeros momentos en que comenzaba el tortuoso ascenso de la calle empedrada. A la vera del camino, árboles de café y de bálsamo. Todo lo que el ojo humano podía apreciar en esa ruta paradisíaca tenía dueño y en la “cumbre”, como decían los jayaquenses, se cosechaba el mejor café de altura del mundo. Parecía una ironía de la vida, que en el departamento de La Libertad los terratenientes oligarcas eran los únicos que tenían libertad para hacer todo lo que se les antojaba, incluso recurrir al homicidio y a la extorsión, para conservar y aumentar sus bienes inmuebles. Mientras que los peones y los campesinos pobres la única “libertad” que tenían era la de reproducirse como los conejos. El Salvador de principios del siglo XIX semejaba la Rusia del Zar Nicolás II. No fue casual entonces, que el departamento de La Libertad haya sido la cuna de la primera insurrección comunista en El Salvador y en Centroamérica.

Por primera vez en su vida, Daniel experimentaba en carne propia lo que significaba la libertad o mejor dicho, la falta de libertad. Así, que para entretenerse un rato se imaginó a su tía abuela tocando guitarra, recitando versos de Rimbaud en francés y contándole las aventuras de un tal Farabundo Martí, quien algunas veces a pie y otras montado a caballo, llegaba a Jayaque junto con otros conocidos comunistas, a veces de Chiltiupán otras veces de Tepecoyo, pero siempre agitando a la población campesina, pues los camaradas del partido comunista salvadoreño sabían que no bastaba con la conciencia de clase en sí para derrotar a la oligarquía cafetalera. En aquellos días, previos a la insurrección indígena de 1932, la crisis económica mundial provocada por la caída de la bolsa de valores en Nueva York llegó también a El Salvador. La baja estrepitosa de los precios del café afectó seriamente la economía salvadoreña y los barones del café en Jayaque entraron en pánico, pero ni siquiera con la Guardia Nacional pudieron evitar que el campesinado pobre y los peones de las fincas se concentraran en el atrio de la iglesia de San Cristóbal para recibir al Negro Martí, a Alfonso Luna y a Mario Zapata. Pero cuando Daniel llegó a la parte de la historia, donde “mamá Lipa” narraba la detención por parte de la Guardia Nacional de un jovencito de apenas quince años, muy querido en el pueblo, se puso nervioso; a pesar que sabía que entre la muerte de aquel joven comunista y el presente había transcurrido casi medio siglo. Estaban en los albores de 1971 y aunque los agentes policiacos los acusaban de pertenecer al “Grupo” – nada más por atemorizarlos –, y de querer “robarse un vehículo en plena vía pública” – esta imputación no era broma –, sabían efectivamente que la situación política nacional se había puesto color de hormiga con el secuestro del empresario Ernesto Regalado Dueñas por parte de “El Grupo”.

Sin embargo, aunque el levantamiento de 1932 estaba lejos, las causas socio-económicas en El Salvador no habían cambiado mucho desde entonces. Al menos eso era lo que Daniel había aprendido en las Áreas Comunes de la Universidad Nacional y desde la perspectiva del materialismo histórico, el secuestro del empresario era una expresión, radical por cierto, de la agudización de la lucha de clases.

Pero ellos eran simplemente un “grupo” de huevones incautos, quienes creyéndose los reyes del mambo y del fútbol, habían decidido celebrar el triunfo de su equipo “Colinas FC” en “El Cafetalón”, en el famoso complejo deportivo, ubicado en los terrenos que otrora formara parte del patrimonio de una de las familias oligarcas salvadoreñas más influyentes de finales del siglo XIX y principios del XX: La familia Guirola.

Daniel había contribuido a la victoria con dos goles, uno de ellos de volea, al estilo Pipo Rodriguez[1] . “Las pupusas tecleñas son las mejores”, dicen los especialistas en la materia, “comienzas con una y terminas con más de media docena”. De este modo, de pupusa en pupusa y de cerveza en cerveza, se hizo de noche. Se dirigieron, entre rancheras y carcajadas, a la Colonia Las Delicias que se encontraba a la salida de la ciudad. Allí, en la casa del Conejo, pernoctarían. En esos lúdicos menesteres estaban, cuando de repente apareció un radio patrulla amenazante con las luces apagadas, saliendo de una de las avenidas que confluyen en la carretera Panamericana. Tal fue el susto, que las pupusas revueltas de chicharrón con frijoles se les revolvieron más de la cuenta en las tripas, pero cuando uno de los policías gritó a todo gaznate: ¡Esos son!, el instinto animal de conservación tomó el control motriz neuronal y, ni cortos ni perezosos, todos los miembros del “grupo” salieron huyendo sin saber por qué.

Les pasó lo mismo que al verdadero “Grupo”: Se atomizaron al instante y ninguno de sus miembros se fue para la izquierda. La mayoría se perdió en los laberintos del lado derecho de la Panamericana. ¿Qué hacer?, se preguntaron los cuatro restantes. Daniel, quien para entonces no sabía de las consecuencias histórico-estratégicas de “Un paso adelante y dos atrás” de Ilich Ulianov, giró instintivamente 180 grados y aunque la Panamericana ya estaba asfaltada, puso pies en polvorosa y el resto lo siguió. Pero los cuatro cayeron en las redes inevitables de la policía minutos más tarde. Daniel cometió, además, el error “táctico-operativo” de buscar refugio en un automóvil estacionado frente al mercado municipal.

– Así que vos sos el hijueputa que se quería robar el carro – imputó el sargento – dirigiéndose a Daniel.
– Eso no es verdad – alcanzó a decir Daniel, cuando el policía golpeó con un gancho de derecha la boca del estómago.
– Aquí vas hablar hijueputa, solo cuando yo te lo ordene – vociferó el sabueso oligárquico lambiscón, poniendo bien claras las relaciones asimétricas de poder reinantes.
– Mire señor oficial, en la casa de enfrente vive mi tío – intervino diplomáticamente El Conejo tratando de calmarle los ánimos caldeados al sargento.
Efectivamente, enfrente del cuartel de la policía vivía el tío del Conejo, apodado así por los dos feroces incisivos centrales que decentemente ocultaba tras el mostachón à la Pancho Villa que acostumbraba a estilar.
– ¡Eso a mí me vale verga! – contestó prepotente el uniformado. ¡Como si allí viviera uno de los Duke! – añadió soberbio.

Los Duke, junto a las familias Regalado, Guirola, Araujo, Álvarez, Salaverría, Trigueros, Escalón, Palomo, Prieto, Figueroa, Orellana, Menéndez y otras familias de inmigrantes como los de Sola, Goldtree Liebes, Nottebohm, Bloom, Dreyfus, Daglio, Freund, von Schönenberg, Schwartz, Schildknecht, Deininger, Haas, Sol Millet, Hill, Mathies, Meza Ayau, Zablah, Simán, Bahaia, Salume, Belismelis y Meardi formaban parte del núcleo principal de acaudalados que dieron origen a la leyenda de las 14 familias oligárquicas salvadoreñas. Todos ellos, en alianza clasista con los Dueñas eran los verdaderos dueños del país. Y muchas de esas familias, residían en Santa Tecla o en otras ciudades del Occidente del país. No por casualidad, la insurrección popular de 1932 tuvo lugar fundamentalmente en los departamentos de La Libertad, Sonsonate, Ahuachapán y Santa Ana: La retaguardia estratégica de la oligarquía salvadoreña en aquellos años. Por eso, a nadie le extrañó la furia y el odio con que la clase feudal-terrateniente arremetió contra la población indígena y campesina en esas zonas cafetaleras. El partido comunista salvadoreño le había tocado los huevos al tigre oligárquico en su propia cueva y eso era una irreverencia imperdonable. El fusilamiento de Farabundo Martí, Alfonso Luna y Mauricio Zapata y el asesinato de centenares de “comunistas alzados”, fueron el mensaje eterno y diáfano de la oligarquía salvadoreña para todas las generaciones venideras de revolucionarios marxistas.

Ante uno de estos oligarcas, aquel sargentico altanero se hubiera cagado en los calzones, si uno de los detenidos hubiera sido hijo, sobrino, nieto o bisnieto putativo de tan ilustres mandamases. Pero para el suboficial de la policía nacional ellos eran simplemente hijos de puta y como tales había que tratarlos. Dieciocho horas y tres minutos duró el “correctivo” policial. Los pusieron en libertad sin darles mayores explicaciones.

Meses más tarde, Daniel fue a despedirse de su tía abuela Lipa. Lo recibió como siempre, con la sonrisa a flor de labio, como solo las abuelitas saben recibir a los nietos que quieren de verdad. Sería la última vez, que “Danielito” la visitaría en el asilo de ancianas San Vicente de Paul en las cercanías del Cementerio General de San Salvador. La muerte de “mamá Lipa” lo sorprendió una tarde de verano en las orillas alemanas del lago de Constanza, pero el recuerdo de aquella anciana que lo quiso mucho quedó grabado en algún sitio de su cerebro. El pueblo de Jayaque, perdido dentro de las brumas de la cumbre, lloró el día de la muerte de la ilustre ciudadana.

Daniel regresó a Jayaque en agosto de 1993 con las cenizas de Jorge, su padre, en una urna y las desparramó en los montes y en los cafetales de la "Cumbre". Esa fue la última vez que lo vieron, cuentan los jayaquenses.  

Tuvo que pasar casi medio siglo, para que el pueblo salvadoreño elaborara el “trauma del 32” en la teoría y en la práctica. El “Grupo” y las posteriores organizaciones político-militares surgidas en 1970 fueron la inevitable respuesta social de la nueva generación de revolucionarios salvadoreños nacidos bajo la tétrica sombra que dejó la masacre de 1932. El fantasma comunista que puso en pánico a la oligarquía salvadoreña continuaba deambulando por los valles y montañas de Cuscatlán. No se trataba de la leyenda del Cipitío o de la Ciguanaba ni mucho menos de las historias parapsicológicas que se contaban en Santa Tecla en torno a la mansión de Don Ángel Guirola de la Cotera. ¡No!

Era el comienzo de la primera revolución socialista y popular en El Salvador, que es parte ya del vaivén de la historia de la lucha de clases…cuzcatleca.



[1] Mauricio Alonso “Pipo” Rodriguez: Conocido futbolista salvadoreño especialmente durante las décadas del 60 y 70 del siglo pasado. Famoso por sus goles de volea en el aire. 

domingo, 1 de diciembre de 2013

El día en que conocí el cielo y reconocí la tierra….y mis raíces…

Recordando a Monseñor Oscar Arnulfo Romero y Armando “El gato” Herrera 


Corrían los años cincuenta del siglo pasado y yo era un chiquillo inquieto de apenas nueve años, que cuándo no estaba en la escuela parroquial de Nuestra Señora de Fátima en la colonia La Rábida o dedicado a las tareas escolares, me la pasaba jugando en la finca Cipactli (Caimán en náhuatl), jugando al fútbol o al béisbol en la calle o encaramándome en el muro del manicomio, para observar mejor a los “locos”, viendo cómo vivían o sobrevivían la “vida loca”, en un lugar, que más que un hospital, parecía la cárcel de Papillón en la isla del Diablo. En ese mismo sitio, se construiría años más tarde el Instituto Nacional Francisco Menéndez, una fábrica especializada en educar a talentosos jóvenes bachilleres de la clase media con pocos recursos. Las clases sociales con más poder económico enviaban a sus hijos a los colegios élites del país. El Externado San José de la Compañía de Jesús, que también era una compañía que “producía” buenos estudiantes, bien preparados para convertirse en futuros empresarios, excelentes profesionales y de vez en cuando, díscolos del arte, la cultura y la política, “ovejas descarriadas”, como el célebre poeta y revolucionario Roque Dalton. Otras familias encomendaban la educación de sus vástagos a la Congregación de los Hermanos Maristas, que tenía dos sucursales en San Salvador: La escuela San Alfonso en el barrio popular de San Jacinto y El Liceo Salvadoreño, en la parte occidental de la capital cerca de las casitas del barrio alto. En el “Externado” y en el “Liceo”, los dos centros de educación primaria, secundaria y de bachillerato, católicos por excelencia, estudió durante años la crema y nata de la intelectualidad cuzcatleca y la élite del poder político-económico que ha gobernado El Salvador. Más de algún comandante guerrillero pasó por alguna de estas aulas. El resto de la población estudiantil de la capital se distribuía entre los colegios católicos salesianos (Santa Cecilia y Don Bosco) y otros de poca monta, más los colegios laicos, como el Instituto Miguel de Cervantes, García Flamenco, el colegio salvadoreño-alemán y la escuela americana.

Me encontraba, creo, cometiendo alguna de mis travesuras en la vecindad o en casa, cuando se expandió la noticia que a Julio [Rivas], un joven estudiante de secundaria o bachillerato del Instituto Nacional, lo habían ››baleado‹‹ en una manifestación contra el presidente de turno, el coronel José María Lemus. En patota nos dirigimos a la casa de Julio en la 33 calle oriente, que estaba a la vuelta de la esquina. Julio yacía en la cama, más vivo que muerto, con un vendaje en la pierna o en el abdomen. Probablemente, se trató, afortunadamente, de un ››rozón‹‹ de bala. Pero el susto que pasó, todavía se podía leer en su cara. Días más tarde, después de estos sucesos que conmovieron al país entero, por la cruenta represión desatada, nos visitó inesperadamente mi tío Arturo con el menor de sus hijos, quien se quedó unos días en nuestra casa y se marchó, recién cuando los moros abandonaron la costa. Esta fue la primera vez que vi conscientemente al famoso ››comunista en la familia‹‹ y el primero que conocí en mi vida. Se trataba de Armando, la ››oveja roja‹‹ entre los Herrera. Creo que él era diez o doce años mayor que yo, no sé exactamente la diferencia de edades, pero qué más da, el caso es que él ya tenía la edad suficiente para andar metido en “cosas políticas” y arrancar de la policía. Luego de esos acontecimientos desapareció por completo del mapa metropolitano y nacional, pero la familia conocía su paradero.

La segunda vez que lo vi fue a mediados de los sesenta. Hernán, su hermano, para ese entonces nuestro vecino inmediato, llegó a casa con Armando, quien nos dio la luctuosa noticia de la muerte de su primer hijo o hija. Allí en la sala de nuestra casa lo vi llorar en los brazos de papá Nicho. Creo que la criatura murió durante el parto.

Y pasaron los años, me hice adolescente e ingresé en 1970 a las áreas comunes de la Universidad Nacional, en aquellos años agitados, donde se estaba gestando el proyecto estratégico de la lucha armada. En los pasillos de las facultades se hablaba del “Grupo”, de Marcial [Cayetano Carpio] y de un tal Simón [Schafik Handal]. Muchas veces lo miré de reojo en la facultad de Humanidades, puesto que Armando fue siempre un tabú en la familia. Pero no porque se le reprochara su actividad política ni su ideología comunista. Pienso que el alejamiento de la familia se debió más bien a medidas de seguridad, que él mismo se impuso o que el partido le exigió en su momento. Una forma de proteger a sus seres más queridos que en esos momentos eran sus padres y sus hermanos. Su sobrino Yuri, hijo de Marina, fue tal vez uno de los primeros salvadoreños bautizado con un nombre ruso. No sé si en honor a Gagarin, el primer hombre que realizó un vuelo espacial o en honor a las ideas del tío rojo. Total que en este ambiente conspirativo y medio clandestino, nunca me atreví a visitarlo en su cubículo. Nunca supe qué hacía él concretamente en la Universidad. A raíz de su muerte en 2009 me enteré que su trinchera de lucha había sido siempre el arte y la cultura.

Así que cuando el coronel Arturo Armando Molina en 1972, a la sazón presidente de la república, consideró que el alma mater se había transformado en una enorme teta marxista-leninista, de la que mamaban los aprendices de guerrilleros, subversivos, sediciosos y comunistas (el término ››terrorista›› no estaba de moda), dio la orden al ejército de allanar el recinto universitario. Para ese entonces, yo ya estaba con un pie en las Europas. Pero efectivamente, las primeras lecciones de materialismo histórico y dialectico, lógica formal y dialéctica, las recibí en las áreas comunes, es decir en las “áreas comunistas” que no dejaban dormir al coronel Molina. ¡Tan despistado no andaba el chafarote!

Papá Nicho y tío Arturo, además de ser parientes cercanos, se parecían físicamente y les gustaba pasar bien los fines de semana y por eso a menudo se visitaban mutuamente. Muchas veces acompañé a mi “tío-padre” en sus periódicas visitas a la colonia Soyapango, donde vivían los padres de Armando. Los dos primos eran empleados de escritorio, uno de ellos trabajaba para el estado y el otro para la empresa privada. Mi tío Arturo trabajaba en el Instituto de Vivienda Urbana (I.V.U) y mi papá, era tenedor de libros en la compañía Gabay Gun & Cia. Un prestigioso almacén de artículos para el hogar, propiedad de Jacques Gabay (Jaime Gabay) un sefardita nacido en Estambul, Turquía y de Saúl Gun, un judío originario de Israel. Allí, en esa empresa, trabajó Nichín desde muy joven – así le decía mi tío Arturo a mi papá – a partir de los cuarenta hasta 1973, año en que la compañía fue disuelta.

Los dos Herrera, eran bajos de estatura, piel blanca, ojos zarcos y nariz aguileña características fisionómicas que los convertía en salvadoreños “atípicos”, cuyas raíces ancestrales estaban en España y Francia. Las raíces sefarditas de los “Herrera” fueron también unos de los temas tabúes en nuestra familia y lamentablemente siendo adulto nunca le pregunté a mí “tío-papá”, acerca de la historia de sus padres, abuelos y bisabuelos.

Armando Herrera, a quien sus amistades y camaradas llamaban “El Zarco” o “El gato”, tenía gran parecido con su padre. En alguna parte leí sobre él muchas cosas que yo desconocía: Armando era jovial, le gustaba reír y contar chistes. Así eran también sus hermanos: Marina, Hernán y Dagoberto.

Tuvieron que pasar exactamente casi veinte años para que mi primo Armando y yo volviéramos a encontrarnos, ésta vez para conversar como dos adultos. Me gradué de ingeniero electrotécnico en 1979 en Alemania, y en octubre de ese año decidí visitar a mi familia. Comencé mi periplo en los Estados Unidos, donde radicaban mis familiares más cercanos y lo continué en San Salvador. Llegué al aeropuerto internacional de Ilopango desde Los Ángeles, California en el famoso vuelo del “tecolote” de líneas Aeroméxico.

Nada más puse pie en tierra salvadoreña, pedí a papá Nicho expedito que me organizara una entrevista con mi primo Armando y una audiencia con monseñor Romero. Nunca le pregunté a mi padre, pero pienso que la petición le habrá resultado curiosa, pero solo se limitó a preguntar: Y, ¿para qué querés hablar con Armando? Lo de Monseñor, creo le debe haber caído como agua bendita, pues a lo mejor pensó que por fin sentaba cabeza. Efectivamente, dicho y hecho. Tanto Armando como Monseñor aceptaron gustosos perder su tiempo en conversar conmigo. Mi papá Nicho se encargó de organizar lo de Armando y mi prima Elvira de arreglar lo de Monseñor. Las buenas relaciones de la familia con el santo hombre facilitaron las cosas.

De este modo, un día miércoles, me presenté a la oficina de Armando en la facultad de Odontología. Creo que él era el director del periódico de la Universidad. Me saludó con una sonrisa que mi hizo recordar al tío Arturo, pero capté que estaba curioso por averiguar cuál era la razón de mi visita. Para ese entonces, yo ya tenía un “currículo político” como activista en la solidaridad alemana con los exiliados chilenos, argentinos y con la revolución sandinista. Así que no me presenté con las manos vacías. Pienso ahora, que de manera inconsciente estaba diciéndole: ¡Eh, Armando yo también seguí tu camino!

Le informé acerca del trabajo de solidaridad con la revolución salvadoreña que estábamos impulsando en Alemania. Me felicitó y me confirmó  que el trabajo internacional era muy importante, etc. Me dio su apartado postal, número 1703 y su teléfono privado (25-6604) en San Salvador. Nunca le escribí tampoco le llamé por teléfono y jamás volvimos a encontrarnos. Tampoco supe, si él se enteró en algún momento que mi vínculo con la revolución salvadoreña fue más allá de las fronteras de la solidaridad.

Al día siguiente se llevó a cabo la audiencia con Monseñor Oscar Arnulfo Romero en el seminario San José de la Montaña. Hice un par de fotos con una Minolta, regalo de bodas de un amigo hondureño; todavía guardo aquellas fotos de Monseñor Romero vistiendo sotana blanca. Me concedió quince minutos exactos. Estaba tan nervioso que me costó articular mis palabras y no recuerdo exactamente sobre qué hablamos. Me imagino que le hablé de lo mismo que a Armando, pues a decir verdad, no tenía mucho más que contar. Finalmente me dio su bendición. Pero creo que él estaba más nervioso que yo. Detrás de su bonhomía percibí la tensión de un hombre que ya sabía que su vida estaba en peligro.

Afuera, en el corredor, me esperaba mi prima Elvira, riéndose nerviosa como era su costumbre. Nos subimos al escarabajo y nos dirigimos a la ciudad de Santa Tecla. San Salvador al mediodía es un infierno y yo recién venía saliendo de un lugar fresco y agradable, en el que reinaba la paz y tranquilidad. Allí conocí a un verdadero santo.

El domingo 14 de octubre por la noche nos encontrábamos un grupo de compañeros de colegio en una habitación del Hotel Gran San Salvador, contiguo a las oficinas del correo central en la avenida España, celebrando el reencuentro y al mismo tiempo despidiendo a uno de los amigos que al día siguiente regresaría a Managua donde residía desde 1970. A medianoche se fue la luz y nos percatamos que toda la capital estaba a oscuras. Presentimos algo extraño, aunque los apagones eran frecuentes en esos días en San Salvador; esa noche hasta los mariachis de la Praviana guardaron silencio. El conserje llegó a la habitación y nos informó que se trataba de un golpe de estado y nos recomendó no abandonar el hotel. Así que allí pernoctamos los cinco amigos de colegio, bien avergonzados por no haber tenido el valor de regresar a nuestros respectivos hogares. Esta sería la última vez que nos veríamos en esa constelación. Pero el apagón había sido solamente la antesala del golpe de estado.

En la mañana del 15 de octubre de 1979, la Juventud Militar, derrocó al general Carlos Humberto Romero, quien abandonó el país esa misma tarde. Así finalizó la “milicocracia” del partido nacionalista y conservador PCN (Partido de Conciliación Nacional). Pero el objetivo principal del golpe militar, no fue solamente deponer al general Romero, sino que se trató del primer intento político-militar para contrarrestar la ola insurreccional que la revolución sandinista había provocado en El Salvador. La Primera Junta “Revolucionaria” (póngase atención al término entre comillas) de Gobierno comenzó su gestión, proclamando unos días más tarde por decreto de ley, la disolución de la estructura paramilitar conocida como ORDEN. Los golpistas contaron con el aval del gobierno de Jimmy Carter y con el apoyo político del Foro Popular[1]. En enero de 1980 se constituye la Segunda Junta “Revolucionaria” de Gobierno y en octubre del mismo año, la Tercera Junta. Con el fracaso de esta estrategia contrainsurgente americano-salvadoreña, los revolucionarios salvadoreños se lanzaron a tomar el Paraíso terrenal por asalto.

Regresé a Alemania el 20 de octubre de 1979, con la convicción de que el triunfo popular estaba a la vuelta de la esquina.

La noticia del asesinato de Monseñor Oscar Arnulfo Romero el 24 de marzo 1980 conmovió al mundo entero. Entonces comprendí las palabras expresadas con cautela y entre líneas por mi primo Armando aquel día de octubre de 1979. El Salvador se había transformado literalmente en un dantesco infierno.

Si la vida de un santo hombre no valía ni un comino en El Salvador, ¿Cuánto podía valer la de un campesino? ¿La de un obrero? ¿La de un estudiante? ¿La de un comunista?

¿Cuánto vale la vida de los pobres en El Salvador del siglo XXI?


[1] Foro Popular: Plataforma política compuesta por: La Federación Nacional de Trabajadores Salvadoreños (FENASTRAS), que era la más poderosa central sindical, influenciada fuertemente por el Frente de Acción Popular Unificada (FAPU)/ Resistencia Nacional(RN), las Ligas Populares "28 de Febrero" (LP-28) influenciada por el Ejército Revolucionario del Pueblo(ERP), la Unión Democrática Nacionalista (UDN), influenciada por el partido comunista salvadoreño, el Partido Demócrata Cristiano (PDC), el partido socialdemócrata Movimiento Nacional Revolucionario (MNR) y el Partido Unionista Centroamericano (PUCA).

domingo, 17 de noviembre de 2013

Tráfico de drogas, violencia y corrupción

Las elecciones presidenciales en Honduras 2013 bajo la sombra de una tétrica realidad


Dele rienda suelta a su imaginación. Usted se encuentra en Tegucigalpa frente a un semáforo en rojo en alguna intersección de calles, esperando que la luz se ponga en verde para que usted pueda continuar su travesía rumbo a su trabajo, y vamos a suponer que usted tiene un empleo seguro y además dispone de un vehículo. ¡Todo un privilegio en esas latitudes! Un lujo, que solamente unos pocos ciudadanos pueden gozar. Dos jóvenes adolescentes montados en una moto japonesa, vistiendo sendos cascos reglamentarios de tránsito aguardan impacientes, lo mismo que usted, el cambio de señal. No obstante, ellos están violando una ley de tránsito que prohíbe que dos personas viajen en moto. Un policía de tránsito que en esos momentos ayuda a una anciana a cruzar la calle, se percata de la infracción de los jóvenes y diligente se dirige a los motociclistas para cumplir con su obligación. El piloto de la moto se baja y sin mediar palabra alguna, lanza un puñetazo en plana cara al policía, quien cae al pavimento. El guardián de las leyes de tránsito hondureñas trata a duras penas de ponerse de pie, sin pensar en ningún momento que en los próximos segundos, sonará por él la campana de la muerte. Serán los últimos de su vida. El copiloto se baja de la moto, saca un revólver y apunta a la cabeza del policía y dispara. Una vez y otra vez…Los peatones y conductores quedan petrificados y mudos de miedo como estatuas de alabastro.

Con frialdad asesina y con una tranquilidad espeluznante, ambos se suben a la moto y continúan su viaje, como si lo ocurrido hubiera sido el último acto de una tragedia moderna, en la cual los actores se retiran del escenario con la expectativa que el público les aplauda y los ovacione.

Probablemente, sí usted no habita en alguno de los países del mundo, donde la violencia y criminalidad es parte del “folclore” nacional, se preguntará, si la historia relatada es parte de la nueva película de Quentin Tarantino. Pero se equivoca. Algo parecido sucedió hace algunas semanas en Tegucigalpa, la capital de Honduras, el país latinoamericano más peligroso en la actualidad. Esta escena trágica y mortal fue filmada con una cámara de video de la municipalidad. Por lo demás nada inusual en el país centroamericano. Éste tipo de escenas son muy frecuentes en la capital hondureña y uno se pregunta: ¿Cómo es posible vivir o sobrevivir bajo estas condiciones? ¡Pues, sí! Aunque usted no lo crea, es posible. A todo se acostumbra el ser humano. No queda de otras. O te quedas o te largas. ¡ No hay tutía!

Este dilema enferma al ciudadano, transformándolo en un ser apático, desesperanzado y lo que es peor, en una persona indiferente ante los problemas que atañen a la sociedad entera. La adaptación al crimen cotidiano, al robo a mano armada, a la prostitución, a la violencia de género, al hambre, al desempleo, al analfabetismo, a la injusticia socio-económica y al tráfico de drogas actúan en el cerebro y la conciencia como una droga fuerte.

Honduras, es un país pobre en Centroamérica, que busca, desafortunadamente sin éxito alguno, desde hace años, salir del agujero en que ha caído. La esperanza de una América Central “democrática y pacífica”, se desvaneció como las burbujas de jabón con la llegada de la violencia armada de las maras y los barones de la droga.

La “democracia” hondureña recibió un duro revés en junio de en 2009 con el golpe de Estado perpetrado contra el gobierno de Manuel Zelaya, militante del Partido Liberal, quien intentó –contando con la ayuda solidaria de Venezuela, Cuba y los países del ALBA – encontrar una salida política-económica a la miseria del pueblo hondureño en el marco constitucional y bajo las leyes de la economía de mercado.

El domingo 24 de noviembre se celebrarán las elecciones presidenciales en Honduras. En ellas participarán los partidos políticos tradicionales: Partido Liberal, Partido Nacional, el Partido Libre, una escisión del partido liberal que apoya la candidatura de Xiomara Castro, esposa de Manuel Zelaya y otros partidos pequeños sin mayor trascendencia política.

El partido “Libres” (Libertad y Refundación) es la formación política que según los pronósticos electorales tiene grandes posibles de salir victorioso en la contienda electoral. Internacionalmente apoyan la revolución bolivariana de Venezuela, razón suficiente para que sus rivales políticos los señalen de ser “comunistas”. Acusar a Xiomara Castro y su esposo, Mel Zelaya de marxistas-leninistas, equivaldría a tachar al actual presidente de la república de El Salvador, Mauricio Funes de ser un paladín del socialismo revolucionario.

Al parecer, el contrincante más fuerte de Xiomara Castro es el nacionalista Juan Orlando Hernández, actual presidente del Congreso e hijo de un “militar de cerro” (coronel sin formación académica militar), no muy querido en el departamento de Lempira, de donde es originario. El candidato liberal, Mauricio Villeda, así como el resto de los candidatos, según los pronósticos, no tienen ninguna chance real de ganar.

¿Podrá Xiomara amarrar a la mara? ¿Quién pude salvar a Honduras, un país que ha caído en lo más hondo del agujero negro del tráfico de drogas, del crimen organizado y de la corrupción institucional? ¿Quién puede garantizar a los hondureños y hondureñas un futuro venturoso?

Probablemente ninguno de los partidos políticos en contienda. El problema esencial de Honduras se encuentra enraizado profundamente en el sistema socio-económico desigual y que además, es extremadamente dependiente del gran capital extranjero, cuya solución va más allá de la voluntad y los buenos deseos de personalidades y de agrupaciones políticas. El tráfico de drogas, la violencia organizada y la corrupción estatal son solamente las consecuencias secundarias del sistema económico, que dicho sea de paso, es apoyado y fomentado por todos los partidos políticos en contienda. Ésta es precisamente la tragedia de este pueblo.

Honduras es después de Haití, el país más pobre de América Latina y probablemente uno de los países más peligrosos del mundo actualmente. Se encuentra ubicado precisamente en el centro de la “ruta de las drogas”, que une el norte de Suramérica con los Estados Unidos de Norteamérica – el mayor consumidor de drogas en el mundo – y con un territorio relativamente extenso, lleno de pistas de aterrizaje para aviones pequeños. A pesar del control de radar de las bases militares norteamericanas en territorio hondureño, tanto en Palmerola como en la La Mosquitia, es tácitamente imposible detener el tráfico de drogas. Son tantos los aviones Cessna que aterrizan en Honduras que asemejan una plaga de mosquitos. Los barones de la droga que operaban tradicionalmente en México han conquistado Centroamérica y han hecho de Honduras su sucursal principal con la ayuda de las maras, los numerosos colaboradores civiles y la corrupción institucional.

En este escenario oscuro y desolador, las elecciones presidenciales 2013 en Honduras parecen ser una quimera. La ilusión de un pueblo pobre, que ha caído en lo más hondo.

¡Pobre Honduras!

viernes, 1 de noviembre de 2013

Yo tuve un amigo….

A Jorge Edgardo Castro Iraheta “Medardo” in Memoriam, guerrillero salvadoreño caído en combate el 23 de octubre de 1985


Yo tuve un amigo en la montaña quien, aunque siendo tan joven, sabía de cosas que a mí me gustaban y un día de tantos de los que compartimos en el Volcancillo me dijo que la hermenéutica marxista del desarrollo del Hombre sostiene que la lucha de clases es el motor de la historia y que la exégesis dialéctica no hegeliana de Federico Engels, forma parte de la conciencia revolucionaria y que es la antípoda de la filosofía aristotélica y de los diálogos socráticos mayéuticos no dogmáticos.

Yo tuve un amigo en la montaña quien, aunque siendo tan joven, se interesaba por la revolución sexual de Wilhelm Reich y no le paraba bola a los cánones doble morálicos de comandanticos beaticos, pero me recomendó no divulgar mucho mi “teoría de las relaciones sexuales abiertas”, pues era peligroso hablar de esas “herejías” en las guerrillas de Chalate.

Yo tuve un amigo en la montaña quien, aunque siendo tan joven, sabía de cosas que yo no sabía. Aluciné cuando un día me dijo:” Jorge te contaré un secreto, pero no se lo cuentes a nadie. Hay compas que solo “volados” soportan el ácido de la guerra, estarían psicóticos sino fuera por los hongos alucinógenos que crecen donde pastan las vacas, ya sean éstas gordas o flacas, pues todas cagan lo mismo. Y otros, que antes de ir al combate se estimulan con una dosis extrafuerte de una pasta de café instantáneo”. A ninguno de los que anduvieron “pedo” ni mi amigo ni yo le pusimos el dedo.

Yo tuve un amigo en la montaña quien, aunque siendo tan joven, hizo suya la máxima de Juvenal y saltó y corrió con la elegancia de bailarín del Bolchoi, y combinó a la perfección el fútbol con el juego ciencia y también con el teatro, tocó el balón con los pies como toca el diestro cirujano el bisturí cuando corta el tejido blando, no sé si prefirió a Lorca, a Brecht o de la Barca, pero sé que con su tropa hizo las de Fuenteovejuna o las de Charles d’Artagnan.

Yo tuve un amigo en la montaña quien, aunque siendo tan joven, había leído bastante. La novela de MacLean que yo había expropiado con fines literarios junto con muchos libros más en la iglesia de San José las Flores, después que la Guardia Nacional abandonó el pueblo, la clasificó de pura paja. No sé si leyó completo “Los cañones de Navarone”, a mí al menos, la película me empiló. Con mis once añitos yo era un cabro chico mocoso y él apenas tenía dos. Pocos días más tarde, después de mi visita al campamento, él con su tropa cerca de la Hacienda a los del Atlacatl o del Belloso emboscó. Sabía mandar al subalterno, combinando con maestría la disciplina y la tolerancia,….una de cal y otra de arena.

Yo tuve un amigo en la montaña, quien no fue ni bolchevique ni menchevique. Tenía mucho de Bakunin y un pelín de León Trotski, no fue político ni diplomático ni dado a los discursos ni arengas panfletarias, desplazado eso si hacia el rojo, conversando conmigo soñó despierto a El Salvador socialista. Prefirió muchas veces callar, sin darme por eso la razón, que no siempre la tuve, pues mi amigo siempre sostuvo que el sendero del socialismo no es una línea recta, sino un camino sinuoso y empedrado, con muchas curvas y recovecos, un día se da un paso adelante y al otro siguiente, se retroceden dos, para continuar avanzando en espiral de lo simple a lo complejo.

Yo tuve un amigo en la montaña, quien más que amigo fue un hermano gemelo, pero eso lo supe recién, treinta años más tarde….

sábado, 19 de octubre de 2013

El miracolo del peregrino Eduardo en Francoforte sul Meno

Cuento levemente erótico para adultos incrédulos


Cuentan los chismosos pobladores del Valle de las Brujas en los alrededores de la ciudad teutona de Friburgo de Brisgovia, que el peregrino Eduardo, después de haber recorrido las calles de la Europa contemporánea en fervoroso peregrinaje, y luego de fallidos intentos de persuasión y proselitismo religioso, tuvo que regresar a Santiago, pero no al de Compostela, donde la concha vieira común es el símbolo de la ciudad, sino al de Chile, donde felizmente también hay gran variedad de choritos, y es muy común encontrarlos y degustarlos en cualquier rincón oculto de la república. El aeropuerto de Francoforte sul Meno, moderno y elegante, más bien parecía un museo que una terminal aérea. En dichos lugares – los museos –, cuentan las malas lenguas, el culto beato sin mayor boato alcanzaba su máxima excitación…..visomotriz.

Mientras hacía fila a la espera de su turno, Eduardo disfrutaba visualmente de su entorno. Parecía meditar o reflexionar. Tenía los ojos focalizados en el soberbio monumento que tenía por delante y aunque sólo con un ojo podía ver al cien por ciento, ése le era suficiente para satisfacer sus deseos visuales, los más excelsos y los más perversos. El mencionado monumento no tenía nada de gótico, puesto que carecía de la filigrana característica de ese arte medieval, que tuvo su origen en algún lugar del norte de Francia. Definitivamente, la escultura que Eduardo tenía ante sí, por sus formas redondas y opulentas proporciones, era a todas luces un exorbitante monumento barroco. Aunque la escultura no era gótica, él no pudo evitar derramar varias goticas de secreción bucal al estilo Pavlov, reacción vegetativa que de hecho eran la prueba científica, irrefutable y repetible del reflejo condicionado somatosensórico ante la exposición de un estímulo escultural. No cabía la menor duda, a él le gustaban todos los monumentos,…. ¡los antiguos y los modernos!

La elegante y cuarentona dama vestía un sombrero tricornio que hacía juego con el ajustado traje heráldico azur, de amplio escote que resaltaba sus atribuciones musculares, tanto las de la vanguardia como las de la retaguardia. Los dos jóvenes rubios y de rostros angelicales que flanqueaban a la desconocida Doña a diestra y siniestra, parecían puttos extraídos del paraíso barroco de la Iglesia de San Pedro en la Selva Negra. Eduardo observó detenidamente el comportamiento de los “querubines” y no tuvo la menor duda: ambos eran efectivamente verdaderos putos. Como dos esculturas de estuco quedaron los guardianes celestiales, cuando la distinguida dama, sin querer queriendo, se tiró un violento y sonoro pedo al mejor estilo rococó tardío de la decadente nobleza europea del siglo XVIII. ¡Ni siquiera pestañaron los insensibles serafines!

¿Es pedo? o ¿La explosión del Villarrica? – se preguntó El Peregrino asustado. Sin dudarlo, expedito entabló conversación con la viajera, a bien de relajar el ambiente. Aunque la atmósfera continuó tensa – debido a la ventosidad expelida flotante en el aire y a la tediosa espera frente al mostrador de la línea aérea –, el tiempo “pasó” más rápido, pero no así el fétido olor a sulfuro de hidrógeno. Así fue como nuestro santo devoto se enteró al instante de cuatro cosas: 1) que la turista adolecía de flatulencias, 2) que su dieta diaria era rica en azufre 3) que padecía de logorrea[1] y 4) que resultó ser una coterránea amante de la naturaleza, tanto de la humana como de la muerta y como si esto fuera poco, adicta a las empanadas al horno cargaditas a la cebolla.

Así supo Eduardo – durante la amena tertulia a “calzón quitao” –, entre otras cosas, que el estrambótico sombrero simbolizaba en cierto modo los tres picos europeos que más le habían impresionado hasta el momento a la mujer cotorra: El Cervino o Matterhorn en Suiza, el Pico Maldito en España y el famoso Monte Blanco. Aunque la picarona le confesaría más tarde en jerigonza y lanzando un suspiro profundo – durante el vuelo – que los picos que más le gustaban eran los de América Latina, sobre todo el famoso pico chileno, conocido como Torres del Pene. Tan com-pene-trada estaba la Doña contando sus intimidades que ni siquiera se percató del “resbalón de lengua freudiano” que había cometido y que el circunspecto peregrino no se atrevió a corregir.

Absorto todavía por las aventuras de la despampanante y extrovertida compatriota, Eduardo llegó por fin al mostrador. La imagen de los inmensos glúteos mayores se había clavado en su centro visual cortical y solo con gran esfuerzo logró reprimir en varias ocasiones el impulso arcaico de posar sus dedos sobre ellos, así como se posan los tábanos chilotes en las enormes nalcas endémicas que cubren el islote chileno.

La voz gutural de una descendiente de las valquirias nibelungas, informándole a boca de jarro, que tenía sobre peso en el equipaje y que el exceso equivalía a la suma de 150 Euros, lo sacó violentamente de sus fantasías prohibidas. Ni las enormes nalcas chilotas ni las enormes nalgas chilensis fueron capaces de contener y sostener el sentimiento de sorpresa de Eduardo. Sacó su billetera y pensó en el apóstol Mateo, capítulo 14, versículo 13-21. ¿Cómo convertir 50 Euros en 200 o en 300? La contundente respuesta negativa de la empleada de la aerolínea impactó profundamente en el estado anímico del peregrino. Vanas fueron las explicaciones y argumentaciones. Así pues, desolado y triste, el peregrino Eduardo se alejó de la fila y se retiró a un rincón de la sala, dispuesto a aliviar el peso de su equipaje. A punto estaba de tirar unas bolsas con enseres domésticos al cesto de la basura, cuando sintió que alguien se acercaba por detrás y girando el cogote al máximo posible (110-115 grados), comprobó que la empleada de la línea aérea lo invitaba, con un halo de bondad y misericordia, a continuar el periplo con el equipaje original, compulsivamente organizado por la prolija hermana Herminia, abadesa de la Orden del Sacro Cataclismo Telúrico y no pudo evitar pensar en el profeta Isaías 58, 6-7 y Hebreos 13,3. Tal fue la sorpresa de Eduardo que por unos momentos cayó en la tentación de Santo Tomás, el apóstol, y dijo: hasta no ver no creer. 
Y solamente cuando se encontró en la sala de espera, después de haber pasado la aduana, Eduardo supo que su percepción no había sido una fata morgana. Los 42 y tantos kilos de equipaje, que dicho sea de paso, fueron los culpables de la posterior protrusión discal de la abnegada y devota Sor Herminia, se encontraban en esos precisos momentos en la inmensa barriga de una moderna ballena jonasiana 747-400 de Lufthansa sin haber pagado ni una sola chaucha. ¡Rechucha mi suerte!, quiso gritar el santo. ¿Qué chuchas pasó? Pero meditó un ratito y guardó silencio. El Peregrino se sintió agradecido, se tomó una foto y un vaso de agua natural San Pellegrino con una tajadita de limón y pensó en sus seres queridos, los creyentes y los infieles.

¿Qué motivo tuvo la empleada? ¿Tendrá algún tubo metido?– y pensó en el vibrador  que llevaba en su equipaje. ¿Cómo explicar lo ocurrido? ¿Un miracolo?

Solo la exégesis metafísica y la hermenéutica materialista explicarían a lo mejor de manera diametralmente opuesta, los sucesos ocurridos anno domini MMXIII en el aeropuerto de Francoforte sul Meno – se dijo. Eduardo tomó asiento en la clase económica y miró por la ventanilla. Atrás dejaba la vieja Europa, rejuvenecida en su mente por las nuevas experiencias somatosensoriales realizadas en las últimas semanas. Se marchaba fortalecido en cuerpo y espíritu.

¿Qué pesa más – filosofó – el cuerpo o el espíritu? ¿Habrá algún día una balanza románica o gótica que “pese” los sentimientos y pensamientos? ¿Habrá entonces un sobrecargo? ¿Seguirán siendo libres los pensamientos….de impuestos aduaneros?

Eduardo, El Peregrino, sabía y sentía que regresaba integralmente satisfecho y gozoso a su pago, sin haber realizado el pago del arancel. A lo mejor, el Ángel Arturo estaba con él…….



[1] Especie de diarrea verbal que si no se trata debidamente puede ocasionar serios problemas comunicacionales. 

martes, 8 de octubre de 2013

Una orquídea chalateca en la tumba de un guerrillero también heroico

Recordando a José Dimas Serrano el “Conejo William”, muerto en las faldas del volcán de San Salvador en 1989


Era abril de 1989 y un calor endemoniado envolvía la capital salvadoreña, pero afortunadamente, ellos estaban en la zona occidental del volcán de San Salvador, en cuyas faldas abundaba lo más variado de la flora y fauna salvadoreña. Ahí, bajo las sombras de los árboles de pepeto[1], aguacate y madrecacao, la escuadra de exploración guerrillera se encontraba al resguardo de las inclemencias del tiempo y supuestamente, de la vigilancia enemiga. Era una zona principalmente cafetalera y aunque también había árboles frutales, como los cítricos, la mayoría de las fincas, grandes y pequeñas, se había especializado desde finales del siglo XIX en el cultivo del café. En el beneficio de la finca El Jabalí se recolectaba los granos de café provenientes de Las Margaritas, Las Granadillas y otras fincas cafetaleras.

De acuerdo a la información de los insurgentes, en las cercanías del beneficio acampaba una unidad de rastreadores de un batallón de reacción inmediata. El beneficio de la finca El Jabalí era, después del beneficio de Chanmico, el centro agro-industrial más importante de la región. En las enormes pilas de agua se lavaba el café uva que llegaba diariamente al beneficio en carretas y camiones en los meses del corte[2]. El proceso de despulpado estaba a cargo de las aspas de madera que por obra y gracia de la máquina de vapor, cumplían con su importante función. Los volcanes de pulpa y mucílago eran el biotopo cientos de miles de insectos y millones de  bacterias.

Los zanates[3] volaban alegres de rama en rama, mientras los pijuyos[4] parloteaban cansinos en el suelo buscando lombrices de tierra y observando curiosamente a la columna de hombres que se desplazaba con cautela felina en la quebrada seca. A ambos lados de la pequeña cuenca se levantaban las faldas de los montes tupidos de bejucos y espeso follaje. Un guarumo[5] derribado por el viento yacía sobre el cauce de piedras de la vaguada a guisa de puente. Los cafetales en flor se mecían al compás de la brisa, mientras las arañas laboriosas tejían sus telarañas en lugares estratégicos para garantizar las emboscadas. El olor embriagante de la flora tropical, exótica y milenaria, tenía un efecto sedativo natural en el cerebro de los guerrilleros, así como el té de tilo. No había nada en el ambiente que implicara peligro alguno, más bien la diversidad de insectos y bichos raros inhibía en cierta medida el estado de alerta guerrillero. A pesar de los zumbidos de las abejas obreras, el aleteo de decenas de libélulas y el croar de las ranas cantoras, en el bosque húmedo reinaba un silencio embrujador. Era la armonía de la naturaleza interrumpida en esos instantes por los comandos guerrilleros. Un chupaflor[6] saltarín y asustado por la presencia guerrillera sacó repentinamente su puntiagudo pico de los pétalos abiertos de una rosa salvaje. El desnivel abrupto del terreno se transformaría en pocas semanas como por arte de magia, lo que en esos momentos era solo una pared rocosa, cuando comenzara la época de las lluvias,  en una hermosa cascada que embellecería aún más el paisaje. Los guerrilleros escalaron uno a uno la pendiente sin mucho esfuerzo. El pequeño pozo de agua insertado en la ladera colmó la sed de los exploradores y en pocos minutos el recipiente natural quedó vacío. Después de la obligada interrupción, los guerrilleros continuaron la marcha ascendente. El silencio reinó nuevamente. Muchos insectos volvieron a posarse sobre el verde musgo que bordeaba el pocito de agua. El ladrido de los chuchos[7] se escuchaba a lo lejos. La laguna de Chanmico, un milenario cráter volcánico, reposaba abajo en el valle y solamente el humo de la chimenea del ingenio se dejaba vislumbrar en la distancia.

La Comandancia General de la guerrilla había tomado la decisión de llevar la guerra a la ciudad de San Salvador, es decir, a la retaguardia estratégica enemiga. Y en este plan ofensivo militar, el volcán de San Salvador, la “guarida” del tigre oligárquico, jugaría un papel importante. Visto desde el lado de la capital, el complejo montañoso del volcán de San Salvador se había transformado con el correr de los años, en el hábitat por excelencia de la high society salvadoreña, que también formaba parte de la fauna del volcán de San Salvador. Allí, en las alturas era donde la oligarquía y la burguesía industrial salvadoreña se sentían más seguros.

La misión principal de la escuadra exploradora de las fuerzas especiales selectas, comandada por un experimentado jefe guerrillero chalateco, era únicamente la de reconocer el terreno. Tenían órdenes estrictas de evitar cualquier contacto con el enemigo. La influencia e importancia del cultivo del café en la zona implicaba para los guerrilleros más riesgos que ventajas, puesto que los campesinos y trabajadores del campo estaban directamente vinculados al proceso productivo y por lo tanto, más expuestos a la propaganda “anticomunista” del gobierno y más predispuestos a colaborar con el ejército salvadoreño. De este modo, la movilización en “terreno enemigo” era muy difícil y exigía de los guerrilleros más sigilo que en las montañas de Chalatenango o de Morazán. En estas circunstancias, los guerrilleros de las fuerzas especiales selectas no podían moverse como peces en el agua, puesto que en esos cafetales abundaban las pirañas carnívoras humanas.

El jefe de la escuadra de exploración decidió interrumpir la marcha y ordenó a los guerrilleros internarse en la montaña y descansar unas horas. Se quitó la boina negra y se dio con ella un par de golpes en el muslo derecho. Tan calada de sudor estaba la boina, que una mancha oscura quedó grabada en el pantalón de campaña. El cielo comenzó a oscurecerse. A lo lejos, el volcán de Izalco y el de Santa Ana, también conocido como Llamatepec, parecían tomarse de la mano. Abajo, el valle de Zapotitán y a un costado las ruinas de San Andrés, un sitio precolombino donde los historiadores suponen la capital de un cacicazgo maya. El cielo estaba claro y desanublado, señal de que la noche estaría colmada de estrellas. En el ambiente tropical del volcán se respiraba una mezcla de aire fresco con olor a café recién tostado y a humus viejo de bosque encantado. Los guerrilleros, considerándose fuera de peligro, hicieron un pequeño fogón. Tenían hambre y decidieron comer caliente.

– Ya vuelvo – dijo el jefe guerrillero colocándose la boina al estilo del Che, y se marchó con el fusil automático M-16 terciado sobre el pecho.

De pronto se escuchó una ráfaga de fusil y luego, un silencio sepulcral.

El jefe guerrillero no tuvo tiempo de defenderse. Una unidad militar antiguerrillera lo sorprendió en el momento en que se disponía a cortar unas hojas de loroco[8], con las que sazonaría la sopa de pollo con fideos Maggi que no alcanzó a disfrutar, porque ésta vez, la bala enemiga no le perdonó la vida como en Nueva Trinidad.

Allí, en algún lugar del volcán de San Salvador, quedó el cuerpo inerte de aquel valiente y experimentado jefe guerrillero. Cuentan los cortadores de café, que todas las tardes, antes que anochezca, llega una “guacalchía de altura[9]” al lugar luctuoso, volando desde las montañas chalatecas, trayendo en su piquito una orquídea salvaje para adornar la tumba inexistente de aquel guerrillero heroico.



[1] Inga vera
[2] Cosecha del café uva
[3] Pájaro ictérido, de plumaje negro con visos pavonados. La hembra es de color café.
[4] Ave salvadoreña del orden de las Cuculiformes, pequeña, de plumaje negro con visos azules en las alas. Su graznido se asemeja al vocablo pijuyo.
[5] Árbol artocárpeo cuyas hojas producen efectos tónicos sobre el corazón.
[6] Colibrí
[7] Perros
[8] Hierba silvestre comestible
[9] Campylorhynchus zonatus. Ave endémica de las montañas de Chalatenango (La Cañada)

domingo, 22 de septiembre de 2013

La política paliativa marxista de la izquierda parlamentaria en Latinoamérica: ¿Un analgésico político?

Chile y El Salvador fueron en un momento determinado de su historia paradigmas revolucionarios marxistas en la lucha por el socialismo. La revolución democrática de la Unidad Popular y la guerra revolucionaria del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional. El equilibrio relativo de las fuerzas político-militares en contienda se rompió de manera violenta en Chile con el golpe militar el 11 de septiembre de 1973 y en El Salvador, el 10 de enero de 1981 con el inicio de la primera gran ofensiva guerrillera.

Después de trece años de dictadura militar en Chile, el gobierno de los Estados Unidos, presidido por Ronald Reagan llegó en 1986 a la conclusión, que el régimen militar de Augusto Pinochet se había transformado en un factor negativo casi absoluto y polarizador en la coyuntura político-económica chilena. No obstante, la transición a la democracia parlamentaria no se vislumbraba en esos años ni fácil ni exenta de riesgos. Por una parte, Pinochet no estaba dispuesto a abandonar el poder y por otra parte, el incremento de la lucha armada revolucionaria a partir de 1983 “preocupaba mucho” al Departamento de Estado norteamericano.

En Centroamérica, la coyuntura geopolítica a mediados de los ochenta no presagiaba buenos augurios. Era evidente que la guerra civil salvadoreña se había transformado en el elemento desestabilizador clave en la sociedad salvadoreña y que además, ninguno de los bandos militares estaba en capacidad de alzarse con la victoria. Esta situación de impasse militar, a pesar del  asesoramiento y ayuda militar por parte del gobierno de los Estados Unidos a las Fuerzas Armadas salvadoreñas, solamente podía romperse con la intervención directa del Departamento de Estado  norteamericano. Así como en Chile, la opción del presidente Ronald Reagan en El Salvador – por muy contradictorio que pudiera parecer  – fue la de apoyar y fortalecer la salida política.

No se trata aquí de comparar uno a uno ambos procesos, puesto que son fenómenos históricos muy distintos. Sin embargo, sendos conflictos político-militares tienen un denominador común: Su origen  – la lucha de clases – y la solución política final de los mismos. En los dos países se aplicó exitosamente la fórmula del diálogo y la negociación.

Las fuerzas políticas de izquierda y centro-izquierda, tanto las de Chile – con la excepción del partido comunista chileno y el movimiento de izquierda revolucionario (MIR) – como las de El Salvador, se comprometieron a cohesionarse en torno a un programa de transición específico aceptable para los militares, los insurgentes, los políticos, las oligarquías y por supuesto, el gobierno de los Estados Unidos. 

Es precisamente en esta coyuntura histórica donde la izquierda moderada responde a las exigencias concretas del momento, con el planteamiento de una política paliativa que se expresó, en el caso chileno, en la alianza política conocida como la Concertación de partidos políticos por la democracia en 1989, constituida por el Partido Socialista, el Partido por la Democracia, el Partido Radical Socialdemócrata y el Partido Demócrata Cristiano. En el caso salvadoreño, la fundación notarial del FMLN en partido político el 1 de septiembre de 1992, significó dos cosas: Primero, la puesta en marcha de un proyecto político que estaba en consonancia con los acuerdos de paz firmados en Chapultepec en enero del mismo año, con los que se puso fin a doce años de guerra y segundo, la muerte simbólica del FMLN histórico, integrado por las Fuerzas Populares de Liberación Farabundo Martí, el Partido Comunista, el Ejército Revolucionario del Pueblo, el Partido Revolucionario de los Trabajadores y la Resistencia Nacional. 

Transformada la alianza estratégica guerrillera en partido político, según lo establecido por la Constitución Política, el nuevo FMLN se comprometió a impulsar la unidad nacional, la reconciliación de las clases sociales antagónicas y a fortalecer el diálogo y la concertación para resolver las diferencias sociales, económicas y políticas. Es decir, el nuevo FMLN se convirtió en una estructura partidaria electoral en busca de cuotas de poder burgués.

Mientras la Concertación chilena gobernó durante veinte años (1989-2009), la Concertación efemelenista entró en una profunda crisis político-ideológica a partir de 1994, en la que las divisiones, expulsiones, marginaciones y descalificaciones eran la tónica que se impuso en las estructuras orgánicas. En la actualidad, la columna vertebral dirigente del partido político FMLN está integrada en su mayoría – salvo excepciones contables con la mano izquierda y/o la derecha – por ex cuadros de dirección de las antiguas Fuerzas Populares de Liberación Farabundo Martí (FPL-FM) y miembros del antiguo Partido Comunista Salvadoreño (PCS). De manera metafórica podría decirse que el hijo prodigo volvió al lecho materno, puesto que las FPL-FM históricas nacieron en el vientre del partido comunista salvadoreño.

La política paliativa marxista, entendida ésta como una válvula de alivio de presión y temperatura política, impulsada en su momento por la Concertación chilena y el FMLN fue la única alternativa viable para resolver el entuerto de la dictadura pinochetista y de la guerra civil salvadoreña. En este sentido es importante señalar y remarcar que los dirigentes políticos hicieron lo correcto al optar en esos momentos por lo concreto posible y no por lo históricamente necesario, que en el caso chileno, hubiera sido la derrota político-militar de la dictadura y en El Salvador, el triunfo de la guerra revolucionaria socialista. Lo contrario hubiera significado más muerte y represión en Chile, y la vietnamización, con todas sus consecuencias, en El Salvador.

¿En qué momento se convierte la política paliativa marxista en un analgésico político?

En el momento en que la izquierda marxista parlamentaria se dedica a tiempo completo a planificar y a impulsar únicamente las “batallas por los votos” y cuando se sustituye el contenido clasista de la lucha política por las cuotas de poder en el Estado burgués.

Un conocido comunista salvadoreño de los años sesenta y setenta del siglo pasado dijo:
…Y es que el dolor de cabeza de los comunistas se supone histórico, es decir que no cede ante las tabletas analgésicas sino sólo ante la realización del Paraíso en la tierra…Así es la cosa…

Así filosofaba, Roque Dalton, el escritor y poeta salvadoreño en “El dolor de cabeza de los comunistas”[1], poema en el cual, “el comunismo será, entre otras cosas, una aspirina del tamaño del sol”.

Científicos de diversos países del mundo desarrollado aseguran que el consumo excesivo de analgésicos o antiinflamatorios durante varios años, conlleva un aumento del riesgo de padecer un infarto de miocardio o un derrame cerebral. En política ocurre algo parecido. Precisamente en el abuso y mal uso de la política paliativa marxista radica su mayor riesgo.

En el 2009 el pueblo chileno “le pasó la cuenta” a la Concertación de partidos políticos por la democracia cuando eligió al candidato de la derecha como presidente de la república.

Schafik Handal, comunista salvadoreño contemporáneo de Dalton, expresó durante la campaña electoral para la presidencia en septiembre del 2004 un pensamiento que bien podría interpretarse como propagandístico, pero que encierra uno de los peligros más grandes que corren muchos antiguos guerrilleros cuando parlamentan con los representantes del Gran Capital: “…abandonamos las armas, entramos en el sistema, para cambiar el sistema, no para que el sistema nos cambie a nosotros.”[2] Y vaya que son muchos los antiguos guerrilleros en América Latina que han sufrido una metamorfosis político-ideológica en los últimos años.

El 17 de noviembre de este año se celebrarán en Chile elecciones presidenciales y el 2 de febrero del 2014 en El Salvador. Esperemos que la izquierda parlamentaria chilena y la salvadoreña hayan aprendido la lección.



[1] Hay que suponer con justa razón que Roque Dalton no se refiere con este término solamente a los miembros del partido comunista, sino que a los marxistas revolucionarios en general.
[2] El-FMLN-y-la-vigencia-del-pensamiento-revolucionario-en-El-Salvador

sábado, 7 de septiembre de 2013

¿Lo de Siria es en serio?

La pregunta es retórica y enriquecida con una fuerte porción de sarcasmo. Cuando en la década de los sesenta del siglo pasado – unos años después de las dos bombas atómicas contra la población civil en Japón –, el gobierno de los Estados Unidos “fertilizó” vastas extensiones de tierra en Vietnam con una sustancia química conocida como “agente naranja”. Muchos fueron los ciudadanos en el mundo que indignados por la barbarie militar norteamericana llenaron los bulevares y avenidas de las ciudades importantes, lanzando su grito de protesta. Sin embargo, los Estados Unidos continuaron olímpicamente destruyendo las montañas vietnamitas y construyendo más bombas atómicas sin importarles un bledo la opinión pública.

Hechos históricos comprobados empíricamente sobre el teatro militar de operaciones, crímenes de guerra, ética y moralmente condenables; con repercusiones altamente nocivas y perdurables contra la salud del hombre, de los animales y del medio ambiente, pero inocuos jurídicamente. La Convención sobre armas químicas, que ilegaliza la producción, almacenamiento y uso de armas químicas se celebró recién en 1993 y concluyó con la firma del tratado internacional de control de armamento químico que entró en vigor apenas en abril de 1997, es decir, anteayer. Siria, así como Angola, Egipto, Sudán del Sur y Corea del Norte no son países firmantes. Y, antes de Nagasaki e Hiroshima, no existía ningún acuerdo o tratado concerniente al armamento nuclear.

En cualquier caso, para todos los fines prácticos, todos los tratados habidos hasta la fecha, siguen siendo ignorados e irrespetados descaradamente por todas las naciones firmantes y no firmantes. En primera fila, el gobierno de los Estados Unidos y sus aliados incondicionales.

De acuerdo al Plan militar A, la intervención militar en Siria por parte de los Estados Unidos y sus aliados no durará tres días, sino tres meses y después – de la destrucción masiva de la infraestructura y miles de pérdidas humanas – se prevé un periodo de treinta días para buscar las soluciones políticas al conflicto sirio. Frente a tal cinismo uno se pregunta: ¿Lo de Siria es en serio?

No cabe la menor duda. Sólo un milagro podrá detener la guerra imperial contra Siria.
¿Existirá un plan B o C, donde prevalezca la búsqueda de una solución política al uso de las armas convencionales, pero también letales, en el conflicto sirio?


¡Ojalá!! Sha'a Allah!